El Peruano

Año 4. Edición Nº 250. Miércoles 11 de abril de 2018
TRADICIÓN E HISTORIA
HUANCAVELICA
RENACE
ESPECIAL
SANTA BÁRBARA

Mina de esperanza

Un circuito turístico definitivamente distinto es el que encontramos en esta ruta de altura ubicada en Huancavelica. En Santa Bárbara aún persiste el ímpetu de los antiguos lugareños que dejaron la vida en las minas de mercurio. El sitio agreste hoy busca emerger, rescatar las historias que los comuneros evocan con nostalgia y avivar las tradiciones.
Texto y fotos: Rolly Valdivia
Un templo que resurge a partir de la fe, una mina que trajo riqueza y muerte y hoy también esperanza. Es Santa Bárbara, cuya población campesina apuesta por el turismo. Un danzante enmascarado. Una mujer que hila, otra que reparte traguitos con un barril de hojalata –antiguo, rústico, de los abuelos–. Ambas sonríen, bailan, zapatean como en los días de fiesta. Música. Arpa y violín. Brindis con la Madre Tierra, con los comuneros de ponchos marrones. También con el jinete que hace flamear una bandera peruana mientras lleva las riendas de su fiel Mercurio.

Dos mujeres, amparadas bajo una sombra incierta, conversan, bromean, hacen revelaciones: “En la iglesia tenemos dos niños, pero ellos no se llaman Jesús. Tienen otros nombres”. Incertidumbre, dudas, curiosidad. Ir al templo. Puertas abiertas. Un altar austero. Una sorpresa, dos imágenes pequeñas. Uno es gringo, el otro es moreno. Ambos lucen impecables. Las señoras tenían razón. ¿Son Jesús?, ¿no son Jesús?

En la Colonia, hasta cinco mil indígenas laboraban en los socavones, que tenían nombres de santos
Riqueza histórica y cultura viva
Santa Bárbara, a la que se llamó “la preciosa alhaja de la corona española”, comenzó a ser explotada en 1566. Por sus altos índices de mortalidad, era conocida como la “mina de la muerte”.
La importancia de su explotación durante la época virreinal es que el mercurio o azogue era vital para purificar la plata y el oro. En la época republicana, fue operada por la sociedad minera El Brocal, llegando a funcionar hasta 1960 aproximadamente. Hoy los huancavelicanos viven orgullosos de ese pasado, pero también de la fiesta que se realiza en honor a los niños Callaocarpino y Jacobo Illanes.
Desde el 2015 es Patrimonio Cultural de la Nación, por ser una expresión de religiosidad que da cuenta de los procesos históricos de interacción entre la población indígena y africana en la zona.
Celebración

Hojas de coca para ‘bajar la altura’. Se invita, se comparte, se recibe con unción, juntando siempre las dos manos. Hojas de coca antes de partir, antes de honrar los pasos de ‘todos los finados que lucharon por nuestra comunidad’, cantan ahora las mujeres, la que hila, las que bailan, la que sirve el traguito, aunque no tiene vasos ni cuenco, solo un cachito de verdad. Allí se brinda, allí se toma.

No, los niñitos no toman ni bailan. Ellos lo miran todo desde la puerta de la iglesia. Los que si toman son los devotos y los negritos que danzan en la celebración de enero. Fiesta concurrida, grande, bonita, en honor a los niños que no son Jesús. Tampoco Manuelito. ¿Cómo se llaman, señoras?... ¿cómo?, ¿no entiendo?, ¿Jacobo y Callao qué?.. y ellas se ríen y repiten los nombres despacito, como profesoras de jardín.

Él no es docente. Es comunero y guía turístico. Él nació en Santa Bárbara, en las cercanías de la mina de azogue o mercurio en la que trabajaron, sufrieron, perdieron la vida los abuelos y tatarabuelos del bailarín enmascarado, del arpista, del jinete que lidera a los hombres y mujeres que dirigen sus pasos hacia el tajo abierto abandonado y los socavones tapiados. Sí, Constancio no es maestro, pero enseña a recordar.

¿Entendió?, ¿lo apuntó bien?, preguntan las señoras antes de repetir que el gringuito que se parece a un papa es el Callaocarpino y el morenito con traje de militar es Jacobo Illanes. ‘Bien milagrosos son los dos’, los promocionan y les hacen fama las mujeres que siguen bajo una sombra incierta en Chaccllatacana. “En 1961 los trajeron del tajo abierto, porque en esa época el pueblo y la iglesia estaban por allá”.

