El Peruano
Año 4. Edición Nº 254. Miércoles 9 de mayo de 2018

AVENTURA
CHOQUEQUIRAO

Legado latente

Entre las cumbres de la cordillera de Vilcabamba, la ciudadela inca de Choquequirao aún persigue el sueño de lucir el esplendor arquitectónico que en los últimos siglos ha dormitado bajo sus paredes de piedra y la mata silvestre de la ceja de selva. Texto y fotos: Claudia Ugarte
El sol cubre muy temprano el valle del Apurímac. El nevado Salkantay se impone con sus dos cabezas azules frente a San Pedro de Cachora. Es desde este pequeño pueblo apurimense que partiremos hacia la cumbre de Choquequirao, en la provincia de La Convención (región Cusco), a unos 40 kilómetros de camino de herradura.
En las construcciones incas destacan su tecnología, sus formas simples y su armonía con la naturaleza.

Cachora es apacible. Sus pobladores son lugareños y no hay hoteles de cinco estrellas. Aún se puede comprar chicha de jora en las casas y productos orgánicos en el mercado. El cielo es de un azul intenso con nubes que parecen pintadas al óleo. Tras once kilómetros de recorrido en el automóvil de un amable poblador, llegamos al camino de herradura que se inicia en las alturas del mirador de Capuliyoc, a 2,800 metros de altura.

Es hora de preparar las piernas para un descenso de cinco horas (10 kilómetros) hasta llegar al nivel del río Apurímac (1,400 metros sobre el nivel del mar) en el kilómetro 21. Mientras nos internamos en la margen izquierda de uno de los cañones más profundos de América, observamos cómo la vegetación andina cede espacio a la exuberancia amazónica. Seguimos. Entre el mirador de Capuliyoc y la playa ribereña a la que descenderemos se ubica Chiquisqa, un caserío donde se puede descansar o comprar frutas y golosinas antes de seguir.

Morada incaica

La luna que se asoma en el cielo andino es la misma luna cómplice de los desplazamientos secretos de Manco Inca y sus hijos, quienes resistieron la invasión española en aquella ciudadela construida por Pachacútec hasta la ejecución de Túpac Amaru I, en 1572.

Bajo ese cielo decidimos no descansar en el río, sino avanzar bajo la penumbra para ahorrarnos un poco de sol al día siguiente. Cruzamos el río en una oroya y llegamos a la margen derecha del Apurímac, en la cálida región Cusco. Nos toca subir 600 metros hasta el caserío Santa Rosa, donde pasaremos la noche.

Realidad y perspectiva
El término Choquequirao proviene de la mezcla de dos idiomas ancestrales, el aimara (chuqui: oro) y el quechua (k’iraw: cuna). Para llegar hay que caminar de cuatro a cinco días (ida y vuelta) desde el pueblo de Cachora, en Apurímac (ubicado a 4 horas de Cusco). Hace varios años existe un proyecto para instalar un teleférico en el distrito de Huanipaca, que convertiría dos días de caminata en 15 minutos de transporte. El proyecto garantizará la accesibilidad al Parque Arqueológico de Choquequirao, a fin de aprovechar un recurso turístico que potencie el circuito en el que figuran Salkantay, Machu Picchu y el Valle Sagrado.
Leyendas

Rolan Covarrubias, nuestro guía, se anima a revelarnos que es descendiente directo de los habitantes que descubrieron la ciudadela a principios de 1900. Sus abuelos habrían guiado a Hiram Bingham hasta la cima de Choquequirao, donde solo se podía ver parte de las construcciones más importantes del complejo, ya que una espesa vegetación silvestre lo cubría. Esto llevó al estadounidense a decidir –poco antes de llegar a Machu Picchu– que Choquequirao no era la ciudad perdida que buscaba. Salimos de madrugada para ganarle al sol. “Cuando el sol está fuerte, ni los arrieros quieren subir”, nos advierten.

Tome nota
  • El complejo consta de nueve grupos arquitectónicos de piedra. Alberga cientos de andenes, habitaciones y sistemas de riego. Las edificaciones están distribuidas alrededor de una explanada o plaza principal.
  • El complejo se encuentra a 3,033 metros sobre el nivel del mar y forma parte de nuestro Patrimonio Cultural de la Nación.
  • A Choquequirao se le considera la “hermana sagrada” de Machu Picchu por la semejanza estructural y arquitectónica que tiene con este santuario. Destacan su andenería y sus grandes muros.

Desde Santa Rosa hasta Choquequirao se puede descansar en el caserío Marampata, pero nuestra meta es llegar a la zona de camping del complejo, dos kilómetros antes del centro de la ciudadela. En la tarde llegamos a la zona de andenería del sitio arqueológico. Las condiciones atmosféricas en ese lugar son privilegiadas y lo supieron nuestros ancestros. El clima es templado, pero los vientos vespertinos son muy fríos, lo que fue y es aprovechado por los agricultores andinos.

Cuando el sol amenaza con esconderse detrás de las montañas, los últimos rayos alumbran una cima donde nos saluda al fin una soleada construcción de piedra. Llegamos a Choquequirao. La plaza central de la ciudadela se extiende en verde brillante ante nuestros ojos. Nos invade una extraña emoción. A medida que recorremos la ciudadela sabemos que la larga caminata ha sido recompensada. Solo queda espacio para la admiración.

Si algo caracterizó a la arquitectura incaica es su gran tecnología, su sencillez en las formas y, sobre todo, su armonía con la naturaleza. En Choquequirao hay nueve zonas de piedra construidas como pequeñas aldeas alrededor de una gran plaza central.

Algunas de estas zonas ya están identificadas. Las edificaciones más saltantes son de dos pisos. Dos se ubican en la plaza principal y habrían sido las moradas de Manco Inca y el curaca. No están techadas, y ello permite apreciar mejor la semejanza arquitectónica con Machu Picchu.

“A la mañana siguiente volvemos a la ciudadela, esta vez recorremos la “zona de las llamas”, donde hay una treintena de dibujos de llamas en piedra blanca colocados en los 15 andenes que forman una especie de puerta de entrada al Valle Sagrado.

Y aunque no se pueden ver las 1,810 hectáreas de la ciudadela, pues solo el 30% ha sido rescatado, dicen que será tres veces más grande que Machu Picchu. Embriagados de tanta belleza paisajística y arquitectónica, emprendemos la ruta de regreso en medio de la paz que ofrece esta cumbre silenciosa y apartada del mundo.