Texto y fotos: Rolly Valdivia
S
iete. Esa es la meta y el objetivo. Siete. La misión emprendida y cumplida una vez al año, aunque no en cualquier época del año. Siete. El peregrinaje nocturno ordenado por la tradición y la fe. Solo siete iglesias en la Semana Santa. Siete templos que no existen aquí, en este pueblo, atentando contra la devoción religiosa o la costumbre aprendida en la infancia, compartida en familia. Una en vez de siete. Solo una iglesia –modesta, austera, sombría– en Cuispes, donde hay más cataratas que casas de Dios; pero esas caídas de agua no valen, no cuentan ni suman en el Jueves Santo, por más que todas ellas podrían ser calificadas como magníficos e imponentes ejemplos de la obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en los bosques montañosos de la provincia de Bongará (Amazonas).
Pero apenas son cinco. No es suficiente. Ni sumando los santuarios de la naturaleza alcanzaría para llegar a la meta y al objetivo del día santo.
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