Han pasado 2,400 años desde que Eurípides escribió ‘Ifigenia’, y en esa época ya se pedía a gritos que se valorara a la mujer.
Cuando nos encontramos, está viviendo uno de esos pocos momentos no ligados al teatro, pero que comparte con todos los mortales: reniega por el mal servicio de una conocida compañía telefónica, aunque sus ojos se apaciguan cuando comienzan las preguntas relacionadas con la profesión que le ha dado sentido a todo.
–Es una cuestión histórica, o al menos ligada a mi historia personal. Cuando empecé a estudiar teatro, nunca trabajé las grandes tragedias griegas porque las sentía muy complicadas para mi edad. Luego, ese tipo de teatro “pasó de moda”, mientras que la llegada del gobierno militar trajo consigo el nacionalismo y un mayor interés de mi parte por trabajar sobre la realidad nacional con un sentido crítico. Desde entonces venía ligado a la exploración de lo experimental y al trabajo en conjunto con dramaturgos nacionales. Hace poco mi hijo me invitó a revisar los textos griegos, específicamente Ifigenia. Toca temas tan importantes que fue imposible no llevarla a las tablas.
–Esta época da más facilidades, pero lo que se complica más es la juventud. La juventud ha sido siempre rebelde, y esa rebeldía siempre trae aportes. Hoy, los nuevos actores y dramaturgos entran en conflicto entre la técnica y el sentir. Uno les dice “ponle garra”, pero ellos no creen en eso y buscan otras maneras. Si lo logran, está muy bien; pero como director, tienes que unificar los pesos de los personajes y el estilo de la obra. Y entiendo que, al comienzo, todos sienten que van a renovar el mundo, mas no entiendo que vengan y cambien la letra bajo la excusa de que “esa es su manera” o “ese es su estilo”. Hay un autor que se ha pasado horas y horas buscando una intención. No puedes alterar a Shakespeare, más allá de la traducción que respete la esencia.
–Me emociona mucho porque enseñar involucra una responsabilidad enorme, es todo un proceso. A veces puede ser frustrante al sentir que no estás dejando claro todo lo que quieres transmitir, pero casi siempre termina siendo una dicha el final del camino. Y volver a encontrártelos, ahora como profesionales, es la dicha más grande.
–Cuando te los encuentras, ya no les enseñas de esa manera, aunque en la práctica, todo director tiene que enseñar. O buscar la manera de que entiendan cómo deben ir, poniendo fronteras para una visión concreta.
–Que el mundo ha cambiado mucho tecnológicamente, pero no hemos avanzado nada en la existencia misma. Han pasado 2,400 años desde que Eurípides escribió Ifigenia, y en esa época ya se pedía a gritos que se revalorara a la mujer con líneas como “Yo he nacido libre como cualquier hombre”. Otro tema que continúa siendo vigente es el odio al extranjero porque parte importante de la historia gira en el sacrificio de aquellos que llegan a Tauris sin pertenecer a esa comunidad. Los griegos escriben desde hace milenios que “el huésped es sagrado”, pero señores como Ricardo Belmont se han olvidado de eso cuando usan el odio hacia los que huyen del hambre y la matanza en Venezuela.
La rebeldía del joven siempre trae aportes.Hoy, los actores y dramaturgos nuevos entran en conflicto entre la técnica y el sentimiento.
–Es una utopía. Yo creo que nos iremos de este mundo y ni siquiera sabremos qué nos destruyó. Los hombres somos complicados. Hay más humanidad en los animales que en el ser humano y YouTube está lleno de ejemplos.
–Lo es, pero hay que tener en cuenta que hay dos realidades al momento de hablar de teatro. Una realidad en que se llora, se vive, se pelea, se hace el amor. Una realidad que existe exclusivamente sobre el escenario y de la que aprendemos todos los artistas. La otra realidad se vive desde el lugar del público y nunca sabemos del todo qué tan preparados están para entender lo que ven, para vivirlo igual que nosotros.
–Como actor, todo me afectaba más. Ahora, como director, no tanto. Ya sé que va a pasar y me doy el gusto de sentarme en la platea a mirar la función. A veces voy a la cabina de luces porque es el único sitio donde algo puedo hacer si es necesario.
–La precisión. Para mí, la precisión es muy importante. Te doy un ejemplo. Aprendí gracias a Luis Jaime Cisneros, que me enseñaba Literatura, mi primer consejo teatral. Aunque esa época no sabía que lo podía aplicar a ese mundo: “No es cómo se dice, sino el tonito en el que se dice”. Y con el tiempo he aprendido que una misma frase, dicha con sarcasmo u honestidad, puede ser un arma letal o un halago.