Enclavado en las alturas de La Libertad, Huamachuco garantiza ese estado apacible que el viajero anhela. Lagunas y baños termales ayudan a ese propósito, pero también a la aventura. Es una ruta que promete y sorprende.Texto y Fotos: Rolly Valdivia.
Un plato con un montón de papas sancochadas y humeantes. No es un plato tendido. Es hondo, sopero y está hecho de lata. Si se le observara con atención –obligando a la vista a no distraerse u obsesionarse con los provocativos tubérculos–, seguramente se descubriría una flor rosadita medio despintada que funge de elemento decorativo y hasta un punto de soldadura salvador que ha prolongado su tiempo de uso.
En ese vistazo revelador quedaría en evidencia que las papas no están solas, que las acompaña un ‘charquito’ de ají que empieza a expandirse por el borde y el fondo de ese plato ‘curado’ con el calor de un añoso cautín, de ese plato copado de tubérculos que apareció de milagro, que podría tener una flor descolorida y que no está en una cocina ni reposa en una mesa con mantel de plástico. Una niña lo tiene y lo lleva entre sus manos. Es una niña de mejillas agrietadas por el sol y el viento. Es una niña tímida con gorro de lana y ojotas de caucho.
Ellos están saciados. tenían hambre de merienda, de camino legendario, de aventura pedestre.
Callada y silenciosa, la niña dibuja una sonrisa fugaz cuando le dan las gracias, después de cumplir con el encargo que le dio su mamá. No era una tarea difícil. Solo tenía que entregar el plato con su montón de papas y su desbordado charquito de ají.
Pero a ella le daba un poquito de vergüenza. Y es por eso que rapidito se escondió. Ahora, como quería su mamá, el plato está en otras manos, en la de ellos, en la de aquellos que aparecieron por el camino de los antiguos, por el sendero que aún recorren los arrieros. Se les nota cansados, mas no vencidos. Se les nota felices y agradecidos. Esas papitas y ese ajicito son recibidas como una bendición.
“Es un regalo de Taytacha Wiracocha”, anuncia místico uno de los recién llegados. Los demás asienten sin palabras, mientras ahogan afanosos las papitas en el ají. Provecho. Ellos están saciados. Tenían hambre de merienda, hambre de camino legendario, hambre de aventura pedestre y kilométrica. Por eso están aquí, a 3,970 m. s. n. m., con un plato de latón que va y viene entre sus manos, y con los ojos fijos en una laguna.
La merienda se termina. La niña reaparece más tímida, más obediente, más fugaz. Se repiten los agradecimientos: a ella, a la madre, al implorado Taytacha Wiracocha; pero no para el plato soldado que reposa en un balde de agua fría, casi congelada. Suele ocurrir en las orillas de Cushuro, donde vive una niña con su madre solidaria y, a veces, aparecen unos cuantos viajeros.
Cómo llegar y qué hacer
La ruta: de Lima a Trujillo por vía terrestre (8 horas) o aérea (una hora). Desde Trujillo hay ómnibus y colectivos hacia Huamachuco. Vía asfaltada. Tiempo de viaje: 3 horas.
Primer paso: Escalerilla se encuentra a dos horas en auto de Huamachuco (ruta hacia Tres Ríos). Desde ese punto se caminan siete kilómetros hasta Cushuro.
Distancias a Huamacucho: Marcahuamachuco: tres kilómetros; Wiracochapampa: 2.8 kilómetros; Sausacocha, 10 kilómetros; Yanasara, 30 kilómetros. A estos atractivos es posible acceder por carretera.
Los árboles de la plaza de Huamacucho tienen forma de figuras humanas, animales y objetos, una curiosidad que atrae a los turistas.
Son como ellos o muy parecidos. Extraños que llegan agotados después de superar las pendientes y sinuosidades de Escalerilla. “Es un camino inca con tramos empedrados”, advierte el devoto del Taytacha; “seremos protegidos por el apu Huaylillas”, anuncia un trajinante que dice ser el último nómade de la cueva; “¿cómo volveremos a Huamachuco?”, rompe el encanto un periodista que se alucina un trotaperú.
La pregunta se vuelve inquietud en Cushuro. Y es que no viene el vehículo prometido. ¿Dónde está la combi, camioneta o camión que los llevaría de retorno a Huamachuco? Esa era la fase final de un plan que empezó a ejecutarse de madrugada cuando abandonaron, entre sombras, la serena capital de la provincia de Sánchez Carrión, en la sierra de La Libertad, a 184 kilómetros de Trujillo.
Tal vez esa ausencia sí estaba programada, a diferencia de las papas, el ají y el plato recuperado gracias a un cautín. Quizá todo fue parte de un plan trazado en complicidad con Taytacha Wiracocha, para que los exploradores no supieran que tendrían que agregar 12 kilómetros a su cuenta andariega.
Vida de caminante
Retorno a pie por una carretera de polvo. Se extraña el camino inca con sus quiebres, subidas y bajadas, con sus estampas panorámicas que permiten otear la laguna desde mucho antes de llegar.
Ya no están en una vía prehispánica vigilada por una montaña sagrada ni en los recintos de piedra de Marcahuamachuco o Wiracochapampa, las zonas arqueológicas que revelan las raíces ancestrales de esta provincia liberteña. Tampoco en alguno de los botecitos que surcan las aguas de Sausacocha (la laguna que nunca se seca) o en las pozas termales de Yanasara.
Para entretener su trajín caminero, se imaginan en lo más alto de un cerro, en una cumbre a 3,600 m. s. n. m. Allí exploran un sinfín de imponentes construcciones milenarias. Ven muros gigantescos y galerías derruidas. Conocen El Castillo, con su plaza principal y sus torres rectangulares. Es el sector principal de Marcahuamachuco, el “asentamiento humano más importante de la sierra norte del Perú”, como está escrito en la web del proyecto especial que el Ministerio de Cultura ejecuta en una zona cuya “actividad humana más antigua data de los 300 d. C. y se prolonga hasta 1,100 d. C.”. Cómo no sentirse bien en ese bastión y atalaya de la historia desde el que sus ojos son capaces de verlo todo, incluyendo el cerro El Toro, herido gravemente por la minería ilegal.
Esa imagen desanima, no encaja con lo vivido en Wiracochapampa, con su avenida principal, con sus galerías y sus patios, con su estilo y planificación arquitectónica que hace pensar que los incas fueron sus constructores; menos aún con la distensión al natural en Sausacocha, donde los almuerzos tienen sabor a trucha fresca, y en Yanasara, con sus aguas que alcanzan los 40 grados centígrados.
Y, claro, esas papitas ahogadas en ají que caerían precisas en este momento de andar impensado. “El Taytacha no falla”, se ufana el místico. “Es un mensaje del apu Huaylilla”, revela el Nómade. El periodista no dice nada, solo hace fotos, solo escribe en su libreta de trotaperú varias de las frases que utilizará en su relato de papitas con ají y vehículos que nunca llegan.