Años después, ambos se encontraron en la calle. Cuando el maestro se acercaba a saludar al director, este se bajó de la vereda. El profesor, sorprendido, le preguntó el porqué de su actitud. El directivo le contó: “¿Recuerdas que te hice perder tu trabajo por ponerle 21 al examen de un alumno? Bueno, ese alumno ganó luego una beca de estudios, se fue a Brasil y ahora es un pintor famoso en Europa. Por eso me bajé de la vereda, porque yo soy un burro y tú, en cambio, eres un maestro”.
“Gracias”, dice Carlos Torres, chalaco, de 61 años, quien de esta manera termina de contar una de las mejores anécdotas del gran pintor cusqueño Alberto Quintanilla. Miradas sorprendidas, sonrisas y aplausos recibe de los transeúntes que se han detenido para escucharlo en la esquina de la quinta cuadra del jirón de la Unión, en el centro de Lima. Y, claro, unas monedas caen en el gorro. Era el verano del 2012 y así empezaba su historia como cuentacuentos.
A Marita Carrión le pasó lo mismo, en 2012, pero mientras estudiaba en un taller de narración. Ella es profesora de teatro y esa vez le fluyó la pasión por contar de forma natural. Su primera vez fue con un cuento sobre la Cruz de Motupe, “porque mi familia es chiclayana”, dice. Luego vinieron cuentos sobre Lima, la tapada, el turrón y mil historias más.
Contaba por aquí, contaba por allá, y pensaba que era necesario buscar un espacio que sea más permanente. Lo mismo pensaban Carlos Torres, Ángel Barros y Ricardo Pflucker. Así que hicieron las consultas, las gestiones, y junto a la Cámara Peruana de Libreros constituyeron, el 16 de febrero de 2014, los sábados de los cuentacuentos en la Feria de Libros Amazonas.
Han pasado cuatro años desde ese verano en que empezaron esta historia. Y no solo han conquistado este espacio para que niños, jóvenes y adultos enciendan su imaginación con tan solo escuchar su voz, la entonación, que a veces se acompaña de un libro o un instrumento musical. Ellos también han llevado su arte a Arequipa, Tacna y Puno, así como a La Paz y Santa Cruz, en Bolivia. Además, suelen participar en el Encuentro Internacional de Contadores de Historias y Leyendas que se realiza anualmente en la ciudad de Buga, en Colombia.
Todos tenemos un cuentacuentos dentro, dicen ellos, pero “sacarlo” depende mucho de las ganas que le pongamos y del desarrollo de algunas condiciones que se hacen imprescindibles.
El cuentacuentos debe ser un apasionado al momento de contar. Debe ser un buen lector, pues la lectura no solo facilita tener a mano una variedad de historias, sino que permite manejar sabiamente la riqueza del castellano. Y, claro, es necesario también tener empatía, “esa conexión con la gente que nos permite elevar su imaginación”, dice Pflucker, el “Tata Cuentos”.
Agrega que el cuentacuentos puede contar historias llenas de humor para que la gente se ría, o puede narrar otras que toquen la sensibilidad de las personas. Y es que los cuentos tienen también carácter terapéutico y nos hacen pasar muy buenos momentos.
Todo se trata de pasión, dice el narrador Ángel Barros. La pasión por contar y compartir historias con grandes y chicos; la pasión por permitirles imaginar, sonreír o sorprenderse; y la pasión para llenar el espíritu –a veces aletargado– de quienes se detienen a dejarse encantar con sus relatos y agradecerles con un fuerte aplauso.