El Peruano

Año 107 // 3ª etapa // 542 // Viernes 13 de abril de 2018
PROPUESTAS

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EL SIGLO DE LA MUJER

Sus caminatas de infancia se alteraron con la irrupción de seres pendientes de su cuerpo y de su ropa, de cómo debía ser una mujer. Natalia Iguiñiz prefirió descubrirlo por sí misma. Su obra artística es también un testimonio.
ESCRIBE: LUIS F. PALOMINO
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Natalia no aparece aún. En las paredes de este sétimo piso miraflorino hay varios cuadros, pero uno de ellos jala la vista, por los labios enrojecidos de su retratado: un Mao Tse-tung que no está precisamente colgado, sino puesto en el suelo. De un pasillo, Natalia Iguiñiz emerge despeinada, vestida de negro. Pide disculpas por el ambiente matutino y ofrece, con amabilidad, una tacita de café.

“Mis trabajos se preguntan qué significa ser mujer en esta sociedad; allí puse mi foco”, explica, a continuación, en referencia a Energías sociales/Fuerzas vitales, muestra antológica que reunió 50 proyectos y obras de sus 25 años como artista y que se exhibió hasta hace unos días en la galería Germán Krüger Espantoso del Icpna de Miraflores.

Su temática varía desde la menstruación hasta el embarazo, hitos corporales que Natalia ha vivido y que marcaron tanto su piel, con cicatrices de parto, como sus creaciones: toallas higiénicas, mujeres forzadas a gestar, madres dándose de lactar a sí mismas, madres cortando en pedacitos y comiéndose a sus hijos.

Ahora recuerda su embarazo. “No me sentía cuidada por mi pareja, por la sociedad, por la familia. Me sentía bastante sola”, relata, al hablar de Pequeñas historias de la maternidad, muestra que presentó en el 2005. Observar sus obras en cronología es también una lectura de su diario íntimo, de su subjetividad.

En el 2010, Natalia pegó afiches que representaban partes de la anatomía de María Elena Moyano en diversas zonas de la capital. Moyano fue asesinada y su cuerpo dinamitado en 1992 por Sendero Luminoso. Iguiñiz, que atravesaba por los trances de un divorcio, sentía que también estaba siendo mutilada, que le estaban quitando un brazo, una pierna.

Ironías de la vida, ahora se ríe al comentar que se sentiría tullida si continuase casada. Con esa audacia irreverente, ha sabido virar su introspección hacia discursos colectivos.

SUELDO BÁSICO

Natalia es una mujer del siglo XXI que tiene hijos, que trabaja, que es artista y maestra, que moviliza gente y que reclama que las labores de cuidado doméstico –como ser madre y hacerse cargo de la prole– sean remuneradas con un sueldo básico por el Estado. “Creo que la sociedad exige mucho de las madres, pero les da poco. Me hubiese gustado tener la tranquilidad de una pequeña base económica que me permitiera dedicarle más tiempo a la maternidad, no tener que salir disparada a trabajar o depender de otra persona”, dice.

Precisamente, el trabajo de casa fue eje de La otra, una serie de retratos de mujeres con las empleadas domésticas a su cargo –o viceversa– que Natalia estrenó en el 2001.

Millones de veces me han metido la mano y me han gritado de todo. La vida de una mujer joven en este país es un infierno
ACTIVISMO

Además de extrapolar su arte de lo privado a lo público, del cuerpo a lo comunitario, Natalia también es sensible a las injusticias que se viven en una sociedad como la nuestra. En el final del oscuro fujimorato, participó de un entierro simbólico –el de las elecciones y su organización– y lavó la bandera peruana frente al Palacio de Gobierno.

Protestar contra la corrupción no es una misión de los artistas, pero sí una responsabilidad social de los ciudadanos, asegura. Años más tarde, en el 2016, Natalia Iguiñiz fue una de las gestoras de la multitudinaria marcha Ni Una Menos en Lima. La llamada violencia de género también la ha tocado. “Millones de veces me han metido la mano y me han gritado de todo. La vida de una mujer joven en este país es un infierno”.

Hace memoria y cuenta que una vez escuchó cómo un hombre le estaba pegando a una mujer en otro departamento del edificio donde vivía. Dice que ella llamó por teléfono a los serenos y que estos aparecieron, pero que, a la hora de reportar el caso para proceder con la denuncia, la mujer negó la agresión.

Con esa habilidad para conectar puntos aparentemente aislados, Natalia sugiere que la liberación de Adriano Pozo –el hombre que fue grabado arrastrando de los pelos a una mujer en un hospedaje en Ayacucho– es un síntoma más de la impunidad y de la misma corrupción política que indigna tanto al país.

Un detalle. Natalia ha trabajado con variadas técnicas de arte a lo largo de su carrera, pero hay algo casi invariable en sus piezas: la ausencia del hombre. Curiosamente, admite ella, no los hay. Bueno, si se obvia a ese Mao de labios pintados de rojo, en los cuadros de su sala tampoco. “Pero sí hay hombres en mi vida”, acota, antes de reírse a carcajadas.