El Peruano
Año 4. Edición Nº 253. Miércoles 2 de mayo de 2018

AVENTURA
PARAÍSO COSTERO
El Ñuro y Cabo Blanco
Mientras recorro la costa de Piura, el nombre de El Ñuro comienza a sonar fuerte en mi camino. “Tienes que bañarte con las tortugas”, me dicen los piuranos y los viajeros que voy conociendo. Desde Los Órganos solo me tomará 10 minutos en llegar, así que allá voy. Texto y fotos: Claudia Ugarte
Sabor a mar
  • Cabo Blanco se ubica en el extremo sur del golfo de Guayaquil, en la provincia de Talara.
  • Para llegar hay que ir primero a El Alto, a 3 kilómetros de Cabo Blanco.
  • En este escenario maravilloso que nos regala el litoral piurano se puede practicar el surfing, de hecho un deporte que le da prestigio a esta playa del norte.
  • En toda la costa, pero en especial en Cabo Blanco, es posible disfrutar de espectaculares potajes marinos y apreciar un tipo de pesca tradicional en balsas hechas con palillo de la selva.
Salgo muy temprano de la encantadora localidad de Los Órganos. Una camioneta-van me lleva hacia las aguas turquesas de El Ñuro en menos de lo que me toma desperezarme. Me interno en esta pequeña caleta de pescadores de la provincia de Talara y voy de frente al grano o, mejor dicho, al muelle de cerco blanco que me conducirá a las tan populares tortugas verdes.

Unos días antes había visto una tortuga marina en las profundidades de la isla Salango, en Ecuador, pero me indicaron que fue un golpe de suerte, ya que en esta época era muy difícil verlas cerca de la costa.

Un faro saluda a lo lejos; desde El Alto, la autopista dibuja su camino ondulado hacia el océano azul-turquesa.

Por eso, cuando llego a El Ñuro, compruebo que las tortugas verdes –una de las siete especies de tortugas marinas que habitan el mundo y una de las cinco que se pueden ver en el Perú– han encontrado aquí su refugio favorito y se les ve durante todo el año. Eso sí, para sobrevivir, estos asombrosos reptiles herbívoros han tenido que olvidar su gusto por las algas y aprender a saborear la pota y otras carnadas que le brindan los pescadores y pobladores con el fin de mantenerlas a flote.

Las tortugas parecen acostumbradas a la presencia humana y a los bañistas de chalecos naranjas que han invadido un lado del embarcadero. Los grupos avanzan cada diez minutos. La gente queda maravillada con la experiencia de compartir aguas con tan exótico animal, capaz de vivir más de 100 años, pesar más de 300 kilos y medir más de un metro.

Una asociación ofrece un paseo por la bahía y 40 minutos libres para nadar con las tortugas. La oferta es irresistible. Una vez en mar abierto veo la costa desértica, interrumpida por algunas casas de playa y la pequeña comunidad de pescadores, que en sus seis décadas de existencia alberga a unos 1,000 habitantes.

El mar está lleno de pequeñas embarcaciones pesqueras, “pero es la pesca de arrastre la que se sigue llevando lo mejor del mar”, me dice uno de los pasajeros que no se decide a nadar con las tortugas.

Salto al agua y al fin puedo verlas de cerca. Noto que el caparazón se hace aún más verde por las algas que se le adhieren. Es inevitable que nos rocen la piel al nadar tan cerca. Sus patas parecen gruesas alas de mar, tienen el cuello rugoso, la piel texturizada y sus ojos son una puerta al misterio.

Es mejor no tocarlas para no hacerles daño o evitar alguna reacción defensiva, advierte el guía, al ver el nerviosismo de algunos pasajeros que piden volver al bote.

Experiencia acuática
  • Desde Los Órganos el pasaje a El Ñuro cuesta 3 soles y dura 10 minutos. Desde Lima hay que viajar primero a Piura, Tumbes o Talara.
  • El ingreso al desembarcadero cuesta 5 soles. Para nadar con las tortugas se puede pagar 3 soles por 10 minutos, o 10 soles por 40 minutos.
  • Es mejor alquilar máscaras de buceo o snorkel para tener una gran experiencia con las tortugas.
  • En el muelle venden protectores celulares para hacer las fotos acuáticas.
  • Otras de las actividades que se pueden practicar en este balneario son paseos en bote, surf, snorkel, y en invierno, avistar ballenas jorobadas.
Cabo Blanco histórica

Es hora de seguir nuestra marcha hacia Cabo Blanco. La ruta está salpicada de numerosos martillos petroleros que recuerdan el apogeo que tuvo Talara hace varias décadas.

La entrada a Cabo Blanco es impresionante. Un faro solitario saluda a la distancia mientras desde El Alto, la ciudad más próxima a este balneario, la autopista dibuja su camino ondulado y pendiente hacia el océano azul-turquesa. Allí aparecen las plataformas instaladas sobre los pozos petroleros del fondo marino.

Llego a una zona exclusiva. Solo una carpa y algunos bañistas sobre la arena. Sigo la larga orilla y al doblar un morro aparece el rostro popular de Cabo Blanco. En esta postal se puede ver una iglesia al borde del mar, deliciosos potajes en carretilla, familias enteras bajo las sombrillas o parejas robándole la sombra a los botes varados, y música de fondo, cortesía del municipio, que realiza una campaña de sensibilización sobre el impacto del plástico en las especies marinas.

Aquí el mar es más que refrescante. Mientras decenas de bañistas bajan el calor en la orilla, dos salvavidas me señalan dónde nace la gran ola izquierda que atrae a los surfistas de todo el mundo. “En invierno vienen a correr Panic Point”, dice uno de ellos. Cae la tarde. Mientras camino de regreso, un cartel me transporta a 1953, cuando Cabo Blanco obtuvo el récord mundial de pesca de altura gracias al merlín negro de 700 kilos y casi 5 metros de largo que aparece en la foto al lado de sus captores. “Aquí se pescan merlines, peces espada y atunes grandes todo el año gracias a las corrientes [Humboldt y El Niño] que traen aguas frías y cálidas al mismo tiempo”, me explica el dueño de un hospedaje a quien le había encargado mi mochila viajera.

El hospedero no duda en contarme lo que todos en Cabo Blanco saben: fue la búsqueda de un merlín gigante lo que atrajo, en 1956, al flamante nobel Ernest Hemingway. Necesitaba el pez para el rodaje de una película basada en su novela El viejo y el mar. Casi un mes después logró pescar hasta cuatro enormes merlines.

También enumera algunos nombres de los artistas que alguna vez alborotaron la tranquilidad de esta caleta. “Marilyn Monroe, Paul Newman, Humphrey Bogart, John Wayne, Henry Ford, Cantinflas, Gregory Peck… y ahora usted”, me dice entre risas, antes de despedirnos bajo la luz del crepúsculo.