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no.
Viernes 9 de junio de 2017
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LEGADOS
casó, perofueunmatrimonio
queacabómuymal. Ycuando
hablaba de sus romances, a
ella, a quien llamaban ‘La fa-
raona’, nadie lepodía impedir
que cali icara a sus ‘maridos’
–segúnsus frases–comouna
tropa de cobardes.
TALLADEARTISTA
No fue unamujer de gran re-
gistrovocal, pero la emoción
que imponía en su canto era
una exclamación desgarra-
dora y sensible. Como otras
mujeres provincianas, Flor
Pucarina cantaba a ese des-
tino desventurado de haber
bajado a los in iernos enuna
urbe que les desgarraba las
carnes. Entonces, a sus can-
tosde susdesgracias leagre-
gaba siempre las alusiones al
alcohol; y entonces el cóctel
eramortal. Con Flor Pucari-
na, sus seguidores lloraban,
literalmente. Ysúmeseaeste
trance el propio desarraigo
de las vidas que fueron ex-
pulsadas de sus terruños.
Entonces la artista se con-
vertía en el desfogue de un
sentimiento atacado por las
desdichas.
Con Flor Pucarina ocurre
el mismo atractivo que con
otro emblemático persona-
je del folclor, Pica lor de los
Andes. Era una cantante de
explosionesemotivas, nosolo
le cantaba al amor, también
le cantaba a la tierra, a lama-
dre, a la hermosura andina,
al caminito de Huancayo.
Porque no solo hacia suspi-
rar, también hacia zapatear
como lluvia primeriza de oc-
tubre. Cuando Flor Pucarina
canta, segozaose llora, decía
su pueblo.
El cronista Edwin Sar-
miento la recordaba hace
muypocoenunsentidotexto
de esta manera: “Pucarina
fueunamujerdegrandespa-
siones. Alta, erguida, labios
carnosos y pronunciados,
su vestuario multicolor con
bordados de arte wanka,
solía ocultar esa cintura de
avispa, que se extendía, pro-
porcionalmente, sobre unas
caderas solemnes, inmensas,
voluptuosas. Se decía de ella
que prefería usar diferente
vestido en cada actuación.
Llenaba escenarios, por
donde se presentaba. Fue
una diva. Gustaba acumular
aretes, collares, objetos de
oro macizo”. Y no le falta ra-
zón a Sarmiento. Ella fue de
una belleza superlativa que
enamoraba conuna dosis de
sensualidad paroxística.
Pasaría un tiempo desde
mi encuentro con ella en La
Parada y el TeatroMunicipal
cuando quise visitarla en su
lecho del hospital Edgardo
Rebagliatti. Esta vez no me
dejaron verla. Antes había
grabado sus últimos temas:
‘Mi Último Canto’, ‘Presenti-
miento’ y ‘Dile’, entre otros.
Un5deoctubre, noobstante,
no pudieron impedir que yo
cargara su ataúd desde La
Casadel Folclorista, enel dis-
trito de San Martín, hasta el
cementerioElÁngel deLima.
Milesdeperuanosestuvimos
enesamarcha inal de su lar-
goadiós, acompañándolacon
cantosy llantos. Pocosenten-
dieronentonces tamañama-
nifestacióndedolor demiles
de peruanos ante la muerte
de una persona desconocida
por el mundo ‘o icial’ hasta
pocas horas antes, recono-
cida por todos para siempre.
F
lor Pucarina tuvo una existencia intensa.
De ella, hoy se hubieran hecho series y
películas. Negada por muchos, vive en el
corazón del pueblo. El antropólogo Rodrigo
Montoya la ha descrito de esta manera: “Flor
Pucarina debe ser vista como una heroína
popular, como una mujer que supo encarnar
el sufrimiento, la amargura, las frustraciones,
esperanzas y alegrías de los migrantes”.
HEROÍNA POPULAR
“Una frase
era frecuente
paraexplicar
suexistencia: El
infiernocamina
conmigo, amé
siemprey jamás
fui amada”.
nerse a trabajar en loque sea
paraapoyar laeconomíade la
casa.Ahí, ellareconoceríaque
fue una muchacha de barrio
popular que templó su genio
gracias a que vivió con todas
lasmiserias de esemundo.
DOLORPROVINCIANO
Había pedido una caja de
cerveza en el bar ‘Mi refugio’
en la avenida Aviación, a tres
cuadrasdeLaParada.Dijoque
ledolíael almayenesetrance
estaba desde el día anterior.
Y se demoraron con su tra-
go porque ya no querían que
beba. Yentonces, entre lloros
y sollozos, se puso a cantar
“Solasiempresolavoy lloran-
dopor elmundosinconsuelo
en la vida…”. Yo era redactor
delarevista
Festival
yeldirec-
tor,AntonioMuñozMonge,me
había pedido que escribiera
un per il sobre la gran Flor
Pucarina. Llegué esa maña-
na a su casa y encontré a una
mujerdecarácter fuertepero
lastimada, que conforme iba
respondiendomispreguntas
fuedesnudandoaese ser col-
mado de ternuras y afectos
que la embargaban.
Pero dos horasmás tarde
me pidió que la acompañara
ahacerunostrámites.Así, en-
contré a la otra dama que ya
estabaalbordedecumplir50
añosyquenogozabadebuena
salud y que tenía puntos de
vista muy críticos sobre el
ambiente folclórico. Cuando
contaba de su vida artística,
se emocionaba al mencionar
a lasgrandesde lamúsicape-
ruana. Peroenesoaparecían
las iguras de los capitostes
y empresarios que, cuando
ellareciéncomenzaba,habían
abusado de su juventud y de
susobligacionespor sobrevi-
virenunambientede lúmpe-
nes y canallas.
El periodismodeespectá-
culosdeaquellosañosrecono-
cía que Flor Pucarina había
conseguido una posición,
pero gracias a que en algún
momento de su vida puso su
arte al servicio de su condi-
ción y género. Una frase era
frecuente para explicar su
existencia:“Elin iernocamina
conmigo,amésiempreyjamás
fui amada”. Yaquello lo repe-
tía incluso cuando entendía
que la mayoría de sus segui-
dores tenía la misma marca
en sus vidas. Una sola vez se