El Peruano
Año 5. Edición Nº 270. Jueves 6 de setiembre de 2018

ESPECIAL
FERVOR Y BENDICIÓN

Andares de la Mamacha Cocharcas

El fervor del pueblo trasciende los ámbitos de la confesión y el púlpito, y se traslada a los caminos y los pueblos. Trasciende también la localía, genera réplicas y nuevas sucursales de adoración, cada una con su particularidad. La Mamacha Cocharcas lo sabe. Texto y fotos: Rolly Valdivia
Dónde están las palabras que necesito para escribir esta historia. Las busco desde hace horas –miento, me avergüenza decir que ya son días–, pero todos mis intentos son vanos. Los vocablos que encuentro no me satisfacen, no me dicen nada o me dicen muy poco cuando los engarzo, formando frases y oraciones que carecen de sentido, brillo y profundidad.

Son llanas. Las elimino. No merecen ser publicadas ni compartidas. Quizá exagero y no se lee tan mal aquello de que “el río Pampas me intimida, aunque Felipe asegure que las aguas ahora están mansitas, no como en los días de lluvia y cauce arrebatado...”. Tal vez no sea una pésima entrada escribir que se trata de “una noche en vela, literalmente en vela en la iglesia y en la plaza del pueblo, donde el frío solo se combate con frazadas y ponchos gruesos de lana, jamás con teteras de calientito o sendas botellas de aguardiente”.

No me rendiré. De alguna manera, atraparé a las palabras esquivas. Pero cómo hacerlo. ¿Acaso debería empezar con el testimonio de esa mujer que desafía las distancias y el cauce arrebatado del río –por más que Felipe alegue lo contrario– para dejar tan solo constancia de su fe en un sendero que es pendiente de polvo y, luego, agradecer el milagro concedido pasando la noche en vela en el atrio o en la plaza?

La devoción es tan grande como el bullicio de la fe. Aquí no hay estridencias ni excesos festivos.

Ese sería el final de su extenuante recorrido. El de ella y el de miles de creyentes, incluyendo a los quimichos, esos personajes abnegados que el 7 de agosto retornan a Cocharcas (Chincheros, Apurímac), después de tres meses de peregrinaje por pampas y valles, por quebradas y orillas costeras, por ciudades y caseríos en los que son recibidos en viviendas modestas, en locales comunales, en cuartos penumbrosos que se convierten en efímeros lugares de culto y oración.

Nadie los obliga a dejar su tierra ni a abandonar sus trabajos. Es un compromiso voluntario. Una muestra desinteresada de amor y sacrificio. Una tarea autoimpuesta que se cumple fielmente hasta que la Mamacha Cocharcas decida que ya estuvo bueno. ¿Que cómo lo hace? Ese es un misterio. ¿Será una sensación que aguijonea el alma o será que ella aprovecha las horas de sueño de los quimichos para transmitirles ese mensaje?

Roque no me revelaría ese misterio. Es probable que lo supiera, pero no se atrevió a contármelo cuando lo conocí en San Francisco de Pujas (Vilcas Huamán, Ayacucho) hace un par de años atrás. Y eso que Roque era o es –no he vuelto a verlo para comprobarlo– un quimicho que tocaba la chirisuya (un antiguo y tradicional instrumento de viento), que oraba y cantaba, mientras iba con una réplica de la Virgen.

También tenía un lorito que dormitaba en una de las esquinas de ese extraño cajón que servía de altar y que cargaba en los hombros como si fuera una mochila, cuando los fieles de Pujas y de Cedro Pampa, la localidad apurimeña que recibe a los andariegos después de cruzar un río que –a pesar de los alegatos de Felipe– siempre mete miedo, le rezaban o pedían la bendición de esa Mamacha viajera que había estado en Lima, Ica y Ayacucho.

Mamacha peregrina

En Cocharcas hay tres Vírgenes. Una nunca abandona el pueblo. Las otras dos –la Reina Grande y la Reina Chica– se van y vuelven todos los años. No solo son recibidas en Lima, Ica y Ayacucho. También en Cusco, Puno y, a veces, hasta Copacabana (Bolivia). Es lejos, muy lejos, pero según parece la fe no solo mueve montañas, también acorta las distancias, aunque, a pesar de eso, el peregrinaje siempre será un reto y un desafío.

Lo fue desde el inicio, desde el momento mismo en el que Sebastián Quimicchi decidiera –en las postrimerías del siglo XVI– llevar una réplica de la Virgen de Copacabana a su tierra: San Pedro de Cocharcas. No era un capricho, era su forma de agradecer un milagro; pero el traslado de la imagen, tallada con artística maestría por Tito Yupanqui, un descendiente directo de los incas, se convertiría en un castigo de ribetes bíblicos.

Curiosamente, la historia cuenta que, a pesar del sufrimiento y las vicisitudes de la travesía, la Virgencita era recibida siempre con alegría. Su presencia generaba ilusión y esperanza. Valía la pena el esfuerzo. Lo vale hasta hoy. Y es por eso que quimichos y sus acompañantes no abandonan y persisten, replegando el cansancio y el sueño... porque ya falta poco, Roque, porque Cocharcas está allá arriba. Lo sabes, lo sientes. Te alegras.

Fiesta y devoción
  • El viaje: El Santuario de Nuestra Señora de Cocharcas (Chincheros, Apurímac) se encuentra a 248 km de Abancay (la capital regional) y a 193 km de Huamanga (Ayacucho).
  • El 8 de setiembre es el día central de la celebración de Nuestra Señora de Cocharcas. El ingreso de la Reina Grande y la Reina Chica se realiza el día anterior.
  • La Mamacha Cocharcas también es festejada con gran pompa en Sapallanga y Orcotuna (Junín).
  • La chirisuya, instrumento de viento familiar de los oboes, fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación por ser utilizada en las manifestaciones indígenas culturales de mayor trascendencia del país, incluyendo la fiesta de la Virgen de Cocharcas.

Música y danza de recibimiento. Las tres Mamachas se reencuentran en la plaza y en el atrio de la iglesia colonial. Hay tanta gente que apenas se puede caminar. La devoción es tan grande como el bullicio de la fe, solo de la fe. Aquí no hay estridencias ni excesos festivos. Tampoco se baila o se bebe hasta el amanecer. Si alguien lo hiciera, terminaría rezando en el calabozo y pidiendo la indulgencia de un comisario, mas no de la Virgencita.

Purita devoción

Portarse bien. Respetar la costumbre. Explorar la noche de vigilia con su mar de velas encendidas, con sus carpas zarandeadas por el viento, con sus voces que entonan cantares religiosos o musitan el ‘Dios te salve, María’, con sus manos que recorren las cuentas de los rosarios, con sus rodillas que se hincan para pedir perdón, con sus comerciantes de cuadros y estampitas, y, sobre todo, con la anhelante y multitudinaria espera del amanecer.

Un nuevo día. Misa y procesión. Más devotos y peregrinos de la Virgen de Cocharcas, la Mamacha querida que convoca y visita a sus fieles y que, según parece, se da hasta un tiempito para esconderle las palabras a los periodistas viajeros que quieren escribir parte de su historia. Eso es lo que pienso ahora, cuando después de muchos días –ya no me avergüenza decirlo– concluyo este relato que me animaría a calificar de milagroso porque sigo sin entender cómo hice para encontrar todas estas palabras.