El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 578 // Viernes 15 de febrero de 2019

REFLEXIONES
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ELOGIO DE LA CALMA

En sociedades emocionales y trepidantes, la melancolía puede operar como un recurso estratégico capaz de aportar la cuota de equilibrio que el mundo necesita. ESCRIBE: CÉSAR CHAMAN # #
En los últimos versos de ‘Avestruz’, César Vallejo aporta señales de la doble lectura que permite un concepto de construcción histórica y social marcadamente compleja: “Melancolía, deja de secarme la vida, / y desnuda tu labio de mujer…!”.

En dos líneas, sequía y promesa, muerte y deseo, fluyen sin fricción desde uno de los poemas de Los Heraldos Negros (1918) para un desenlace de innegable sello vallejiano. Sin embargo, hoy, contra lo que cualquiera de nosotros podría suponer, está probado que la melancolía no siempre fue un sentimiento ligado a la depresión, el abandono o la dejadez.

En un espacio tan emocional como el de hoy, la melancolía –en tanto recurso cultural– puede ser un “elogio de la calma

“Vivimos en la sociedad de las emociones”, observa Marco Barboza, abogado, profesor visitante en la Universidad de Alcalá, integrante del equipo de conducción del programa ‘Habla Perú, Habla’ de Radio Nacional. Y en una sociedad así estructurada, estamos constreñidos y culturalmente bombardeados por una lógica que privilegia la privatización de la felicidad, el sentido de bienestar y la reputación virtual, tres elementos que, a fin de cuentas, terminan angustiando a las personas.

Obligados a competir para demostrar quién es más feliz, las imágenes y los mensajes en redes sociales terminan convertidos en herramientas disimuladas de ataque y defensa. “Es como una ‘carrera contra la muerte’, una competencia de velocidad que la gente quiere ganar a como dé lugar –advierte–. Y, entonces, allí la melancolía aparece como un recurso estratégico”.

CICLOS Y TENSIONES

Tal como en sus charlas del taller “Una historia de la melancolía”, que organizó el Fondo de Cultura Económica (FCE) en Miraflores, Barboza teoriza en torno a causas y consecuencias: “Si uno tiene al frente una sociedad donde abundan lo incierto, lo desprotegido, lo inseguro, y pretende ser feliz de buenas a primeras, pues encontrará una pared y se chocará con ella”. Por el contrario, cuando las personas optan por la pista histórica de la melancolía, pueden premunirse de saberes pasados, entender con profundidad los ciclos de las sociedades y descartar emociones que perturban.

“Entonces, en un espacio tan emocional como el de hoy, la melancolía –en tanto recurso cultural– puede ser una suerte de ‘elogio de la calma’, un camino alternativo para recuperar saberes e, incluso, para construir un bienestar mucho más tranquilo, no tan trepidante”.

Contradictorio o no, desde las resonancias del discurso del emprendedurismo y del hombre que se hace solo, es claro que la sociedad no premia la melancolía. “No, es cierto, más bien la castiga, considera que no sirve para mucho. Sin embargo, en sociedades en transformación profunda –como la actual– y en escenarios de crisis, el recurso melancólico es justamente el que aporta estabilidad”.

Barboza pone un ejemplo de esos tránsitos críticos. “A mediados del siglo XIX, John Ruskin, en su libro Las piedras de Venecia, planteaba recurrir a los espacios del Gótico, una etapa que había transcurrido siete siglos antes, para encontrar nuevamente el sentido de la vida; y entendía que ese reencuentro debía estar signado por el arte y la estética, frente a lo que implicaban el imperio del acero, la máquina y la Revolución industrial, en buena cuenta”.

RASTRO LITERARIO

En el repaso de la tradición literaria, se asegura que la historia de El Quijote sintetiza el espíritu melancólico de un mundo en retroceso: el de los hidalgos caballeros. Lo interesante es que tanto Miguel de Cervantes (1547-1616), en el caso de España, como William Shakespeare (1564-1616), para las letras británicas, pudieron tener influencia de sendos tratados sobre melancolía impresos en el siglo XVI: en España, el filósofo Juan Huarte de San Juan escribió Examen de ingenios para las sciencias en 1575; y en Inglaterra, el médico Thimothy Bright publicó Un tratado de melancolía en 1586.

En esta etapa, la vertiente cultural de la melancolía cobra toda su fuerza histórica. “No olvidemos que, iniciado el siglo XVI, Alberto Durero elabora su famoso grabado Melancolía I, con una especie de ángel caído en su conocida pose de abandono. Allí, uno detecta que esta emoción tiene un haz y su envés: puede ser un recurso creativo, asociado al arte, al ingenio, a la producción cultural, y, por otro lado, puede ser el elemento vinculado con lo patológico, con el estancamiento e, incluso, como planteaba la Iglesia, con la locura y hasta la pereza, que es un pecado capital”.

DISCUSIÓN ABIERTA

En el Perú, hacia finales de la década de 1920, es Hermilio Valdizán quien inaugura el espacio de la psiquiatría social, una escuela que se interesa también por crónicas y cronistas coloniales que recogieron relatos sobre tendencias melancólicas en el mundo andino, vinculadas con el consumo de plantas medicinales.

¿RASGO ANDINO?
A finales de la década de 1950, la psiquiatría social realizó una intervención clave en Mendocita, en La Victoria, un barrio con muchos migrantes andinos, resalta Barboza. “Cuando los investigadores hacen la exploración de campo, una de las claves del test que aplican es preguntar a las personas si a menudo se sienten tristes o melancólicas. Fíjate que a mediados del siglo XX tú ya tenías el corpus melancólico absolutamente asentado: melancólico era sinónimo de andino”.

Posteriormente –y aunque la discusión continúa abierta– el análisis de expresiones culturales como el huaino y la guitarra ayacuchana asigna un carácter melancólico a la idiosincrasia andina. Sin embargo, hay evidencia de que esa relación entre lo andino y la melancolía es también una construcción sociocultural fuerte, opina el especialista: “Parece ser una ‘acumulación cultural’ del lado occidental que se va labrando a lo largo de los siglos y que lo único que hace es proyectar una idea típicamente europea”.

En opinión de Barboza, algo de eso ocurre también con el indigenismo del siglo XX: es todavía la estirpe criolla interpretando el mundo andino; no es el andino hablando del andino.

“Creo que la melancolía en el siglo XXI es un sentimiento que conecta la historia y la cultura y que opera como un recurso para entender mejor el presente. Y puede ser, para el Perú y también en términos globales, una herramienta de la cual no podemos prescindir en este siglo. Una emoción que tiene un rastro de más de 2,000 años tiene mucho que enseñarnos y el siglo XXI la necesita”.

“¿Aun si uno llega a sentirse afectado cuando alguien nos dice: Oye, eres un melancólico?”, pregunto. “Bueno, a Vallejo le decían cosas como esa. Y mira cómo ha permanecido en el tiempo”.