Como ante una ecuación de cuatro variables difícil de resolver, Millard Llanque simplifica: “Hay ausencias que hacen daño”
El ‘taller’ de Llanque es una tripita de tres metros de largo por 60 centímetros de ancho, un apéndice en desuso, una esquina a la que nadie hacía caso dentro de una planta industrial, en Villa María del Triunfo, donde se procesan mármoles y lajas que van a parar a los nuevos edificios de Lima. No tenía dónde trabajar y una mañana se decidió a hablarle al dueño de esa fábrica. Llevó un portafolio bajo el brazo con imágenes de los bustos que había hecho en sus cinco años de estudio en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes y la carta de compromiso que le dieron al graduarse para organizar una muestra individual con sus esculturas.
Millard estaba dispuesto a pagar un alquiler, pero entonces el empresario le hizo una oferta que no pudo rechazar: “No me pagues nada ahora, pero cuando termines tu exposición, me haces un busto en mármol”. El artista aceptó el trueque y se estrecharon las manos. Era setiembre del año pasado y ya tenía dónde cincelar las piezas para la muestra a la que se había comprometido.
En Puno, antes de mudarse a Lima, Millard ya trabajaba con granito. Hizo un escudo para el frontis de la Universidad Nacional del Altiplano, donde empezó sus estudios de arte –más teoría que práctica– y la cabeza de un inca para adornar el jardín de la casa familiar, además de bustos a pedido para ganarse la vida. Juntó 2,000 soles y se marchó a la capital con el proyecto de ingresar a Bellas Artes. Ese dinero le alcanzó a duras penas para cubrir el primer año.
Entre 2010 y 2015 terminó todos los cursos de la escuela y egresó como bachiller en Artes Plásticas con especialidad en Escultura. En todo este tiempo, ha sido asistente de Cecilia Paredes, Humberto Hoyos y, recientemente, del maestro Pedro Copacati, cuyos consejos le han servido para mejorar las técnicas de esculpido y el manejo de materiales.
En la ceremonia de su graduación, hace dos años, por la calidad de sus obras Llanque recibió un premio que ahora valora más que antes: una beca completa para estudiar inglés, desde el nivel básico hasta el avanzado. Mientras trabaja con los cinceles y las martolinas en Villa María, Millard repasa sus lecciones de pronunciación y sueña con postular al Pratt Institute, en Nueva York, para hacer una maestría en escultura.
La exposición por la que tanto batalló en los últimos meses se inauguró por fin el 27 de abril, en la galería del Icpna del centro de Lima, con el título de Espacios vacíos. Es curioso, Millard debe ser el primer artista peruano que intenta una alegoría del vacío con granito, un material tan duro que, a simple vista, simboliza la presencia de lo concreto, todo lo perdurable de nuestro planeta.
Llanque explica que el nombre lo decidió con el curador de su muestra, Hugo Salazar Chuquimango. Estas obras, dice el curador, “proyectan de manera ilusoria el vacío dentro de ese bloque macizo, luego de ir labrando y pulverizando la materia pétrea en una concepción totalmente figurativa y envuelta en un simbolismo de ausencias”. Como ante una ecuación de cuatro variables difícil de resolver, Millard simplifica: “Hay ausencias que hacen daño”.
La ausencia, finalmente, no es la piedra, sino lo que falta de ella, comenta el artista. Cada vez que va a perforar una pieza para darle el sentido que necesita, Llanque le habla con el tono que usaría con un amigo, le da explicaciones. Se disculpa íntimamente. Como migrante, sabe que no es tan sencillo vivir incompleto. Las ausencias –dice– las llevamos en el alma: el silencio, la soledad, la indiferencia. Y cada uno las va recolectando a su manera.