El Peruano
Año 4. Edición Nº 258. Jueves 7 de junio de 2018

ESPECIAL

HUASCARÁN
AVENTURA MOTORIZADA
VUELTA AL

HUASCARÁN

Adrenalina sin límites. Es así como sentimos la aventura sobre el Huascarán, a bordo de una 4x4, con la entusiasta gente de Doble Tracción Perú. Desafiamos callejones y montañas del imponente territorio ancashino. Texto y fotos: Rolly Valdivia
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Hay que reconocer que hubiera sido un error monumental darle la oportunidad de ponerse tras el volante de alguna de esas poderosas, rugientes y, en cierta forma, hasta intimidantes camionetas. Eso está clarísimo y solo un tonto o un necio –de los que no hay ninguno en este relato– habría permitido que aquel compañero de travesía, recién presentado y conocido, intentara siquiera manejar un par de metros.

Y es que sus únicas experiencias al volante de un vehículo de cuatro ruedas se remontan a sus años de infancia, cuando en el Campo de Marte pilotaba un chachicar sin motor y picoteado por el óxido, o cuando su padre –renegón, pero bondadoso– le permitía juguetear en alguna calle vacía con el timón de su avejentado Hillman verde.

Desde entonces, y estamos hablando del siglo y el milenio pasados, siempre fue un abnegado pasajero.

Apretado en las combis, micros y últimamente en el Metropolitano. Insomne o durmiente en los buses interprovinciales. Zarandeado y empolvado en las tolvas de los camiones. Era el momento de rebelarse y de cambiar de papel. Y si bien no podría conducir en “La vuelta al Huascarán” por las razones expresadas anteriormente –a las que hay que agregarle que solo posee carritos de juguete–, al menos fungiría de copiloto.

Sí, serías una especie de Dios. Total, el Altísimo siempre es el copiloto, según los mensajes que se leen en las unidades del transporte público; aunque vaya uno a saber si esa máxima aplicaba también en las camionetas off road 4x4 y 4x2 que desafiarían curvas de tierra y asfalto, que superarían quebradas y abras para llegar a comunidades y pueblos, después de descubrir, acercarse y admirar la montaña más alta del Perú.

En los dominios de la cordillera Blanca y del majestuoso Huascarán, con sus 6,768 metros de altura, como le enseñaría la profesora Flores en esos años de escuela en los que soñaba con convertirse en un intrépido corredor de autos, jamás en copiloto, como podría serlo en minutos. Esa era su pretensión en la mañana soleada en la que más de 50 camionetas calentaban sus motores en la plaza de Armas de Huaraz.

Ruta prodigiosa

Punto de partida de una caravana de dos días por vías retadoras. Era emocionante estar allí, sintiendo el poderío de los motores y mentalizándose para cumplir fiel y certeramente el papel de copiloto, con los ojos bien abiertos y evitando, vaya uno a saber cómo, los perversos efectos del soroche.

Hoja de ruta
Distancia. En “La Vuelta al Huascarán” los pilotos recorrieron más de 300 kilómetros. El punto de partida fue la ciudad de Huaraz.
La vía. Asfalto hasta Chacas, afirmado desde Chacas hasta la quebrada Llanganuco.
Alturas. Punta Olímpica (4,736 metros), Portachuelo (4,767), Chacas (3,359), Yanama (3,375).

Se adelantó. No debió alimentar sus expectativas. Así hubiera evitado el penoso trance de cobijar su decepción en el ‘algo es algo’ y en el ‘peor es nada’. Sí, esas frases de utilería le sirvieron de consuelo cuando se dio cuenta de que volvería a ser un pasajero, solo un pasajero; es decir, un personaje secundario cuya mayor responsabilidad sería la de andar mirándolo todo desde el asiento de atrás. Ya conocía ese papel. No lo quería.

Mala suerte. Caballero, nomás. Eso le pasa por tener solo carritos de juguete y ser incapaz de conducir desde un auto hasta su vida, aunque ese es otro cantar y no viene al caso entonar la primera estrofa, menos ahora que empieza a darse cuenta de que no era tan desafortunado como creía y que eso de mirar por la ventana no estaba tan mal. Y es que la ruta no tardaría en conquistarlo con su verdor y la blancura de sus cumbres.

