Año 4. Edición Nº 244. Miércoles 28 de febrero de 2018

ESCAPES
PERIPLO DE SEMANA SANTA

Huancavelica para todos

Un destino que lo complacerá por novedoso y por los imnumerables atractivos que tiene, es Huancavelica. Solo la celebración de la Semana Santa justifica el viaje a esta región que reúne fervor, tradición, celebración y el calor y color de su gente.

TEXTO Y FOTOS: ROLLY VALDIVIA

Es comprensible que los fieles ocupen el atrio de la Catedral o se arremolinen fervorosos en las calles y las plazas de la ciudad aún ensombrecida. Es lógico, también, que en el despertar de ese Domingo de Resurrección con olor a sahumerio, los rostros compungidos sean iluminados por las luces cimbreantes de las velas, mientras las cuentas milagrosas de un rosario corren entre las yemas de los dedos.
Sí, así esperan, con paciencia y resignación esperan, confiando en que su fe les ayudará o será suficiente para resistir el frío insultante de la madrugada; creyendo, tal vez, que esa vigilia es una especie de penitencia y expiación colectiva. Un calvario insignificante e insuficiente en comparación con el martirio al que fue sometido hace más de dos mil años, ese hombre que predicó su verdad: él era el hijo de Dios.

#

Datos
  • Este año la Semana Santa se celebra del 29 de marzo al 1 de abril. Y si bien Huancavelica no es aún uno de los destinos favoritos en esta fecha, es bueno adquirir los pasajes con tiempo y reservar alojamiento.
  • El Sábado Santo se efectúa la cuchusca (medir la fuerza), un enfrentamiento ritual en el que dos hombres, de espaldas, se golpean con los codos para sacar a su oponente del círculo que delimita la zona de enfrentamiento. El Domingo de Resurrección se realiza una carrera de caballos.

#
Arquitectura. La Iglesia Catedral de San Antonio, posee un frontis de estilo barroco.

Tradición
Ellos tienen razones poderosas para estar aquí. Lo hacen siempre. Todos los años lo hacen. Es su creencia y su costumbre. Su tradición. Por eso retan al tiempo con frazadas o ponchos que jamás cumplen sus objetivos. Por eso se persignan y rezan cuando cae una lluvia de pétalos. Por esos sus ojos se ahogan en lágrimas en el momento del encuentro o del retorno triunfal a la Catedral. Ya nadie siente frío.
Es incomprensible. No encuentra una explicación, menos un porqué. Solo sabe que la fe no dirige sus pasos. Hace mucho que dejó de creer y de mirar al cielo en busca de milagros e indulgencias; pero, a pesar de eso, prefirió encarar el clima de altura de Huancavelica –una ciudad hija del mercurio, una ciudad que fue boato y olvido– que buscar el calor y la distensión en una tetera de “calentito”.
No, él no espera nada, pero continúa en las calles, sin rosario ni velas continúa en las calles, como si estuviera buscando algo entre la multitud acongojada. Tal vez –sin darse cuenta– era un intento por reencontrarse con ese Dios al que llamaba ‘padre nuestro’ en sus oraciones infantiles. Si eso ocurriera, este día que despierta entre bombardas y sones celestiales, sería realmente un domingo de resurrección.
Pero es difícil saber lo que sucederá. Por ahora, la única certeza es que hace frío y que él escribe en su libreta, frenético y entusiasmado escribe que la imagen del Cristo Resucitado abandona una Catedral barroca del siglo XVII y que centenares de fieles lo rodean y acompañan con pasos aletargados, rítmicos, procesionales. Quiere creer que juntos lo guían al encuentro con su madre, María.

#
Arquitectura. La Iglesia Catedral de San Antonio, posee un frontis de estilo barroco.

Consejos al viajero
  • Cómo llegar: por vía terrestre. Rutas Lima-Huancayo-Huancavelica (457 km) 10 horas de viaje, y Lima-Pisco-Huaytará-Huancavelica (499 km, 12 horas aproximadamente).
  • Aproveche su estancia para recorrer la Ruta de los Espejos, un circuito en la vía Huancavelica-Castrovirreyna (se recorren 64 kilómetros) que enlaza las lagunas de Pultocc Chico, Pultocc y Choclococha.
  • La gastronomía se renueva con el apanado o arrebozado de alpaca, que se sirve con papas y ensalada. Es una opción a la tradicional pachamanca que coce los alimentos bajo tierra. Pruebe los panes (bollos de calabaza, pan de trigo, empanadas de queso).

