El Peruano
Año 5. Edición Nº 278. Jueves 15 de noviembre de 2018

PIURA
ES VERANO
ESPECIAL
ESCAPE A LA COSTA DE PIURA

Un mar de emociones

La temporada del estío, luminosa y abrasadora como suele ser en el norte peruano, llega para hacernos disfrutar de la naturaleza y a partir de ella de muchas actividades que la costa nos regala: deportes marinos, culinaria deliciosa, puestas de sol impresionantes y muchas otras posibilidades, con el calor de Piura. Texto y foto: Rolly Valdivia
Despiertas. Bostezas. Te lamentas. Quisieras poder ‘reescribir’ esa crónica intensa y colorida que ‘redactaste’ mientras dormías. Lo intentas. Fracasas. Solo rescatas palabras sueltas, vocablos aislados que tendrás que engarzar de alguna manera para que todo tenga sentido, pero es difícil porque el llenador sigue gritando y los motores gruñen y el sol convierte a sus rayos en lanzas que derriten tus ideas.

Alguien debería inventar una máquina para grabar los sueños, tecleas después de fallar una y mil veces en el propósito de entrelazar o encajar como si fueran las piezas de un rompecabezas: el descanso en las arenas con la maestría de los artesanos, el ir y venir de las olas con el andar remolón de los piajenos, el clarito que siempre se sirve en poto con las travesuras de un niño malgeniado.

Y cuándo describirás a las ‘gorditas’ de cerámica, y a los sombreros de paja, al ceviche que se siempre es acompañado con la llamada zarandaja... ¿Y los chifles y los algarrobos y las ricas natillas y el mar de Grau con su luna de Paita y su sol intenso y anaranjado de Colán, con sus remembranzas de los brindis de Hemingway, con las olas retadoras de Lobitos, con la agitación cosmopolita de Máncora y con el encanto innegable de Los Órganos?

El encanto

Es peligroso y no hay que fiarse de él. Engaña a los navegantes, los extravía. Ellos aparecen en otras costas. Es mágico, respetado y lo llaman El Encanto; sí, ese es el nombre del cerro que está muy cerca de las orillas de Los Órganos, un distrito con vista al mar de la provincia de Talara (Piura), en el que los pescadores se internan en el Pacífico en embarcaciones con mástiles y velas.

No te consta. Te has librado de ese encantamiento, aunque has caído en muchos otros. Y cuando en la calle siguen vociferando idas y vueltas a Pro y a Universitaria, piensas en Punta Veleros, la playa cercana a ese pueblo que conoció del auge de la explotación petrolífera, y en El Ñuro, la caleta, el muelle, el rinconcito costero donde es posible nadar al lado de las tortugas marinas.

Eso escribiste en tu sueño o será acaso que esa crónica perdida se iniciaba en Chulucanas o en Catacaos. Allá no hay playa ni aroma marino. Tampoco surfistas en busca de las arremetidas del oleaje. Eso sí, el calor es igual de intenso y amerita refrescarse con clarito –esa chicha suavecita, esa chicha que no embriaga– en una picantería en la que el mayor o único lujo es el sabor de cada plato.

Sabores norteños

Majao y malarrabia, tamalito verde y seco de chabelo, ceviche con zarandaja (el frijolito que se entromete en el jugo del limón) y el clásico cabrito a la norteña, casi tan clásico y apreciado como las figuras de cerámicas que moldean los artesanos de Chulucanas (Morropón), siguiendo la herencia ancestral de los vicús y tallanes; y las finísimas filigranas de Catacaos, donde también se trabaja con maestría la paja toquilla.

Arte y buen sabor en las afueras de Piura, la capital regional, la ciudad que intenta recuperarse de los daños ocasionados por El Niño, ese fenómeno climático que habría precipitado el final de las principales civilizaciones prehispánicas del norte. Muchos siglos han pasado desde entonces, pero la falta de previsión sumada a la enjundia de la naturaleza siguen atormentando a estas tierras.

Ojalá que se aprenda la lección, como debería de aprender el llenador de los mototaxis que tan temprano no se grita, porque quizá, tal vez, quién sabe, señor, podría interrumpir los sueños de redacción de un vecino-periodista-viajero, justo cuando sus vocablos encajaban como si estuviera armando un rompecabezas de diez piezas y no un texto de mil palabras. Esa es su tarea. El trabajo del día.

Y lo intenta y va avanzando y se da cuenta de que ya nadie grita destinos urbanos y que el sol ha vuelto a ocultarse. Otra vez el cielo gris limeño, tan diferente al celeste cálido que se impondrá en Máncora, Lobitos o Cabo Blanco (provincia de Talara), y también en Paita, Colán, Yacila y Cangrejos (provincia de Paita) cuando llegue ese verano que muchos esperan, que varios empiezan a planificar.

En los alrededores
  • Piura está a 987 kilómetros aproximadamente al norte de Lima. Es accesible por vía terrestre (16 horas) y aérea (1 hora).
  • Distancias desde Piura: Catacaos, 14 kilómetros; Chulucanas, 62 km; Paita, 54 km; Máncora, 181 km. Hay transportes públicos en diversas modalidades para estos destinos.
  • La Encantada es la zona de Chulucanas donde se halla el mayor número de artesanos. Su obra es producto bandera.
  • A Catacaos se le considera la Capital Artesanal de Piura.
  • Los destinos costeros de Piura tienen infraestructura turística, Máncora ofrece mayor diversidad. En Lobitos y Cabo Blanco, la oferta es más limitada.
Al calor de una sonrisa

Hacia dónde ir este verano. No, no a la Universitaria ni a la Túpac Amaru –deje de insistir, señor llenador–. Tal vez al aeropuerto o a la Panamericana Norte, para emprender por primera vez o una vez más el camino hacia Piura. Un destino de mar y arena, de sazón y creatividad que jamás decepciona y donde el calor no se mide únicamente en grados centígrados, sino también en la intensidad de las sonrisas de su gente.

¿Y ese mar de Grau con su luna de Paita y el sol intenso de Colán... con el recuerdo de los brindis de Hemingway?

Sí, del pescador que cuenta sobre El Encanto, de la cocinera que no revela sus secretos gastronómicos, del artesano que aprendió a crear viendo a su padre, del campesino que va y viene de su chacra en un piajeno (burro), del bodeguero que se alegra cuando llegan los surfistas, de la señora que vende chifles en una esquina y te informa que por allá salen los colectivos a Cabo Blanco.

El pueblo que alguna vez albergó al nobel Ernest Hemingway, empeñado en atrapar merlines y secar botellas de pisco. Esos eran otros tiempos. Como otros tiempos se vivieron en Lobitos, cuando sus casas de pino oregon estaban en pie. Hoy, la mayoría están en ruinas; pero queda el recuerdo y también el mar, siempre el mar y esas olas que se disfrutan despierto y se describen en los sueños. ●