Todos están frente al tajo abierto. Más hojas de coca y traguito compartido. Ya nadie baila. Los músicos descansan porque Constancio –grueso, serio, ceremonial– escudriña el pasado. “En la época republicana se extraía el mercurio de esta zona, pero en la Colonia hasta 5,000 indígenas laboraban en los socavones, los cuales tenían nombres de santos”. Eufemismos celestiales en la llamada ‘mina de la muerte’.

Sí, esa María Rosa es la muerte. Ella –con su falda al viento, con su penacho parecido a un plumero y con un ¿cucharón? en la mano– se divierte de lo lindo con el Caporal de los Negritos, ese hombre barbado, ensombrerado y narizón que lleva un fuete. Se rumorea que son pareja y que los demás danzantes son sus hijos. Eso no lo cuentan las señoras. Calladitas están. ¿Será que a los niñitos no les gusta esta historia?

Huancavelica también se puede visitar en el Tren Macho, ese que ‘sale cuando quiere y llega cuando puede’
Cómo llegar y qué recorrer
  • Doce horas tarda el viaje por tierra desde Lima hasta Huancavelica (vía Huancayo son 457 kilómetros). El servicio de ómnibus funciona a diario.
  • Huancavelica se encuentra a 3,680 metros de altitud. Santa Bárbara está por encima de los 4,000 metros.
  • El Tren Macho es la ruta ferroviaria Huancayo-Huancavelica. Construida en el gobierno de Augusto B. Leguía, se inauguró el 24 de octubre de 1926.
  • Ruta del azogue: es el nombre del circuito turístico que une la mina de mercurio de Santa Bárbara, la zona de Chaccllatacana y el pueblo de piedra de Sacsamarca.
Rememorar y compartir

A él si le gusta rememorar. “Aquí no solo hay recuerdos tristes. Aquí hay alegría, esperanza y futuro”, reflexiona Constancio. Sus paisanos lo escuchan y se ilusionan, porque la mina de Santa Bárbara, aquella que empezó a explotarse en el siglo XVI, aquella que tenía un templo, una cárcel y hasta un ruedo en su interior, aquella que fue una auténtica joya para la corona española, podría volver a generar riquezas.

Entusiasmo, eso es lo que generan los Negritos en una tarde que no es de enero festivo, aunque lo parezca. Por eso los niñitos están en el atrio y de las ollas inmensas se extraen sendos trozos de alpaca. Carne rica, tibia, con poca grasa, que se acompaña con canchita. Almuerzo solidario y dispendioso entre los comuneros y la delegación de autoridades y periodistas de Huancavelica y Lima.

De todo el mundo. Esa es la idea. Turistas de distintos países conociendo los accesos a los socavones, los hornos coloniales, la iglesia y los vestigios de piedra del pueblo antiguo; también el cable carril instalado por la empresa El Brocal en el siglo XX. Viajeros de distintas geografías explorando la altura, divisando vizcachas y vicuñas, acercándose al apu Huamanrazu. Sueña Constancio. Sueña la comunidad.

Eso sería un milagro... ¿no le parece? dicen las señoras cuando un reportero les cuenta que le gustaría volver para la fiesta de verdad. Finales de diciembre, inicios de enero en Chaccllatacana, una pincelada de urbanidad casi siempre fantasmal en la comunidad campesina de Santa Bárbara, a menos de una hora de Huancavelica, la ciudad a la que es posible arribar en el célebre Tren Macho, ese que ‘sale cuando quiere y llega cuando puede’.

Ya no puede, está cansado. No es fácil caminar a más de 4,000 metros siguiendo a un grupo de entusiastas comuneros liderados por don Máximo y Mercurio. La blanquirroja no deja de flamear, aunque en un primer momento está volteada, de cabeza, como si fuera una metáfora de lo ocurrido en aquellos tiempos remotos de la mina de la muerte, en aquellas décadas cercanas del terrorismo asesino.

Eso no lo vivieron únicamente los antiguos. Es historia reciente. Herida que no cierra. Dolor alojado en los corazones del danzante enmascarado, de la mujer que hila, de las señoras que revelan los nombres de los niñitos milagrosos, y, por qué no, de la alborotada María Rosa, a quien llaman Marica. Y es que aquí, a pesar de los recuerdos tristes, siempre habrá espacio para la esperanza. Salud por eso, Constancio. ●