No era un rally; nadie ondearía una bandera a cuadros ni gritaría “¡Coche a la vista!”. Era solo la vuelta al Huascarán.

Ya no quería pilotar ni ocupar el asiento delantero. Atrás se sentía bien. Solo quería ser un pasajero y hacer fotografías que testimoniaran su paso por Wilcahuaín, donde se asentaron los wari; por Yungay, con su eterno crespón negro por su condición de pueblo sepultado en el terremoto del 70. Esas fueron las primeras visiones. Los primeros guiños de una ruta prodigiosa.

Y aparecen el Huascarán y el Huandoy. Y el convoy liderado por Ciro Zúñiga, el hombre fuerte de Doble Tracción Perú y gestor de este recorrido inédito por callejones y montañas, se desvía hacia la Punta Olímpica, el paso congelado, el ascenso retador, el túnel que cruza las faldas de un nevado para unir Huaylas con Conchucos, territorios ancashinos de hermosura amenazada, de futuro incierto.

Futuro incierto

El hielo retrocede por el calentamiento global. Los nevados muestran su rocosa desnudez. Agonizan, lentamente. Muerte anunciada que romperá el equilibrio natural. ¿De dónde provendrá el agua de los ríos cuando la cordillera pierda su blancura?, reflexiona y se atormenta el pasajero de atrás, que está fascinado por lo que ve hoy, pero que se siente triste por lo que no verá en el futuro.

Participación y compromiso
  • Participantes: 50 camionetas realizaron la ruta (38 de Lima, 8 de Trujillo, una de Juliaca y Uchiza, y dos con tripulaciones francesas). Adicionalmente, los municipios de la zona participaron con 10 vehículos.
  • Las municipalidades provinciales de Huaraz, Yungay y Asunción (Chacas) y distritales de Yanama e Independencia fueron vitales para la organización del evento. También fue invalorable el apoyo de Yakunaani (La ruta del Agua Blanca), el Parque Nacional Huascarán y la Zona Konchucos.
  • Al finalizar la ruta, los burgomaestres y organizadores firmaron el Acta de Llanganuco, para instar al Gobierno a brindar facilidades en la ejecución de la vía Yanama-Yungay.

Un vaivén de sensaciones en una carretera sinuosa, en un circuito que se vuelve danza en las cercanías de la laguna Auquiscocha, donde los habitantes de los tres sectores de la comunidad Fuerza y Poder sueñan con recibir a más turistas. Detenerse. Almorzar trucha, cuy o chocho. Retornar a la ruta. El abra y el túnel olímpico. Otras lagunas. El arribo y el pernocte en Chacas (provincia de Asunción), un pueblo de balcones tallados.

La jornada final

La última oportunidad de ser copiloto. Nada. Es inútil. Atrás, siempre atrás entre Chacas y Yanama (provincia de Yungay). Polvo, pinceladas rurales, faenas comunitarias, vacas, burros y ovejas en el camino. Otras danzas. Otro recibimiento con flamear de banderas y discursos esperanzadores: desarrollo, ecología, turismo responsable. Palabras que retumban. Palabras que deben escucharse.

Adiós, Yanama. El último ascenso para completar “La vuelta al Huascarán”. Curvas y más curvas hasta el abra Portachuelo. La otra cara del gran nevado. Cara tímida, oculta por un manto de nubes. Igual impacta, como lo hace la quebrada de Llanganuco, que está abajo con sus dos lagunas de aguas esmeraldas y sus bosques de queñuales. Y se agota la aventura. Te sientes feliz de estar atrás.

Y lo importante era estar aquí, para mirar de todos lados y desde todos los ángulos a la mayor montaña tropical del planeta, como te enseñó la profesora Flores años atrás, cuando soñabas en convertirte en un corredor de autos, cuando no imaginabas que un día escribirías esta y otras historias que tienen al Perú muy presente.