Descubrir un destino
No hay que ser devoto para conmoverse ante la fe de un pueblo. Esa es la frase que el foráneo de actitud incomprensible escribió en su libreta de notas, justo cuando Judas era quemado por traidor en una esquina de la plaza de Armas. A esa hora, ya no existían sombras ni claroscuros en el centro de Huancavelica. El sol brillaba radiante, acalorando a las señoras que lucían tupidas medias de lana de oveja.
La multitud se dispersa entre sonrisas y bostezos. Ya no hay velas encendidas ni aroma a sahumerio. Tampoco nuevos apuntes en esa libreta gastada. El escribidor descansa en una de las bancas de la plaza. A su lado, un hombre de saco y corbata, de poncho y sombrero, interrumpe sus reflexiones sobre lo que acaba de sentir y vivir. ‘Es bonita nuestra Semana Santa, pero pocos lo saben, pocos nos visitan”.
El hombre no miente. Huancavelica no es la obsesión de ningún viajero ni en los feriados largos ni en los religiosos. Los creyentes prefieren otros lugares para evocar la vida, la pasión y la muerte de Jesucristo. “Se van a Ayacucho y a Tarma. Aquí solo regresan los paisanos. Ellos invitan a sus amigos”, se queja y se deja ganar por el pesimismo: “¿seguro que usted ya no vuelve más?”.
Se equivoca. No es la primera, no será la última, responde el foráneo. Su interlocutor se sorprende, sonríe, pregunta: “¿por qué regresaste?”… Por recordar. Huancavelica, el primer viaje: el bus que se abría paso por las curvas de la carretera Central, el auto colectivo que partió de Huancayo, que pasó por Izcuchaca y su puente colonial de cal y canto, para dejarlo finalmente en el centro de una ciudad aún sin descubrir.

#
La ciudad. Huancavelica ofrece la belleza de calles y plazas. Una invitación para recorrerla a pie.

Exploración urbana. Hallazgos a 3,676 m.s.n.m. Iglesias erigidas con las fortunas del mercurio, casas veteranas que se aferran a su centenaria monumentalidad, el puente del siglo XVII que une el centro con el barrio de La Asunción, la estación del mítico y enjundioso Tren Macho, y las aguas querendonas de Villa Cariño o Seccsachaca, un complejo termal en las márgenes del río Ichu, uno de los afluentes del Mantaro.
Salir. Enrumbar hacia el bosque pétreo de Sachapite –cercano, accesible, imponente–. Aventurarse hacia los vestigios arqueológicos de Uchkus Inca Ñan –caminar, buscar, encontrar, entristecerse por su precario estado de conservación–. Darse cuenta que faltarán los días, que no alcanzará el tiempo para visitar el pueblo de piedra de Sacsamarca y la mina de Santa Bárbara, la ‘preciosa alhaja de la corona española’.
“Prometí volver y aquí estoy. Cumplí”, saca pecho el forastero, aunque su gesto no genera ninguna reacción en el hombre del saco y corbata. Él duerme. Fue vencido por el cansancio de la vigilia, por la intensidad de una Semana Santa en la que Cristo es juzgado en la puerta del templo de San Sebastián y es crucificado en el cerro Oropesa, entonces, su imagen yacente recorre la ciudad durante la procesión del Santo Sepulcro.
Lo mejor es marcharse. Decide irse sin contarle a su interlocutor que saldó sus deudas viajeras. Ya conoció Sacsamarca y vio muchas casas de piedra techadas con tejas y visitó una piscigranja, y caminó al lado de un río que es un Disparate –así lo llaman–. Ya estuvo también en Santa Bárbara, la mina histórica, la mina cerrada, la mina del progreso efímero, la mina del sufrimiento y la muerte.
Pero mejor no mencionar a la muerte en un día de resurrecciones. La del hijo de Dios que se encuentra con su madre en las calles de Huancavelica, y, tal vez, de esa fe que perdió el extraño en un tiempo en el que no lo apuntaba todo en una libreta de notas.