El Peruano
Año 5. Ediciónn Nº 274. Jueves 4 de octubre de 2018

DANZA DE TIJERAS
ESPECIAL
LENGUAJE DE LAS TIJERAS

Acrobacia, arte y celebración

El sincretismo que redefine el mundo andino se aprecia también en la danza, en sus movimientos y sus pasos. Lo saben los danzantes de tijera que deben dominar los 360 pasos que le dan el estatus de maestros y la autoridad para inducirnos a ingresar en ese mundo de arte y celebración. Texto y foto: Juan Puelles
Con la danza se les rinde tributo y el danzante es una especie de mediador”, afirma Pascual Flores, profesor de Andamarca, mágica tierra del sur ayacuchano que se jacta de ser cuna de esta hermética y sorprendente danza del Perú, la mítica danza de tijeras.

La religiosidad andina basa su panteón en la naturaleza. La montaña, el viento, los ríos, las lagunas, las cascadas, todo se interrelaciona y los apus o wamanis son los espíritus fuertemente enraizados en ella. Una geografía sagrada que se manifiesta a cada comunidad; siendo la danza no solo una representación, sino que va más allá, se convierte en ese lazo que une la religión andina con el pueblo.

El profesor Pascual ha investigado las tradiciones andamarquinas y, ahora que busco información sobre esta particular expresión folclórica, él es un libro abierto. La danza de tijeras se baila en las regiones de Huancavelica, Apurímac, Ayacucho y la parte norte de Arequipa, regiones pertenecientes a la antigua nación chanka y es en Ayacucho donde se habría dado su génesis.

Me acomodo junto a una fogata, bajo un cielo negro como el azabache, tachonado con miles de estrellas. Pascual, con la mirada fija en el fuego, inicia el relato del antiquísimo mito que entronca el origen de esta danza en dominios ayacuchanos.

Cuentan los abuelos que hace mucho tiempo un chiquillo de 14 años que vivía con su madre en un pueblito de por aquí salió a buscar leña. Al ver que la leña escaseaba en el lugar se adentró en una quebrada por la que discurría un riachuelo y llegó hasta una cueva, muy cerca de una cascada o pajcha.

Grande fue su sorpresa al ver en la orilla del riachuelo a otro muchacho ataviado con una vestimenta multicolor, ejecutando una extraña danza. El danzante llevaba en la mano derecha unos metales que parecían tijeras y lo invito a seguir el baile, a lo que el adolescente asintió, envolviéndose en la rítmica y aprendiendo muy bien los pasos. Le recomendó practicar hasta perfeccionarse y el joven, diligente, acometió el reto llegando a convertirse con el tiempo en un maestro.

Un día, la madre y los mayordomos de la fiesta del pueblo siguieron al joven bailarín hasta el arroyo, encontrando al muchacho y a su anónimo amigo danzando, haciendo sonar las “tijeras” al compás de una insólita música. Al verse descubiertos, el amigo secreto se retiró raudo hacia la cueva, perdiéndose en ella. Algunos lograron verlo en pleno baile, en lo recóndito del socavón, vibrando con la música que provenía del choque de las gotas de agua contra las piedras.

Los abuelos dicen que ese desconocido mozo era, en realidad, el espíritu de la montaña, el wamani, y que la danza que le enseñó a su amigo es el camino para contactar con su telúrica fuerza. Desde entonces, los danzaq bailan y son mediadores entre el wamani y las personas.

Danza el ande
  • En cada lugar donde se baila la danza de tijeras, el danzante recibe un nombre particular, en Ayacucho, danzaq; en Huancavelica, gala; en Apurímac, saqra y en Arequipa, villanos.
  • En tiempos remotos, los llamados tusuq layqas (danzantes brujos) serían los antecesores del actual danzaq. En las ceremonias rituales, en vez de “tijeras”, usaban piedras, especialmente preparadas.
  • En el cuento La agonía de Rasu Ñiti, de José María Arguedas, se puede entender parte de la mística de esta danza.
  • Casi al final de esta crónica, el gran maestro Chuspicha partió a la eternidad. Dejó Andamarca y ahora danza junto al wamani y sus tijeras estremecen el panteón andino.
Sincretismo

La danza de tijeras ha sido estudiada por muchos especialistas. Algunos la relacionan con el movimiento Taki Onkoy, surgido en la época virreinal y que promovía la vuelta de las wacas, de toda la mística andina y la expulsión de la nueva religión. No hay un consenso al respecto, pero es obvio que esta manifestación folclórica se ha sincretizado, permitiendo el uso del arpa, el violín, la impresionante y colorida vestimenta y las “tijeras”, todos objetos de origen europeo que perviven con las tradiciones andinas.

Aunque suene a chanza, la danza de tijeras no usa tijeras. Fue el indigenista José María Arguedas quien, hacia 1950, propugnó el nombre, al ver las dos láminas de acero que los danzaq sujetan en la mano derecha formando algo parecido a una tijera. Afirman que una es macho y la otra hembra, haciendo eco de la dualidad en la cosmovisión andina.

Pascual me presenta a Froylán Ramos, ‘Chuspicha’, uno de los danzaq más representativos de Andamarca. “Un profesor me puso Chuspicha, que significa mosca, porque cuando era niño, los recados de un pueblo a otro los llevaba muy rápido, como volando. Bailo hace más de 30 años y vengo de una familia de danzantes muy antigua.”

La danza de tijeras se baila en las regiones de Huancavelica, Apurímac, Ayacucho y Arequipa.

La conversación con Chuspicha se prolonga más allá de la medianoche. Por él me entero que son 360 pasos y que, para llegar a ser un verdadero maestro, hay que aprendérselos todos. Además, me contó que las famosas competencias entre danzantes, donde hacen gala de retos asombrosos, se denominan atipanakuy. Obviamente, él ha participado en la mayoría de estos encuentros.

Aquella madrugada, conmovido por la tertulia, la danza de tijeras se me presenta en sueños, magnífica, vibrante. Y lo veo danzar poseído, entregado al poderoso sonido de las “tijeras” y a la melodía del arpa y el violín que bajo el sol que se mecía ya en el horizonte, suenan distinto. Al despertar, el ambiente seguía estremecido por las notas de esta singular manifestación de la mística andina. Una pregunta flota. ¿Habrá sido solo un sueño?