El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 559 // Viernes 24 de agosto de 2018
DIÁLOGOS
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SOBRE EL IDIOMA

Entre la promesa aún no cumplida del esperanto y el espejismo de Babel, filósofos, lingüistas y gramáticos analizan la evolución de las lenguas en su relación con la cultura, un terreno de disputas simbólicas y retos evidentes. entrevista: césar chaman # #
El filósofo Gabriel Valle, catedrático de la Escuela de Traductores e Intérpretes de Trento, presentó en Lima su libro Italiano Urgente. 500 anglicismos traducidos al italiano según el modelo del español (Reverdito, 2016), una defensa de la lengua italiana –y, por extensión, de otros idiomas latinos– frente a los desafíos de la globalización secular del inglés. Dialogamos con él sobre las lenguas no solo como herramientas para la comunicación, sino, sobre todo, de su carácter de recipientes de cultura y sensibilidad, un valor que releva cualquier discusión sobre la pertinencia de preservar su diversidad.

¿Cuáles son los desafíos actuales de idiomas como el castellano y el italiano?

–Hay un desafío doble. Por un lado, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el inglés se impuso como lengua dominante y hoy ocupa no solo los terrenos de la comunicación, la diplomacia y el gran comercio, sino que también penetra las aulas.

En Europa, es frecuente que los cursos se dicten también en lengua inglesa. Y en Italia, además, se han dado grandes debates en torno a si debería el italiano ser ‘expulsado’ de la universidad. No hace mucho, un miembro de la Academia Francesa exhortó a que los estudiosos de todo el mundo continuaran escribiendo cada cual en su idioma. No está bien que todos escribamos en inglés porque eso es renunciar a una lengua. Y una lengua es patrimonio.

Por otra parte, está el problema de los anglicismos y su filtración en las humanidades, la tecnología y el idioma común, el de la calle.

Situados entre la promesa del esperanto y la torre de Babel, y considerando la evolución del idioma, ¿por qué defender algunas lenguas frente a otras?

–El drama de Babel siempre estuvo presente para la especie humana. Desde el comienzo, cada lengua ha sido depositaria de un patrimonio. Una lengua no es solo un vehículo de comunicación o una herramienta para entendernos. Toda lengua tiene una relación constitutiva con el pensamiento y con la manera de ver el mundo; es un depósito de sabiduría, el recipiente donde se acumula la tradición cultural de un pueblo y el patrimonio espiritual más importante de una nación. Por eso hay que defenderlas.

¿Eso mismo rige para las lenguas autóctonas?

–Claro que sí. Ahora, desde luego, las lenguas también se extinguen. Una lengua desaparece cuando muere el último de sus hablantes, pero hay otra manera de morir, en sentido figurado. ¿Qué sucede cuando una lengua está profundamente compenetrada con otra, léxicamente hablando? Pues pierde sus rasgos distintivos.

Desde el comienzo, cada lengua ha sido depositaria de un patrimonio. Una lengua no es solo un vehículo de comunicación
¿Un ejemplo?

–Algunas lenguas desaparecerán, a la larga, pero evidentemente unas tienen mayor resistencia que otras. Un famoso lingüista de apellido Fisher ha dicho que, dentro de 200 años, cuando en Marte haya una colonia humana, lo que se hablará allí será una variedad del inglés. Fisher está muy convencido de que el inglés arramblará con todo.

Yo, en fin, no coincido con él, pero, efectivamente, las lenguas que hoy están vivas, pues, un día pueden morir. En el libro Italiano Urgente hago un llamado de atención a la comunidad italiana para que redescubra su lengua. Italia tiene una tradición, patrimonio y un prestigio cultural y, sin embargo, con esta tendencia acentuada por los anglicismos, el italiano se está convirtiendo en una lengua literaria, esa que utilizan algunos profesores universitarios que son vistos como reliquias de una época que ya no existe.

¿En qué campos hay mayor presencia de anglicismos? Pienso en tecnología…

–El anglicismo penetra, sobre todo, en aquellos dominios del léxico que ya han sido ‘colonizados’, es decir, las ciencias, la técnica, las comunicaciones, la diplomacia. Pero en el caso particular del italiano, el anglicismo rompió esos estrechos límites y se ha dispersado en prácticamente todos los ámbitos.

Cuando los expertos sugieren alternativas para los anglicismos, ¿las propuestas llegan a interesar al ‘usuario final’?

–Por lo general, estas iniciativas no alcanzan raigambre entre los hablantes comunes. Esto suele tocar, sobre todo, a personas que procuran hablar una lengua esmerada, que tienen conciencia de la importancia de salvaguardar una lengua.

¿Cree que todavía importa hablar bien?

–Pienso que sí. Nuestra praxis cotidiana es la mejor prueba. Ahora, ¿qué significa hablar bien? El objetivo primario de la lengua es, naturalmente, que tú y yo nos entendamos. Ahora, si esa manera de hablar responde o no a la norma de prestigio, eso es otra cosa. Sin embargo, cuando escribimos o tratamos de llegar al gran público con un afán didáctico, procuramos atenernos a la llamada norma culta porque es la única que ofrece –no sé si garantiza– probabilidades de alcanzar la comprensión de oyentes o lectores.

¿Dónde se forma la norma culta?

–Es la norma que siguen los así llamados ‘mejores escritores’, las personas con prestigio cultural, en general, los hombres de letras o de ciencias que, con el ejercicio de la lengua, se convierten en un modelo. Pero hay que distinguir entre el trabajo del gramático y el del lingüista. El gramático tiene en cuenta el habla ejemplar, lo correcto y lo incorrecto; en cambio el lingüista no distingue ‘bueno’ o ‘malo’. El lingüista se asemeja al científico: describe cómo habla una persona, trata de entender cómo se encadenan los anillos para que una persona entienda…

¿Deberíamos ser lingüistas o gramáticos?

–Quizá las dos cosas. Cuando estudiamos lenguas, vemos que en todas las naciones con tradición gramatical, siempre se pone énfasis en el buen hablar. Y eso significa que los gramáticos recomiendan determinadas formas. ¿Por qué? Porque hay un tipo particular de habla que es la que constituye un modelo, el paradigma, un ejemplo.

¿En algún momento hablaremos un idioma universal?

–Lo dudo. Y, honestamente, espero que no. Sería un verdadero castigo babélico.