Por lo menos cuando ellas juegan de locales, aquí el balón se mancha, se raspa, rebota y recibe patadas a discreción
Es domingo y la mañana se anuncia soleadita en las alturas del distrito más poblado de Lima. Hoy, el ritual del fin de semana se repetirá como desde hace dos años: las mujeres de la asociación familiar Villa Rica –migrantes y emprendedoras– se reúnen para liberar tensiones después de seis días de trabajo arduo.
La cancha de Villa Rica es un cuadrilátero cercado al vuelo con redes y cañas de Guayaquil. De otro modo, con cada remate desviado habría que correr por la quebrada para recoger el balón doscientos metros cerro abajo… ¡ni hablar!
En las tribunas, los asientos son las piedras; y “el respetable”, los vecinos del barrio, hombres que esperan turno para pelotear, otras señoras que hoy no cocinan, niños en día libre, adultos mayores con sus nietos en cochecitos descubiertos y todas las mascotas que comparten ladera sin gruñirse. En San Juan de Lurigancho, el fútbol de mujeres democratiza el uso del espacio público.
A sus 20 años, Priscilla intenta describirse frente a la vida tomando como referencia los lados rectos de la cancha de su barrio. Ella, que se marchó de Huánuco al no encontrar en su región las oportunidades que esperaba al terminar la secundaria, y que ni bien llegó a Lima se empleó de costurera en el emporio de Gamarra, sabe bien que la calle es dura. “¡Aquí yo le pongo pasión, parezco otra!”, dice ella, resaltando el lado escondido de su esencia luchadora.
El Villa Rica Fútbol Club se fundó en el 2016 y jugaba, en principio, solo con motivo de las fiestas por el aniversario de la asociación. “Venían vecinos y vecinas de otros asentamientos, llegaban de otros distritos”, recuerda José Puma, dirigente y fundador del equipo.
Esta tarde juegan las dueñas de casa con las visitantes del Niño Jesús de Turpo-Andahuaylas, de la asociación familiar Virgen del Carmen, del asentamiento Nuevo Belén y del barrio Javier Pérez de Cuéllar, pueblos vecinos de Villa Rica. Y para ponerle emoción a la jornada, han decidido jugar con apuesta: 10 soles por participante. Un porcentaje del pozo quedará para el mantenimiento de la cancha.
“Algún día conoceré a André Carrillo, es mi ídolo”, dice Priscilla, mientras espera la hora del partido junto a sus compañeras, todas con la camiseta lila que distingue al Villa Rica. Además del pozo de la apuesta, las ganadoras se llevarán una copa donada por un vecino de San Juan que aspira a gobernar el distrito.
Desde que se hicieron conocidas por su garra y por su cancha en el cerro, las chicas reciben una que otra invitación para jugar en la parte baja. “En complejos deportivos con pasto sintético, las apuestas suben al doble y hay que meter más pierna para sacar el resultado”, explican con entusiasmo.
Semanas atrás, un organizador de campeonatos puso en juego un cordero en pie y varias cajas de cerveza. Las mujeres de Villa Rica conocen sus límites y distinguen el deporte de la juerga.
La capitana levanta la copa en señal de triunfo. Sonríe. La gente que se ha quedado hasta el final aplaude y se mete a la cancha
Cae la noche en Villa Rica y las locales hicieron respetar la casa: le metieron tres goles a la visita. La capitana levanta la copa con los dos brazos en señal de triunfo. Sonríe. La gente que se ha quedado hasta el final aplaude y se mete a la cancha. Hay energía para comenzar, al día siguiente, una semana nueva en la capital de los 11 millones de habitantes. Priscilla quiere jugar la Copa Perú Femenina. Ganas hay, tiempo también.