El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 580 // Viernes 1 de marzo de 2019
CULTURA
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GIGANTES CALLEJEROS

Un cura de barrio, en Comas, los bautizó sin agua bendita como “los muñecones”. Y ellos aceptaron no solo el nombre sino también el reto de hacer cultura. Dialogamos con Jorge Rodríguez, director de La Gran Marcha de los Muñecones. entrevista: álvaro suárez # #
La Fiesta Internacional de Teatro en Calles Abiertas (Fiteca), Fitekantropus y Barrios Culturales son los proyectos que Jorge Rodríguez impulsa, para beneplácito de la comunidad, desde hace más de 18 años, como fundador y director del centro cultural La Gran Marcha de los Muñecones.

Recientemente, la agrupación fue galardonada con el Premio Nacional de Cultura 2018, en la categoría Buenas Prácticas Institucionales. En esta charla, el director y animador cultural de Comas hace un recuento de lo avanzado.

TEATRO URBANO
La Gran Marcha de los Muñecones es un grupo de teatro urbano formado por los actores Lidia Beltrán Rodríguez, Moisés Torres Dantas, Helijalder Capristano Flores, Alonso Delgado Rebatta, Doménico Timoteo Ruiz y Carlos Bravo Quispe. También por el músico Juan Salas Rodríguez y por el director, Jorge Rodríguez Mallqui. La Fiteca es su evento sociocultural más reconocido: se realiza todos los años, desde el 2002, en la primera semana de mayo.
–¿Cómo se origina La Gran Marcha de los Muñecones?

–En 1985, cuando conocí al grupo de teatro Raíces, empecé con ellos mi experimento de formar actores que pudieran hacer teatro en los barrios y, así, llenar un vacío. Cuando, en 1990, Raíces sufrió una crisis, decidí empezar con mi propio proyecto, al lado de compañeros que había conocido en el grupo.

–¿A qué vacío se refiere?

–A la falta de programas culturales. Como el Estado no cubre esta necesidad, la ciudadanía misma debe encargarse. Y nosotros hemos tratado de hacerlo de la manera más profesional y coherente con la realidad e identidad de Comas, en Lima Norte.

–¿Qué visión de cultura los impulsa?

–Para nosotros, el elemento más importante es el valor de la comunidad. A este barrio viene gente de todas partes, mayormente andina, que trae esa costumbre de resolver los problemas de manera comunitaria. Ese valor lo rescatamos, porque, de alguna manera, el teatro de grupo es también una comunidad donde se solucionan los problemas de manera comunitaria.

–¿Cómo nacen esos personajes de cabezas enormes?

–Nuestra primera obra no funcionó. Entonces me di cuenta de que se necesitaba algo que generara mayor impacto visual. Para sobredimensionar a sus personajes, cada actor hizo una cabezota con los materiales que tenía a la mano: bolsas de cemento, cajas de leche y harina. No conocíamos las técnicas plásticas y no salieron tan bien, pero funcionaron. Ya con el tiempo las fuimos mejorando. Empezamos con seis cabezas y ahora tenemos doce. Son parte de la obra Sueños de Gigantes, pero mayormente las usamos cuando nos piden hacer activaciones y pasacalles.

–¿Y fue por estas cabezas que le pusieron el nombre al grupo?

–Nosotros no lo pusimos (risas. Así nos bautizaron los curas de la parroquia. Todos empezaron a conocernos así y nos quedamos con ese nombre: los muñecones. Lo asumimos. Al fin y al cabo, crecimos con eso y no queríamos romper con nuestra historia.

–¿Qué valores se puede aportar desde el teatro a la comunidad?

–Vivimos en un sistema totalmente vertical: siempre hay alguien por encima o por debajo de otro. Esta jerarquía se da en todos lados, en instituciones y hasta en relaciones personales. Desde el teatro de grupo, trabajamos la visión de la horizontalidad. Aquí no hay jefe, hay dirección colectiva. Entonces, esa misma regla la usamos en la comunidad.

–¿La Fiteca también responde a estos valores?

–Por supuesto. La Fiteca es una oda a la vida. Es un espacio libre de discriminación y abierto para todos. Impulsamos no solo a otros grupos culturales a que participen, sino también a los vecinos y a todos los interesados. Cualquiera puede ser Fiteca. Nosotros creemos que toda la gente tiene un potencial artístico y en ese evento les damos la oportunidad y libertad de abrirse, transformarse y confiar en las ideas que puedan proponer. La Fiteca es el espacio de mayor producción cultural que tenemos y lo venimos impulsando desde hace 16 años. Es tan amada que no la hemos querido soltar, pero no es suficiente para cambiar un barrio.

–¿Por qué?

–Es algo que se infla y no se canaliza. Para poder realizar cambios necesitamos procesos. Hay una serie de necesidades en un barrio, como la educación, la limpieza de parques, la erradicación del vandalismo, entre otras cosas. Para atenderlas se tienen que efectuar procesos de formación.

–¿Están impulsando alguno?

–Sí. Hace cinco años venimos desarrollando el proyecto Barrios Culturales. Este programa busca reivindicar la dignidad humana, transformando asentamientos humanos en barrios culturales, por medio de la educación y la cultura. Realizamos talleres, animaciones y obras de teatro para y por la comunidad.

–¿Cuáles son las dificultades más grandes?

–¡Uf, muchas! Pero definitivamente la más grande es la económica. La mayoría de los integrantes del grupo tiene trabajos extra para poder sostenerse. Esta labor adicional les quita tiempo y constancia. Y, bueno, también la falta de valoración a los bienes culturales.