El ómnibus nos llevó de Lima a Ica en cuatro horas y de allí, la conexión a Palpa fue en una hora y 15 minutos. Ya instalados, nos encontramos con Juan Arce Garibay, gran promotor de su ciudad y mejor guía turístico. Me sugiere entrevistar a Abel Yáñez Gallegos, presidente del comité de gestión de turismo de la provincia de Palpa, a quien recogemos camino al mirador de Llipata.
A diferencia de las figuras de Nasca, estudiadas por María Reiche, las de Palpa pueden verse desde el suelo, las laderas cercanas o el mirador. Aquí en Llipata, John Soto, que es guardián y artesano, nos muestra todo lo que hay en el lugar y las piedras que talla con las líneas de Palpa. Nos dirigimos luego a los petroglifos de Chichictara, que en quechua es “lluvia de arena”. Pasamos por Palpa de nuevo para tomar otra ruta. En 20 minutos estamos en el km 7.5, donde se encuentra uno de los tres ingresos a Chichictara. El primer petroglifo es el llamado ‘Las etapas de la vida’, en el que se aprecian tallados en la piedra, un niño, un adulto y un anciano, este último con tres piernas.
Se han contabilizado 1,200 dibujos, labrados sobre rocas volcánicas y aluviales, donde hay imágenes de guerreros, felinos, aves, camarones, serpientes bicéfalas, monos. Son 3 km donde reposan petroglifos de 2,000 años. Seguimos por una trocha carrozable de 4 km para llegar a la ciudad perdida de Huayuri, localizada en el valle de Santa Cruz, Huayuri fue construida por los nascas que huían de la invasión del inca Pachacútec.
Cae la tarde. Hoy descubrimos una ciudad perdida, un petroglifo que representa las etapas de la vida y nos reímos con los calores de un gallo enamorador. La promesa es un chancho al cilindro para cenar y frutas en almíbar preparadas por María Paz. Todo en un día, pero Palpa ofrece más. ●