Aprendió de la pesca viendo a su padre; y su padre, viendo a su abuelo, así que lo que sabe le viene de familia. Todos ellos salían muy temprano y se hacían a la mar embarcados en lo que para él, todavía, era una especie de juguete: el caballito de totora.
La totora era algo así como parte de su casa en Alto Perú, uno de los barrios de Pimentel, en la norteña provincia de Chiclayo, Lambayeque. Y es que su abuelo fabricaba allí los caballitos de totora. Su padre hizo lo mismo, así que él aprendió desde muy pequeño todos los secretos del armado de esta embarcación.
Hoy por hoy, Pazos es considerado uno de los mejores fabricantes de caballos de totora nacidos en Pimentel, y portador de una tradición familiar que ha sabido enseñar a Juan Carlos, su hijo, quien combina esta tradición de casa con sus estudios superiores.
La historia da cuenta de que los primeros caballos de totora datan de unos 2,000 años antes de Cristo y que eran utilizados para transportar a los pescadores de la época durante la faena de pesca.
Esa misma utilidad y la forma de confeccionarlo se han mantenido en estos más de cuatro milenios. Y es Carlos uno de los portadores de esta técnica que le permite transformar juncos sueltos en una sólida embarcación.
Lo primero que hace es agenciarse de totora o junco, esas hierbas altas, de varas redondas y esponjosas, que se comercializan en Monsefú, Santa Rosa y Puerto Eten. Las lleva a su casa y allí empieza a ordenarlas una por una.
Es tan hábil en la materia que puede preparar un caballito de totora en un par de horas, pero él prefiere hacerlo con paciencia. Enciende su radio, escucha su musiquita y va ordenando y atando, tramo por tramo. Así, le va dando forma a la proa (la parte delantera) que termina en punta y con una ligera curva hacia arriba, dejando la parte posterior plana, ancha y con un espacio para albergar al tripulante.
Dice Carlos Pazos que el tamaño promedio de las embarcaciones que fabrica es de 4 a 5 metros de largo y su ancho puede ser de un metro. Su peso puede llegar a los 50 kilogramos y puede soportar unos 200 kilogramos de carga.
Un mes, más o menos, es el tiempo de vida óptima de un caballito de totora. Ya sea por el uso, la humedad o el calor, el navegante sabe que cada treinta días debe cambiar de embarcación o darle un mantenimiento a la que tiene.
Pero si su principal uso es la pesca, otro es la diversión. En Pimentel, algunos de los caballitos preparados por Carlos sirven para pasear a los turistas, que pueden navegar, a cambio de diez soles, sobre las aguas calientes de esta parte del país.
Incluso, algunos de sus trabajos se exponen en restaurantes, comercios y calles del lugar. Son mucho más pequeños, claro, de no más de metro y medio, y caen tan bien que algunos turistas terminan comprándolos.
Cuando Carlos era pequeño y jugaba sobre los caballitos armados pacientemente por su padre, no imaginaba que él mismo terminaría fabricando y estampando su firma en cientos de ellos, que serían de utilidad para la pesca, la diversión y la decoración de muchos hogares del Perú y del mundo.