El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 550 // Viernes 8 de junio de 2018
PERFILES
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MEMORIA INMÓVIL

Modelo de pintura y escultura desde hace 70 años, Rodolfo Muñoz sabe que su trabajo consiste no solo en permanecer inmóvil por horas, sino también en crear una conexión con el artista para la perfección de la obra. ESCRIBE: CÉSAR CHAMAN # #
Poco antes del mediodía, Rodolfo Muñoz ha salido en bata de noche del cementerio El Ángel. Allí, sobre dos bancas de madera y prácticamente desnudo, había repetido en silencio la ‘postura del atropellado’, esa que le pidieron para esculpir un cuerpo sin vida en el mausoleo en honor a los mártires de la Policía Nacional, allá por la década de 1980. Y ahora, en el Presbítero Maestro, nos guía por pasillos solitarios hasta toparnos con un hombre de bronce que exuda dolor sobre la tumba de Juan Elguera. Esa imagen inmóvil es la del propio Muñoz, con el torso de músculos firmes que tenía hace 43 años.
“Esa imagen inmóvil es la del propio Muñoz, con el torso de músculos firmes que tenía hace 43 años”.

Muñoz es modelo en la escuela de Bellas Artes desde 1948. Y al cabo de siete décadas posando para centenares de alumnos en los cursos básicos y avanzados de pintura y escultura, ya ha perdido la cuenta de todas las veces que alguien llevó sus facciones agudas al lienzo o a la masa obediente de la arcilla. Es cierto, no tiene una cifra, pero sí una referencia: en 1985, dos ladrones entraron a su departamento en la quinta Heeren, en Barrios Altos, y se llevaron 168 cuadros regalados por estudiantes a los que sirvió de modelo. Varias de esas pinturas llevaban las firmas de aprendices que, con el tiempo, se hicieron artistas de renombre.

–He posado para Tilsa, Delfín, Quintanilla, De Szyszlo…–, recuerda don Rodolfo, ejercitando la memoria hasta el límite de sus posibilidades. –¿Y qué siente al observar una escultura para la que usted posó muchos años atrás? –Me deja ver lo que fui… y lo que soy ahora –reflexiona, mientras agacha la mirada–. Aunque a mis 85 años, no estoy tan mal que digamos, ¿no?

MAESTRO MUÑOZ

El de Muñoz es uno de esos casos en que la experiencia equipara con creces a la teoría. En los pasillos de Bellas Artes, donde él nunca ocupó plaza de profesor, los estudiantes lo estiman como a un viejo maestro que sabe dar buenos consejos.

Un modelo eficiente es el que entabla una conexión espiritual con el artista –explica–, pues en la concepción y la realización de la obra de arte entran en juego la luz y el color, pero también la expresión, la mirada, la densidad y hasta la temperatura de la carne. Y eso no se consigue a partir de una fotografía.

MUÑOZ EN ESENCIA
“Un modelo no debe temer al desnudo; su trabajo es ayudar al artista a crear una obra y el desnudo es parte de esa responsabilidad. Antes me quitaba toda la ropa, pero ya no porque tengo una hernia que todavía no he podido operarme. Los modelos, lamentablemente, no son reconocidos: sus nombres no aparecen junto a la obra y eso es una gran injusticia. En algunos cuadros, los estudiantes de Bellas Artes me sacan jovencito, como un chico de 25 años, y eso causa la envidia de algunas personas. La perfección de un modelo es tener medidas completas: cintura angosta, caderas normales, piernas y brazos anchos, pies y manos grandes, buenas pantorrillas, flexibilidad en las muñecas. La doctora que me ve en el policlínico Chincha dice que tengo la columna de un chico de 15 años”.

Para el mausoleo en honor a los mártires de la Policía asesinados por el terrorismo, Muñoz repitió una misma postura durante tres meses, mientras el escultor Nery Coveñas plasmaba una imagen perfecta de la más abandonada indefensión.

El aporte de don Rodolfo para esa pieza de bronce se hizo conocido en Bellas Artes y los alumnos le pedían lo mismo para sus trabajos de fin de ciclo. Y entonces, con el fin de abreviar y ahorrarse largas explicaciones sobre la ubicación de los brazos caídos hacia los lados, las piernas separadas en ángulo de 30 grados y la cabeza rendida a la muerte, bautizaron la postura con ingenio y calle: la pose del atropellado.

Chato, cholo y ahora viejo, tres características que, en el Perú, a cualquier publicista le llevarían a descartar a un modelo. Muñoz recuerda que lo aceptaron de pura casualidad, cuando llegó a Bellas Artes a pedir trabajo como archivero.

En la escuela de Bellas Artes, los estudiantes lo estiman como a un viejo maestro que sabe dar buenos consejos.

El día en que se presentó había dos convocatorias: él se equivocó de fila y fue a parar a un ambiente donde un jurado le pidió que se quitara la ropa. No lo pensó mucho y se quedó en cueros. Total, cuando jugaba basquetbol en el colegio Salesiano, ducharse delante de sus compañeros era lo más normal del momento. En esa y en otras ocasiones, se midió con gente de bíceps y tríceps bien trabajados, muslos de gimnasio y abdominales perfectos. “Pero siempre gané. ¡Soy chato, pero muy competente!”, dice Muñoz con la más amplia de sus sonrisas. Para su tranquilidad, en el arte no cuenta la “perfección” sino la naturalidad, esa condición a la que don Rodolfo añade atributos innatos: muslos fuertes, brazos largos y un par de manos enormes, capaces de contener un cráneo sin estirar los tendones ni los aductores.

SOLO DIOS SABE

De regreso del cementerio, Muñoz posa para una escultura. “Diez minutitos, no más”, le propone un alumno, sabiendo que ya es hora de almuerzo. En el solar vetusto del jirón Ayacucho que atiende a comensales en busca de comida casera, hoy pedirá un lomo saltado. “No como carne, prefiero el pescado, pero lo hago por ustedes”.

–¿Hasta cuándo va a trabajar, don Rodolfo? –Hasta que Dios me diga ‘¡Basta, ahora te llevo!’. Pero hoy no me siento un anciano, no soy un inútil.