Este prejuicio pasa por alto la creciente aparición de mujeres que, usando el lenguaje más coloquial, también cuentan relatos sobre independencia y sexualidad usando esta herramienta musical. Tomando lo que parecía exclusivo del hombre y dándole una perspectiva diferente y necesaria en estos tiempos de cambios fundamentales.
Ese es el caso de Vania Mitre, más conocida con el seudónimo de Ania, quien está haciendo la transición del pop electrónico a lo más urbano, arriesgado y desinhibido. Una evolución natural de su primer álbum, llamado Danza Animal, en el que se exploró como persona hasta un cansancio emocional que motivó un nuevo sendero con un innovador trasfondo.
En Danza Animal, la canción que le otorga el nombre al disco anterior, ella habla sobre sus ataques de pánico y ansiedad acompañada de un ritmo pegajoso, casi tribal, que permite un baile en la oscuridad, escoltado de reflexión.
Un ejemplo peculiar de lo que puede ser el pop cuando quiere ser honesto pero agotador para la cantante. Una catarsis cumplida que hoy la lleva a probar nuevos caminos en un género que puede ser complicado, socialmente hablando.
“Sigo siendo yo”, advierte, anticipando los comentarios negativos respecto al cambio en sus intenciones musicales. Ante los límites que algunos imponen, encadenando a artistas a un solo género e imposibilitando la exploración de nuevos territorios. Aquellos que creen que todo cambio es una imposición forzosa y, por lo tanto, viven atorados en una sola idea.
Ania camina en un nuevo género y lo hace pensando en los comentarios que esa movida puede generar, sobre todo entre los seguidores de esta vertiente que son igual de exigentes que el rockero más estudioso. No es una pose, es un legítimo interés en una nueva oportunidad de bailar sin detenerse en las consecuencias de nada.
Pero la cantante también reflexiona en las etiquetas que caerán sobre ella por unirse a las filas de un género no muy bien visto en ciertos sectores. Levanta sus escudos, pero no por eso esconde sus armas, al momento de apuntar que mucho de lo que se dirá viene del machismo dentro y fuera de la escena artística.
Si bien muchos coinciden en que el origen del género urbano en Latinoamérica reside en la década de los 80, todos están de acuerdo en que, por naturaleza, le perteneció a voces masculinas dispuestas a hablar –casi siempre– de sexo.
Décadas de canciones sobre el deseo y los encuentros ocasionales tienen nombre de hombre y, entonces, surge la pregunta del millón para la joven interprete: ¿Por qué debería darnos vergüenza a nosotras hacer lo mismo?
“Sin necesidad de ser vulgar, Ania cree que puede contar y cantar sobre su libertad mientras se sienta cómoda con la forma de hacerlo”.
Sin necesidad de ser vulgar, Ania cree que puede contar y cantar sobre su libertad mientras se sienta cómoda con la forma de hacerlo. E, incluso, los temas con los que ella no se siente cómoda no deberían ser un tabú para otras mujeres que decidan apostar por esta forma de reflejar su cotidianidad. Nada debería impedir que otros relaten su verdad, ya sea en una canción o en una conversación.
Ella ya ha tocado esos temas en Danza Animal, con títulos poco sutiles como “Tus vecinos nos oyen” o “Callarte la boca”. Nunca hubo un ápice de vergüenza ni se preocupó por el qué dirán, porque no estaba haciendo nada irrespetuoso. Era ella misma desde un álbum, de la misma forma en que todos nos representamos en las calles o en las redes sociales.
Hoy, Ania pasea por la ciudad y ocasionalmente sus canciones invaden los audífonos. Salta, grita y baila sabiendo que está narrando su verdad, pero también reconociendo que hoy es el mejor momento para hacerlo. Y nadie se lo impide.