La historia, a la que se le han retirado las referencias europeas y del Polo Norte –de la obra original– para situarla entre huacas como las que uno se encuentra por todas partes aquí en el Perú, se desarrolla con momentos de tensión cautivadora y el sobresalto de un vínculo padre-hijo cargado de contradicciones.
Para Luque, la primera reflexión que propone este montaje es el de la responsabilidad sobre nuestros actos: “Por lo general, echamos la culpa a los demás de aquello que nos duele. Y al final es revelador el darnos cuenta de que, en realidad, somos nosotros mismos los culpables de esas situaciones”.
El personaje del doctor Víctor Fránquenstein, por ejemplo, padece en todo momento un infierno personal, aquel donde se siente atrapado tras encontrar al ser que ‘fabricó’ con fragmentos de otros entes. Y si bien la adaptación de Luque explora el viejo debate sobre la vida y su origen, también ancla con potencia en el conflictivo encuentro cara a cara entre creador y creatura.
La criatura nace de un complejo experimento que rompe los esquemas de la ciencia y la realidad. Y ni bien cobra vida, en lugar de ser amado, resulta despreciado por su propio padre. En efecto, hay una relación de padre e hijo que se destruye principalmente por responsabilidad del padre. “Es verdad que el hijo comete una serie de crímenes espeluznantes, pero estos son el resultado de una venganza simbólica, el rencor a un padre que abandona –acota Luque–. Y que no solo abandona, sino que principalmente margina”.
Escena por escena, el aspecto exterior y la vivencia interior de la criatura, más las tribulaciones del creador, dinamizan el drama. Por lo pronto, es el único ser (humano) capaz de comunicarse cara a cara con su creador. Es allí donde se proyecta el viejo conflicto no resuelto entre el hombre y la figura de Dios. ¿Y quién creó al ser humano? Más aun, ¿quién creó a quién? “La criatura es un personaje interesante porque es el único ser en posibilidad de tomar contacto físico con su creador. Y eso hace de él alguien capaz de gatillar reflexiones sobre su propia existencia de una forma distinta a la que cualquiera de nosotros tendría; allí radica su riqueza”, explica el director.
El origen de la criatura es, en realidad, puro y divino, pero por la estupidez humana hace que se sienta despreciable, sin valor alguno
La trama lleva al espectador a plantearse cuestiones de fondo respecto a ese ser diferente. El origen de la criatura es, en realidad, puro y divino, pero por la estupidez humana –en este caso, la del doctor Fránquestein– hace que se sienta despreciable, sin valor alguno.
“Es la historia de una reconciliación imposible entre el padre y el hijo y, sobre todo, una reflexión sobre la responsabilidad y la deuda que producen nuestras acciones. Es desde este último punto de vista que nos hemos tomado la licencia de reflexionar no solo sobre las dudas universales que la obra evoca, sino aterrizar esos conceptos abstractos y, de alguna manera, obligarlos a que revelen algo de nuestra propia historia”, sostiene Luque.
El director explica también las modificaciones en la producción escenográfica. “Cambié el contexto de la historia original y lo ubiqué en el Perú, como si todo hubiera ocurrido aquí, en nuestro país. Me pareció pertinente porque hay una serie de analogías en la relación de la creatura y el doctor que llevan a pensar en la relación de las clases dirigentes peruanas y la irresponsabilidad que han tenido frente al pueblo; es una relación dominante-dominado que puede resultar riquísima para el análisis”.