El Peruano
Año 5. Edición Nº 277. Jueves 25 de octubre de 2018

CRÓNICA DE MIRADORES

ESPECIAL
RECORRIDO EN LOS ANDES

Miradas inolvidables

Descubrir el Perú desde una mirada vertical para disfrutar del indescriptible cielo azul serrano, de la sinuosa geografía que recorre valles y se eleva hasta las montañas, de la flora y fauna que cada ruta nos ofrece, es una experiencia que no tiene comparación. ¿Se anima?. Texto y fotos: Rolly Valdivia
Me pregunto si valdrá la pena. Quizá debí quedarme en el pueblo o indagar más cuando el señor Oswaldo, contradiciendo al acostumbrado y mil veces repetido ‘aquicito nomás’, vaticinaría una jornada agotadora. “Todo el día van a demorar”, diría sin pizca de preocupación, como si eso de vivir trepando en las alturas fuera un paseíto.
Impetuoso busco una piedra para construir una apacheta, que es como pido protección a los apus.

Lo sería para él, un hombre de campo, de surco y semilla, que desaparece deseándonos suerte, cuando nuestros caminos se bifurcan a la salida de Copa, un pueblo con pinceladas rurales y urbanas, con una iglesia antigua sin fieles ni párroco, con una plaza convertida en campo futbolero por unos niños que ignoran el sobrevuelo de un cóndor. Total, es cosa de todos los días.

Me pregunto si valdrá la pena. Una y otra vez me lo pregunto. Siempre con voz bajita y entre susurros. No quiero que Leonardo me escuche, aunque eso no debería de preocuparme. Él está adelante evitando que el burrito remolón, que carga nuestras mochilas, se dé la media vuelta con la intención de retornar al pueblo o se encapriche de un momento a otro, solo para demostrar que puede ser más terco que una mula.

Nada de eso sucedió. El único que quería retornar y tenía ganas de encapricharse era yo, pero no lo hice. Seguí avanzando, subiendo, retando a mi cansancio y a mi propia persistencia. Sin ser un hombre de surco y semilla ¡llegaría!; siendo más terco que una mula llegaría a Ayamarca, el abra, el mirador, el punto más alto de mi desafío pedestre hacia el centro poblado de Huayllapa (Copa, Cajatambo).

Pero vuelvo a preguntarme si valdrá la pena. Tal vez mi paso lento y demorado terminaría jugándome en contra. Y el clima es incierto a 4,200 m.s.n.m. y la niebla –jaloneada por el viento– secuestra la luz, opaca el horizonte, entonces, todo este trajín será en vano. Tengo que acelerar, apurarme, ir más rápido, pero no puedo. Me duelen las piernas, me retumba el corazón. Igual, sigo andando.

Sé lo que busco, mas no sé si lo encontraré. Las nubes amenazan con borronear el panorama prometedor descrito por Leonardo. “Se ve toda la cordillera”, me había motivado para enrumbar “hacia ese mirador que muy pocos conocen” –y pienso en el Yerupajá, en el Siula Grande, en el Carnicero–. ¿Y si fue un señuelo para animarme a explorar su tierra? No sé qué pensar. Temo ser recibido por un cielo encapotado.

Sí, lo sé, ya lo he dicho varias veces: no sé si valdrá la pena o será que siempre vale la pena. Me animo. Sé que estoy cerca. No queda más por subir, aunque no veo ni una sola cumbre. Tampoco a Leonardo. ¿Dónde están, dónde se han metido? Resignado, avanzó sin entusiasmo por un terreno ondulado. Me atrapa el frío y quiero desparramar mi cansancio en el suelo pedregoso. No lo hago, más bien corro, grito, alzo los brazos.

Imágenes energéticas

Mis fuerzas reaparecen al descubrir las montañas. No era una mentira. Allí estaban los eslabones nevados del Huayhuash. Sus cumbres rasgaban las nubes. Las vi, me gustaron, me llenaron de energía. Ya no hay cansancio ni agitación. Impetuoso busco una piedra que no es enorme ni pequeña para colocarla en lo más alto de una apacheta. Es mi forma de pedirles permiso y protección a los apus.

Eso lo aprendí en otros parajes, como fui aprendiendo a ofrendar hojitas de coca, traguito y hasta caramelitos de limón en las abras y miradores que he visitado durante más de 20 años. Desde esas atalayas, localizadas siempre a miles de metros sobre el nivel del mar, he admirado la intrincada geografía del Perú y la grandeza de esos picos que los antiguos consideraban dioses. Por eso los reverenciaban, los respetaban.

Trato de recordar, de ubicarme mentalmente en esos lugares mientras espero a Leonardo, afanado en descargar al burrito que no quiso ser terco como una mula. Y me veo frente al Pariacaca (5,750 metros) en la Reserva Paisajística Nor Yauyos Cochas (Junín y Lima) o ascendiendo al abra de Salcantay para acercarme a la montaña del mismo nombre (6,271 metros), uno de los gigantes de la cadena del Vilcabamba (Cusco).

Otras visiones en travesías menos azarosas en las que solo hay que pegarse a la ventana del bus o bajar sin prisas a 4,910 m.s.n.m (los pasos cortitos son buenos para escaparse del soroche) para conocer el mirador de los volcanes de Patapampa, en la Reserva Nacional Salinas Aguada Blanca, una zona protegida, habitada por vicuñas, una parada obligatoria en el camino hacia las profundidades del Colca (Caylloma, Arequipa).

Libreta de apuntes
  • A pesar de ser parte de un mismo distrito, no existe conexión carretera entre Copa y Huayllapa.
  • Huayhuash: Es una cordillera que recorre las regiones de Lima, Huánuco y Áncash. El Yerupajá (6,635 m. de altura), la segunda montaña más alta del Perú, está en esta cordillera.
  • Con 5,976 metros de altura, el volcán Sabancaya está activo.
  • La cordillera Blanca tiene una extensión de 200 kilómetros. Es la mayor cordillera tropical del mundo. El Huascarán (6768), la montaña más alta del Perú, es una de sus cumbres.
  • Los volcanes de Andagua, Shippee y Johnson deben su nombres a los estadounidenses que los sobrevolaron en 1931.
Lección de geografía

Y allí está el orgulloso Misti y el Chachani; el Ampato de la momia Juanita y el Sabancaya; el Hualca Hualca, del que proceden los cabanas, y el Chucura; el Mismi, donde para algunos nace el Amazonas, y el Ubinas. Una selección volcánica que podría competir en belleza con los nevados de la cordillera Blanca que se aprecian majestuosos desde la plaza de la comunidad campesina 24 de Junio-Piruruyoc (Independencia, Huaraz).

También desde la carretera sinuosa y asfaltada que une Casma con la capital ancashina. Del mar a la montaña, remontando pisos altitudinales en una clase práctica de geografía. Ya que los viajes son como las páginas de un inmenso Atlas o los capítulos de un libro de historia que se lee y se interpreta paso a paso. Eso es lo que me ocurrió en el sendero que trepa hacia el mirador de Antaymarca (Castilla, Arequipa).

En esa ruta de cascajo y espinas conocería la herencia arqueológica que los collaguas e incas dejaron en Andagua. Un hallazgo inesperado. Una sorpresa en la búsqueda de Los Mellizos, esos cráteres idénticos que son algo así como el ícono del valle de los Volcanes, el escenario que se abre y se muestra allá abajo, como el senderito por el que tendré que descender para llegar a Huayllapa. No será fácil, pero valdrá la pena. ●