El Peruano

Año 4. Edición Nº 252. Miércoles 25 de abril de 2018
DESTINOS
MADRE TIERRA

Manu, en busca del principio

Este paraíso de biodiversidad, uno de los más ricos en el mundo, conserva la cultura y las tradiciones de comunidades nativas, que viven en armonía con la naturaleza. En este espacio se puede experimentar el turismo vivencial en toda su esencia.
Texto y fotos: Rolly Valdivia
En la selva del Manu, todo tiene una razón, un orden y un porqué. Nada ocurre de casualidad.
Esta historia podría comenzar describiendo una travesía en el río o narrando los pasos exploradores en una trocha fangosa. Otra opción sería empezar por el principio, o, quizá, lo mejor sea darle la vuelta a todo, entonces, este relato iría de atrás para adelante, del bosque llano sin cumbres ni elevaciones, a las alturas montañosas de la cordillera, de las visiones de caimanes y monos, a la observación de llamas y alpacas.

Pero esta historia –que podría tener muchos principios y también varios finales– no empezará en el bote que surca beligerante un cauce todopoderoso o se desliza pacíficamente en las aguas esplendorosas de una cocha (laguna). Tampoco lo llevará –al menos en las primeras líneas– por alguno de esos senderos pertinaces que se abren paso entre árboles enormes como los rascacielos.

Ruta de ensueño
  • Desde el Cusco hasta Paucartambo hay 102 km. Desde el pueblo se sigue hasta el abra de Acjanaco (puesto de vigilancia y de acceso al parque), donde se inicia el descenso a Atalaya (88 km).
  • La aventura continúa en bote hasta Boca Manu (6 horas) y el puesto de vigilancia Limonal. Por aire: Puede ir de Cusco a Boca Manu (40 minutos).
  • Para disfrutar del Manu se recomiendan las visitas largas. Los itinerarios cortos no permiten adentrarse en el bosque. Hay opciones de más de seis días.
  • Aproveche el trayecto a Paucartambo, para degustar los famosos panes de Oropesa, fotografiar la laguna Huacarpay, las chullpas de Ninamarca y el mirador de Acjanaco.

Ni lo uno ni lo otro. Ni en los ríos ni en las trochas. Tal vez en esa maloca en la que un joven matsiguenka enseña a encontrar el fuego frotando tan solo unos troncos; o en ese mirador donde el horizonte se revela verde e infinito. Cambio de escenario. Zona de transición. Adiós a los cerros, a las pampas de ichu, a los Andes con sus valles y quebradas. Bienvenido el bosque con su furor biodiverso, con su perfecto equilibrio. Y es que allá, en la prodigiosa selva del Manu, todo tiene una razón, un orden, un porqué. Nada ocurre de casualidad ni por capricho de la naturaleza. Existe armonía y, a la vez, fragilidad. Es un área sensible, aunque muchos no lo entienden y sueñan con espolear sus riquezas, sin importarles el daño ambiental que ocasionará su codicia. Es lamentable, el hombre atentando contra su mundo.

Reflexiones en un mirador. Pensamientos en el ingreso a una reserva de biósfera y un parque nacional. Sueños de un desarrollo sostenible, respetuoso de la biodiversidad y de los saberes de los pueblos originarios; pero todo eso es solo una utopía. La realidad es distinta. Los ecosistemas se pierden, las especies se extinguen, los defensores de la Madre Tierra y de las culturas ancestrales son perseguidos y hasta asesinados. Duele, acaso con la misma intensidad con la que emociona descubrir y otear el panorama verde que se extiende ante mis ojos, los mismos que hace unas horas contemplaban el entramado urbano del Cusco –el punto de partida de este viaje–, la geografía cerril que flanquea una carretera sinuosa, el legado prehispánico de las chullpas de Ninamarca, las callecitas dormidas de Paucartambo.

Tome nota
  • Al Manu solo se puede ingresar mediante excursiones y exploraciones organizadas por agentes y operadores turísticos autorizados por el Sernanp.
  • Actividades por realizar: camping, observación de aves, flora, fauna y paisaje; caminatas, investigación, toma de fotos y videos.
  • En el interior del parque existen refugios, lodges y zonas para acampar.
  • En el parque hay una torre de 20 metros de altura y un sendero elevado con plataforma que facilita la observación de aves y el bosque.
Lugar de paso

El puente colonial hecho de piedra. El puñado de casitas blancas con balcones azules. La iglesia antigua que alberga una imagen querida y festejada. En julio, Paucartambo le rinde honores y le baila a la Virgen del Carmen: la amada Mamacha convoca a miles de devotos-danzantes, quienes, con sus máscaras, sus látigos, sus andares y su fe, le dan vida a una de las celebraciones más vistosas de la región Cusco.

Y como no estamos en julio, no hay danzantes enmascarados, excepto aquellos que, bañados en bronce, bailan para la eternidad en la plaza de Paucartambo, un lugar que pudo ser presentado en el inicio de este relato. De haberlo hecho, habríamos agregado que esta provincia comparte con el Manu (Madre de Dios) las 1’716,295 hectáreas de un área natural que es selva baja, ceja de selva y cordillera.

Lugar de paso obligado para aquellos que parten del Cusco en busca de conocer “una de las ecorregiones más importantes del país...”; de aventurarse en el que “tal vez sea el parque protegido con mayor diversidad biológica del planeta...”; de acercarse a la “ riqueza cultural de las actuales poblaciones indígenas”.

Pinceladas del Manu. Características reseñadas en la Guía Oficial de Áreas Naturales Protegidas del Sernanp, donde se lee, además, que desde 1977 el parque ostenta el estatus de Reserva de la Biósfera y que 10 años después fue declarado Patrimonio Natural de la Humanidad, condición compartida solamente con Machu Picchu.

Del mirador de Acjanaco (3,600 m.s.n.m) a la carretera. Descenso hacia el bosque. Primeros avistamientos de aves. La llegada a Atalaya. El fin de la ruta terrestre. Embarcarse. Navegar. Surcar el río Madre de Dios. Vibra el motor. El cielo se puebla de nubes, impolutas, sin vestigios de lluvia. Rumbo a lo desconocido. Ansiedad. Aire limpio. Ojos abiertos para no perderse ningún detalle en el trayecto a Boca Manu.

El último pueblo. Dar un par de vueltas antes de volver a navegar por los territorios matsiguenkas y el cauce del Manu. Encontrar comunidades aisladas que son un suspiro de humanidad en el monte feraz, con sus otorongos y tapires, con sus maquisapas, con sus caimanes y nutrias, con sus águilas arpías y sus guacamayos, con sus ejércitos de hormigas y mosquitos, también sus cedros, lupunas y castañas.

Búsquedas vitales

Vida y diversidad en un pulmón del planeta en el que los científicos han registrado 160 especies de mamíferos, más de 1,000 especies de aves, 140 de anfibios, 210 de peces y 300 millones de insectos; pero dónde están, a dónde se han ido. Afinar la vista. Buscar y encontrar un perezoso entre los árboles, un caimán ‘petrificado’, un ronsoco que busca refugio bajo la lluvia pasajera.

Tal vez esas búsquedas debí escribirlas al inicio, pero el texto –al igual que la travesía en la selva– terminó siendo impredecible porque llegué al final sin encontrar el principio. Solo espero que, como en el Manu, este aparente desorden tenga una razón. Quiero creer, y que crean, que en esta crónica –al igual que en la naturaleza– nada ocurre por casualidad ni por capricho del autor. ●