Recientemente, la agrupación fue galardonada con el Premio Nacional de Cultura 2018, en la categoría Buenas Prácticas Institucionales. En esta charla, el director y animador cultural de Comas hace un recuento de lo avanzado.
–En 1985, cuando conocí al grupo de teatro Raíces, empecé con ellos mi experimento de formar actores que pudieran hacer teatro en los barrios y, así, llenar un vacío. Cuando, en 1990, Raíces sufrió una crisis, decidí empezar con mi propio proyecto, al lado de compañeros que había conocido en el grupo.
–A la falta de programas culturales. Como el Estado no cubre esta necesidad, la ciudadanía misma debe encargarse. Y nosotros hemos tratado de hacerlo de la manera más profesional y coherente con la realidad e identidad de Comas, en Lima Norte.
–Para nosotros, el elemento más importante es el valor de la comunidad. A este barrio viene gente de todas partes, mayormente andina, que trae esa costumbre de resolver los problemas de manera comunitaria. Ese valor lo rescatamos, porque, de alguna manera, el teatro de grupo es también una comunidad donde se solucionan los problemas de manera comunitaria.
–Nuestra primera obra no funcionó. Entonces me di cuenta de que se necesitaba algo que generara mayor impacto visual. Para sobredimensionar a sus personajes, cada actor hizo una cabezota con los materiales que tenía a la mano: bolsas de cemento, cajas de leche y harina. No conocíamos las técnicas plásticas y no salieron tan bien, pero funcionaron. Ya con el tiempo las fuimos mejorando. Empezamos con seis cabezas y ahora tenemos doce. Son parte de la obra Sueños de Gigantes, pero mayormente las usamos cuando nos piden hacer activaciones y pasacalles.
–Nosotros no lo pusimos (risas. Así nos bautizaron los curas de la parroquia. Todos empezaron a conocernos así y nos quedamos con ese nombre: los muñecones. Lo asumimos. Al fin y al cabo, crecimos con eso y no queríamos romper con nuestra historia.
–Vivimos en un sistema totalmente vertical: siempre hay alguien por encima o por debajo de otro. Esta jerarquía se da en todos lados, en instituciones y hasta en relaciones personales. Desde el teatro de grupo, trabajamos la visión de la horizontalidad. Aquí no hay jefe, hay dirección colectiva. Entonces, esa misma regla la usamos en la comunidad.
–Por supuesto. La Fiteca es una oda a la vida. Es un espacio libre de discriminación y abierto para todos. Impulsamos no solo a otros grupos culturales a que participen, sino también a los vecinos y a todos los interesados. Cualquiera puede ser Fiteca. Nosotros creemos que toda la gente tiene un potencial artístico y en ese evento les damos la oportunidad y libertad de abrirse, transformarse y confiar en las ideas que puedan proponer. La Fiteca es el espacio de mayor producción cultural que tenemos y lo venimos impulsando desde hace 16 años. Es tan amada que no la hemos querido soltar, pero no es suficiente para cambiar un barrio.
–Es algo que se infla y no se canaliza. Para poder realizar cambios necesitamos procesos. Hay una serie de necesidades en un barrio, como la educación, la limpieza de parques, la erradicación del vandalismo, entre otras cosas. Para atenderlas se tienen que efectuar procesos de formación.
–Sí. Hace cinco años venimos desarrollando el proyecto Barrios Culturales. Este programa busca reivindicar la dignidad humana, transformando asentamientos humanos en barrios culturales, por medio de la educación y la cultura. Realizamos talleres, animaciones y obras de teatro para y por la comunidad.
–¡Uf, muchas! Pero definitivamente la más grande es la económica. La mayoría de los integrantes del grupo tiene trabajos extra para poder sostenerse. Esta labor adicional les quita tiempo y constancia. Y, bueno, también la falta de valoración a los bienes culturales.