El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 562 // Viernes 14 de setiembre de 2018
AUTORES
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LA MUERTE ES COSA SERIA

El escritor esotérico Jorge spinoza Sánchez presentó su último libro en el Presbítero Maestro. Esa noche mató a dos pájaros de un solo tiro: sembró el interés por su obra y renovó su fetichismo por los cementerios escribe: LUIS FRANCISCO PALOMINO # #
Aquí no acaba la vida. “Experiencias paranormales me han demostrado que hay otros espacios por encima de esta breve fiesta”, dice tranquilamente Jorge Espinoza Sánchez, escritor y editor del fondo editorial Cultura Peruana, un sesentón que no le teme a la muerte.

“He salido de mi cuerpo dos veces”, continúa, mientras apunta al vacío con esos ojos grises que –asegura– han visto almas en pena atravesando los umbrales de su imprenta, en el jirón Ica, en el Centro de Lima, antiguo local del diario Expreso. Allí, susurra, como quien comparte un secreto o una locura, es habitual oír cánticos de chamanes inmateriales.

“En 1988, dice, la publicación de su Poesía erótica le costó un juicio por obscenidad en agravio de la sociedad y el Estado”.

Hay que tomar con cautela las palabras de este trajinado fabulador, que hace un mes presentó su libro de relatos, en prosa poética, Los muertos hablan latín. El pabellón de los suicidas del cementerio Presbítero Maestro, conocido por su perturbadora pesadez, fue el espacio escogido para la velada literaria, acaso deudora del baile de Norka Rouskaya con Mariátegui de cómplice. Y, como no podía ser de otra manera, los más de cincuenta asistentes darían fe de que esa noche también hubo una aparición espectral.

Semidesnudo, con la piel de blanco y una corona floral en la cabeza, David Novoa –premio Poeta Joven 1990– hizo el preludio con una disertación teatral que, a un lado de los nichos, cuestionaba: “¿Qué da la muerte si no más vida?”.

Ese es el leitmotiv de Espinoza Sánchez. Así lo explica: “Esta es una época caótica. El ser humano cree transitar por una sociedad real que es más bien una sociedad de consumo, que nos extravía. Para quienes viven trastornados en esta enfermedad, la muerte simboliza un remanso de paz”.

CEMENTERIOS

Desde su adolescencia, Espinoza ha mantenido una atípica relación con los camposantos. En esos lugares asociados generalmente a la tristeza y al dolor, él encontró –vaya paradoja– dosis de tranquilidad.

“Iba de día al Presbítero y al Ángel. Me incorporaba a los cortejos de desconocidos. Era todo un ritual. No sentía tanto el pesar de los deudos como la paz de los que se iban. Una extraña manera de celebrar la vida. Por eso, cuando he estado en provincias, en vez de pedirles a los poetas que me lleven a los burdeles, les he preguntado dónde están los cementerios”, cuenta, entre risas.

Quizá el siguiente párrafo de Los muertos hablan latín sea una reminiscencia de aquellos años juveniles: “Monté el brioso potro / y galopé velozmente hasta el cementerio / El cortejo llegó al atardecer / escoltado por una caballería apache / Bailoteaba macabramente el féretro en el viejo carretón / Nada pudimos hacer contra el gran sueño / con fastuosos honores fue devuelto al polvo”.

La presentación en el bicentenario panteón de Lima no ha sido la primera vez que Espinoza combina literatura, muerte y espectáculo. En 1988, dice, la publicación de su Poesía erótica le costó un juicio por obscenidad en agravio de la sociedad y el Estado. A modo de protesta, porque la denuncia era penal, el escritor organizó un recital en una funeraria. Y salió a leer de un ataúd.

EDITOR A MUERTE

En su faceta de editor, Espinoza ha publicado a diversos autores contemporáneos peruanos, que van desde Óscar Colchado Lucio, Sergio Galarza y Elvis Herrada –el Escritor de los Buses– hasta los poetas del movimiento Hora Zero.

Pero en el circuito librero se le conoce más por la colección Perú Lee, clásicos literarios que imprimió en el 2003 y que puso a la venta callejera al hiperaccesible precio de un sol. Un proyecto heredero de los Populibros de Manuel Scorza, solo que en el siglo XXI y sin apoyo empresarial.

“Creo que lo del Presbítero Maestro ha sido original, ha llamado la atención, pero en el rubro editorial es necesario acercarse de otra manera al público. Aquí el libro tiene un precio demasiado alto. Hay que abaratarlo. Nosotros llegamos a vender medio millón de ejemplares con Perú Lee”, afirma Espinoza.

No obstante el interés popular, dicha campaña duró menos de lo esperado y no generó integración, sino lo contrario: “Varias librerías nos cerraron sus puertas. Decían ‘¡Cómo vamos a vender esos libros a un sol cuando tenemos otros similares a diez o veinte, vamos a matar nuestro negocio!’. Estuvimos dos meses en la alameda Chabuca Granda hasta que llegaron las represalias.

Removieron de su cargo al hijo del poeta Gustavo Valcárcel, que nos había dado el permiso, y rápidamente nos desalojaron”.

Curioso: algunos preferirían que Espinoza Sánchez volviera al ataúd del que salió en 1988 o, lo mismo, verlo en el cementerio (y no precisamente de pie) hablando latín.