Este libro me hizo pensar en cuatro autores: Xavier Béllenger, J. A. Lloréns, Raúl R. Romero y C. Santa Cruz, junto –por supuesto– a Gérard Borras, quienes han revolucionado el conocimiento de nuestra música popular peruana, incorporando las armonías y melodías musicales que le dan identidad a nuestro desarrollo nacional. Es una dimensión muy real que los historiadores frecuentemente no podemos apreciar e incorporar en una narrativa más integral.
Tiene tres partes: Una aproximación a la Guardia Vieja; Cultura musical en Lima (siglos XIX y XX); y Estrategias de autorrepresentación en el vals de la Guardia Vieja. Cada una se desarrolla en tres capítulos, después un colofón y reflexiones finales, más conclusión. Cuenta también con cuadros e imágenes que vuelven más amena la lectura.
El objetivo del autor es proponer respuestas. “La pregunta central que motivó este trabajo fue por qué el vals, un género musical extranjero y afincado esencialmente entre las élites limeñas, logró constituirse, al remontar el siglo XIX, como la expresión musical más arraigada en el gusto y en las tradiciones sonoras de los sectores populares de la ciudad y logró arrinconar y desterrar a los otros géneros musicales con los que la población estaba asociada”.
El autor plantea una buena respuesta, al mostrar como el vals, un producto importado de Europa, que invade –desde la Independencia de 1821– el salón ilustrado de las familias notables criollas limeñas, en el período 1885-1930 se desplaza hacia los sectores populares urbanos, a los barrios tradicionales de Lima, por medio de músicos, letristas y compositores, los que se apropian de este género musical hasta convertirlo en propio y en popular.
Cita dos versos del poeta peruano Luis Hernández: Creo en el plagio y con el plagio creo… para legitimar esta recreación. En este caso, los grupos subalternos buscan apropiarse de los símbolos culturales de los grupos criollos, notables, que se beneficiaban del control del poder en la República. Este podría ser, contrariamente, un clásico mecanismo colonial, como lo fue la occidentalización de las regiones andinas (por medio de la escritura y la lengua española) y la evangelización, de arriba hacia abajo.
La nación, como lo indica Benedict Anderson, citado por el autor, se construye al revés, de abajo hacia arriba, como sucede ahora con algunos artefactos culturales –como la cocina y la música populares– llevados a los salones elegantes.
El vals desplaza a la zamacueca (marinera), la resbalosa, el tondero, las décimas y las pallas, géneros populares indígenas o afroperuanos. Así, lo original, popular, propio, rural es reemplazado por lo europeo, criollo, occidental, urbano, que viene de arriba. Los de abajo urbanos, los de los barrios tradicionales limeños, buscan parecerse a los de arriba. Es una suerte de “conquista tardía” del imaginario popular, al estilo colonial. El resultado: el vals de la Guardia Vieja, 1885-1930.
La conclusión que nos propone el autor es cómo un género musical que pertenece al mundo culto, del salón ilustrado criollo, apropiado por los sectores populares como una estrategia de autorrepresentación y de negociación para presentarse ficticiamente como más cultos, menos rústicos, más modernos, más patriotas, menos marginales, más integrados a una sociedad criolla limeña, contribuye a crear una ciudadanía nacional.
Me pregunto, ¿si el vals, por el recurso a la mimetización con “el de arriba”, no contribuyó más bien a fortalecer la ficción de la nación criolla, retrasando así la emergencia de la auténtica nación peruana hasta el día de hoy?