ESTADO NATURAL
Paracas: islas de vida
Un destino inolvidable y cercano es Paracas, ese espacio de litoral, playa, caleta de pescadores y escenario de biodiversidad, al que cada vez es más fácil llegar. Aquí, entre el ajetreo del turismo y el calmado transcurrir de la vida marina, siempre hay tiempo para sorprendernos.
Texto y fotos:Walter H. Wust (*)
El tiempo se ha detenido. Un zarcillo se posa tranquilamente sobre la proa maltrecha de un bote pesquero hundido en la playa Pan de Azúcar, a cinco kilómetros del litoral. El sol parece fundirse sobre las olas y el viento trae consigo el rumor de criaturas que han habitado el lugar millones de años.
El verano ha comenzado y en las islas de Paracas los grandes lobos marinos –llamados “caimanes” por los pescadores– se aprestan a defender sus harenes, mientras las playas de arena empiezan a poblarse con miles de playeros, gaviotas y rayadores que llegan de su largo viaje estacional de miles de kilómetros. Nuestra ave se inquieta sobre su cómodo mirador y, sin más preámbulo, levanta el vuelo en busca de su bandada. Es hora de comer y qué mejor que patrullar las aguas frías en busca de algún cardumen de anchovetas o algún crustáceo distraído.
Guardaislas andinos
Aquí, en medio del más alucinante mar de plumíferos, viven los guardaislas: solitarios personajes que habitan en viejas casas despintadas por el sol y el guano y se encargan de monitorear la salud de las poblaciones de aves guaneras. Se trata de hombres abnegados, muchos de ellos venidos de los Andes, que han aprendido a vivir en soledad y han cambiado sus huainos y nevados por el viento y la sal. Ellos miden la cantidad de aves en hectáreas (una hectárea de guanay equivale a 100,000 aves y una de piquero a 50,000).
Así transcurre la vida en Paracas, con sus ritmos invariables, a veces interrumpidos por el cada vez más frecuente Fenómeno El Niño.
Aquí, no obstante la competencia por su principal fuente de alimento, sobreviven estoicas las últimas grandes colonias de aves guaneras del litoral peruano: guanayes, piqueros y pelícanos.
Esta enorme explosión de vida se origina en las aguas frías de la corriente de Humboldt, donde la abundancia de plancton hace del mar peruano una nutritiva ‘sopa’ para peces como la anchoveta, que se reproduce en grandes cantidades y sirve de alimento a mamíferos marinos y aves.
Tome nota
- Las islas Ballestas reciben cada año a cerca de 200,000 visitantes. Su aporte contribuye a la gestión de la Reserva, a la investigación y al desarrollo de la región.
- En 1975, el Estado peruano reconoció 335,000 hectáreas del litoral de Paracas como reserva nacional, convirtiéndose en la primera área natural protegida del Perú en conservar ecosistemas marinos.
Mundos en miniatura
Las islas de Paracas –Ballestas, San Gallán, La Vieja, Santa Rosa, Valdivia y Zárate– son verdaderos laboratorios de vida, donde los ciclos de este gran ecosistema se pueden observar claramente. Lugares fuera del tiempo donde no existen relojes o teléfonos celulares. Aquí la agenda se controla a través del vaivén de los botes artesanales y de la llegada de las aves migratorias, las medusas y camaroncillos.
Lejos de la presión que el guano ejerció sobre ellas en siglos pasados, las islas intentan recuperar su antiguo esplendor bajo la administración del binomio estatal: Agrorural, que se encarga de explotar el recurso de forma racional, y el Sernanp, que conserva el ecosistema y regula la actividad turística.
Es responsabilidad del Estado, empresarios, viajeros y científicos cuidar el mar de Paracas. Debemos hacerlo porque a la luz de decenas de años de investigaciones no podemos acabar con recursos que, bien manejados, podrían convertirse en la base del desarrollo sostenible en el país.
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