Hasta hace un par de décadas, los enamorados solían enviarse cartas de amor. Escribían sobre la hoja de un cuaderno o sobre otro tipo de papel que estuviera a la altura de sus sentimientos. Los había de colores, formas y tamaños. A veces, incluso, al final del escrito, rociaban gotas de algún aroma del gusto de la persona amada o se las ingeniaban para pegar pétalos de flores. La idea era plasmar en aquella hoja de papel sus sentimientos y que ello perdurara en el tiempo.
La intención de impresionar viene de tiempos remotos. Desde su aparición, el ser humano ha sentido la necesidad de utilizar una superficie lisa para expresarse. Sucedió con los petroglifos del Neolítico, los papiros egipcios, las tablas de bambú del Asia Oriental, los pergaminos hechos con piel de becerro, oveja, cabra o carnero y curtidos con cal en Europa, y con el papel como lo conocemos hoy, inventado en China. Con el tiempo, el papel se convirtió en una de las expresiones emblemáticas de nuestra cultura, tanto que es parte de nuestra vida diaria. En la actualidad, hay cientos de tipos y tamaños. Pero, en el Perú hay un solo lugar donde se fabrica de forma artesanal uno de los papeles más finos del mundo: el de algodón.
HECHO A MANO
Todo empezó con un encuentro casual entre el sacerdote salesiano Samuele Fattini, el misionero Arturo Ballabio y el empresario papelero italiano Ángelo Moncini. El padre Fattini comentó que en la comunidad había necesidad de impulsar una actividad económica para combatir la desocupación que afligía a los jóvenes de su parroquia.
Con la experiencia de Ballabio en las misiones de la obra salesiana denominada Mato Grosso, en Sudamérica, y los 40 años de trayectoria en la industria del papel de Moncini, decidieron poner en marcha un taller-fábrica de papel en Nuevo Chimbote, que utilizara el algodón como insumo principal.
La idea nació con una característica muy innovadora, pues se pondría en marcha la primera planta productora de papel fino hecho a mano de altísima calidad en el Perú, capaz de competir con los más renombrados centros papeleros europeos y gestionado como una moderna empresa que fuese inserta en un contexto social caritativo, como el parroquial.
FINEZA DE PAPEL
Giacomo Pezarezi, voluntario italiano, está a cargo de la producción de hoy. Deben preparar un pedido de tarjetas para uno de los cinco restaurantes más famosos del mundo, ubicado en Lima. El detalle está en que estas tarjetas estarán incrustadas con ingredientes andinos usados en la preparación de sus platillos.
Los operarios son todos jóvenes voluntarios de la parroquia María Auxiliadora del barrio de Bella Mar. Anthony Dávila cierne la pulpa de algodón procesada para darle forma en un bastidor que le da tamaño y gramaje al futuro papel. Juan Zúñiga y Carlos Salas van incrustando hojas de oca, huampo, algarrobo y coca. Y, finalmente, Keny Sánchez termina de pasar una última capa líquida del preparado de algodón para que queden sellados los ingredientes andinos. Luego, pasará al secado, prensado y acabados finales. Y ya está.
Aquí también se prepara papel de acuarela, un tipo de papel de alta calidad que es empleado como lienzo por pintores nacionales y extranjeros. De hecho, varios pintores europeos hacen pedidos anuales para asegurarse de contar con este insumo clave en sus obras.
Dice Giacomo Pezarezi que hacer papel es un arte. “Pero hacerlo sabiendo que con eso ayudas a niños y jóvenes en necesidad es una satisfacción. Y lo más importante es hacerlo utilizando exclusivamente fibra de algodón, porque se minimiza completamente el impacto ambiental y la desforestación. Esa es nuestra contribución como jóvenes desde esta parte del país”.