Año 107 / Viernes 16 de febrero de 2018
Gratitud. El agua, el fuego, la tierra y los elementos conforman el núcleo de la vida en Michoacán.
TRADICIONES

EL VIAJE DEL FUEGO

Con la emoción que movía a sus antepasados antes de la conquista española, el pueblo p’urépecha de Michoacán celebra, cada febrero, la fiesta del fuego, un ritual que constituye también una oportunidad para mantener vivo el sello de su identidad indígena.


TEXTO Y FOTOS: HENOCHHIRAM CABRERA / DESDE MÉXICO

Al oeste de la Ciudad de México, en el estado de Michoacán, los indígenas p’urhépecha celebran cada año el inicio de un nuevo ciclo agrícola con una ceremonia que gira en torno al que consideran el elemento más importante de su tradición: el fuego. Recuperaron la tradición hace poco más de tres décadas y la ejecutan con el mismo fervor y la emoción con que sus antepasados agradecían a la Tierra y la naturaleza, mucho antes de la llegada de Colón y de la invasión española de América.
En lengua p’urhépecha, el nombre para esta celebración es largo y tiene la sonoridad especial que distingue al poblador rural michoacano. Kurhikuaeri k’uinchekua, que en castellano quiere decir ‘la festividad del fuego’, es un ritual cuya esencia demanda mantener una llama encendida durante todo un año dentro del pueblo, una verdadera carrera de resistencia.

VIAJE ILUMINADO
Culminado este período, los indígenas caminan hacia otro pueblo, llevando consigo el fuego vivo y radiante, para entregarlo a la comunidad que se encargará de conservarlo durante los doce meses siguientes.
La posta se entrega en la madrugada del 2 de febrero, momentos antes de que la constelación de Orión esté en el cenit. De manera simbólica, hombre, naturaleza y cuerpos celestes confluyen para celebrar, con asombro antiguo, la maravilla de la vida.
A finales del siglo XX, la tradición del kurhikuaeri k’uinchekua ha resurgido con la intención de recuperar el ritual prehispánico del cambio de ciclo agrícola, el cual, históricamente, se cumplía al comenzar el actual mes de febrero para rendir culto a Kurhikuaeri (dios principal que representa al Sol).
Este año, el turno de preservar el fuego será de la comunidad Naranja de Tapia, región Ciénega, que lo recibió de manos de los nativos de Huáncito, región Cañada.

HOMBRE Y ENTORNO
La mítica relación entre astros, elementos naturales y seres humanos está presente en decenas de tradiciones indígenas a lo largo y ancho de América.
En el Perú, por ejemplo, el Inti Raymi es la festividad sagrada en la que se recibe al Sol renaciente para comenzar otro ciclo, mientras se agradece a la Pachamama, nuestra Madre Tierra. Surgió en el Cusco, antigua capital del Tahuantinsuyo, cabecera del Imperio de los incas, y aún se celebra –con matices– en diversos pueblos andinos de Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y Argentina.
Las costumbres conservan singularidades que distinguen y representan a las culturas que las acunan en el tiempo. Y son la muestra palpable de un interés por preservar la identidad étnica y los rasgos cosmogónicos que comparten los miembros de una sociedad determinada. Pero, con el paso de los años, algunas de estas celebraciones se convierten en fiestas de resistencia y autonomía política, cultural, territorial e incluso ambiental. Resalta en ellas el vínculo estrecho entre el hombre y la naturaleza que lo rodea.

AMANECERES
En el caso del fuego nuevo de Michoacán, se rescata el recuerdo de los ancestros, la memoria de las raíces, el trabajo comunitario y la difusión del respeto por el planeta. Y se pretende fortalecer los lazos entre las comunidades de las cuatro subregiones que comprenden la región P’urhépecha, cada una representada con un color característico: Ciénega, morado; Cañada, amarillo; Sierra, verde; y Lago, azul.
En toda América, tradiciones como la fiesta del fuego buscan, sobre todo, resguardar una cosmovisión que ha aprendido a tomar distancia de las dinámicas gubernamentales, partidistas, religiosas e institucionales. Es un festejo del pueblo y para el pueblo que merece ver el amanecer miles de veces más.

HUELLA INDÍGENA
El pueblo p’urépecha ocupa una región lacustre y montañosa del estado de Michoacán. De acuerdo con estudios sociodemográficos de años recientes, esta comunidad originaria está compuesta por alrededor de 120,000 personas, de las cuales el 40% todavía habla la tradicional lengua p’urépecha. Tal como ocurre con diversos grupos indígenas del continente, las condiciones de vida de esta comunidad son en extremo difíciles, en cuanto a empleo, vivienda, acceso a la salud y educación.



“Con el paso de los años, algunas de estas celebraciones se convierten en fiestas de resistencia y autonomía”.