El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 560 // Viernes 31 de agosto de 2018
ESCENARIOS
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VIAJE INDIVIDUAL

El unipersonal Una historia de amor israelí, protagonizado por Macla Yamada, es una oportunidad para hablar sobre las sensaciones que aparecen cuando se está solo en un escenario y los miedos del actor. ESCRIBE: luis m. santa cruz # #
Temporada. La obra va hasta el 9 de setiembre en el teatro del centro cultural El Olivar, San Isidro.
Macla Yamada llega al parque El Olivar con una cojera casi imperceptible, consecuencia de una caída en los ensayos del próximo montaje que ya está preparando. Una preparación que alterna con un programa de televisión, la obra que ya está presentando y, ocasionalmente, la filmación de alguna película. Nadie podría decir que a esta chica le sobra el tiempo.

Si pudiera estar en otro lado, confiesa que estaría en su cuarto. Con una precisión casi literaria, especifica la lista de ideas que conforman ese deseo: un piyama de dinosaurio, dos pares de medias, una copa de vino y la serie de Luis Miguel en la pantalla más grande posible.

Pero estar en El Olivar no es tan malo, de hecho. Le trae recuerdos de hace dos años atrás, cuando presentó por primera vez Una historia de amor israelí y se sentaba en medio de esta área verde buscando referencias masculinas en los hombres que pasaban. Y necesitaba muchos, ya que le da vida a más de 20 personajes que no caminaban ni vivían al ritmo de ella.

EN EVOLUCIÓN

Macla intenta llegar lo más temprano posible para calentar, porque en esta ocasión hay cambios de voz y emoción que requieren de segundos. Viene a saltar, cantar y a luchar contra su cuerpo, que tiene la mala costumbre de resfriarse con frecuencia. Y ahora aprovecha su apretada agenda para absorber esa adrenalina de los horarios que chocan, convirtiéndola en poder sobre un escenario solitario.

La actriz nunca ha sentido que tiene todo controlado al pararse a merced de la iluminación, pero tampoco se siente abandonada. Con el tiempo ha desarrollado una complicidad con Gonzalo Tuesta, un director que la invita siempre a dejarse sorprender y nunca repetirse. Algo importante para no perderse en el vacío que puede ser enorme en un unipersonal de este tipo.

De su trabajo en Una historia de amor israelí y la conexión con Gonzalo ha aprendido a aguantar la presión que conlleva no compartir el escenario con nadie, para bien o para mal.

Al final de la función, a pesar de que Macla crea que ha sido una noche perfecta, puede recibir unas ocho hojas con anotaciones que solamente ella puede mejorar. Y parte de crecer ha sido no tomarse esas notas de forma personal, procesando que todo es para hacer a sus personajes más orgánicos y creíbles.

En el fondo, todos los unipersonales son un proceso interno que requiere de sensibilidad.
RESPIRAR, SENTIR

Con eso en mente, en las noches se convierte en una joven israelí que revive los momentos más importantes, maravillosos y aterradores de su relación con un soldado idealista durante el conflicto armado israelí-palestino de la década de 1940.

Más allá de las recomendaciones y los tecnicismos, este unipersonal y, en el fondo, todos los unipersonales son un proceso interno que requiere de sensibilidad. Y Yamada vive con la sensibilidad sobre la piel, con la lágrima y la risa fácil.

Por eso tuvo que aprender a procesar las emociones para no acelerarse y evitar reducir una obra de una hora y media de duración a 60 minutos en escena. La fórmula, que no es tan secreta, es respirar.

Inhala y exhala con la audiencia, siente el ir y venir del aire.

Toma aire mientras siente que si se le traba la lengua, no habrá un juicio destructivo porque todos en esa sala están en un mismo lugar emocional, siente un estado permanente de calma que normalmente se percibe al estar rodeado de amigos.

Allí arriba, cierra los ojos y recuerda muchas cosas en los breves segundos en los que tiene tiempo para ser Macla Yamada y no uno de sus personajes. El pensamiento más recurrente es que de niña quería ser bailarina de ballet, así que se concentra en una memoria cargada de coordinación exacta y pies girando.

Con la mente va hacia el ballet porque ese fue el arte que la enrumbó, en otro tiempo, hacia la actuación. Muy chica, se convenció de que ella también quería ser como las bailarinas de esa disciplina que nunca se cansaban, que siempre lucían grandes, hermosas y empoderadas. Entonces se enamoró y lo hace en cada función en la que debe convertirse en una mujer israelí en un viaje individual que nunca termina.