El Peruano
Año 4. Edición Nº 256. Miércoles 23 de mayo de 2018

AVENTURA
SERRANÍA DE YAUYOS

Pariacaca: apu místico

Con una majestuosidad natural, el nevado Pariacaca se impone en la cordillera que divide las regiones Lima y Junín. El origen de su veneración como deidad de la zona se pierde en la historia prehispánica, por lo que ir a su encuentro y recorrer sus paisajes es acercarse a ese pasado fabuloso.
Texto y fotos: Claudia Ugarte
Camino al abra vemos cerros de 7 colores y bosques de ichu con alpacas silvestres.
El reloj marca las 2 de la madrugada. La luna se alza tardíamente sobre las montañas altísimas de la serranía de Yauyos justo cuando las linternas –al igual que nuestros cuerpos– empiezan a perder el ímpetu.

Aturdidos por el hambre y el frío hemos tardado en darnos cuenta de que estamos a 4,600 metros sobre el nivel del mar, pasando la noche a la intemperie, con varios grados bajo cero. Es hora de comer las últimas barras energéticas y los chocolates.

Ya detenidos, las imágenes del viaje van regresando a mi cabeza. Pese al accidente que tuvo K. en la mañana –o quizás a causa de él–, la travesía ha sido incomparable. No hace mucho dejamos atrás la deslumbrante Mullucocha. Caminar durante horas alrededor de esta laguna y ver el atardecer a su lado ha sido una de las experiencias más gratas que me ha dado la cordillera peruana.

Andar bajo la luna entre estos hermosos parajes de la sierra de Lima también lo es, pienso, a pesar de no haber sido lo planificado. Que K. se accidentara y esto obligara a que una parte del grupo nos rezaguemos para ayudarla a trasladarse era lo que tal vez necesitábamos todos por diversos motivos.

Al menos así lo entendemos ahora, y lo comentamos mientras comemos y temblamos de frío. Es preciso seguir si no queremos ser seducidos por la hipotermia, nos alerta el guía.

Miro los Andes bajo la penumbra y recuerdo las historias de Toña, una joven tanteña que es a la vez artesana, hotelera, ganadera y guía de turismo. Ella sola ha recorrido con sus llamas el camino incaico que une el santuario de Pariacaca con el adoratorio de Pachacámac, en la costa de Lima. Más de una vez ha cruzado ese tramo ancestral de ocho días para guiar a otros caminantes.

Fue Toña quien nos contó la noche anterior el mito sobre Pariacaca que fue recopilado en unos manuscritos en quechua del siglo XVII y que José María Arguedas tradujo bajo el título de Dioses y hombres de Huarochirí.

Pariacaca fue una divinidad del antiguo Perú que tuvo influencia sobre Huarochirí y toda el área que ahora conforma la Reserva Paisajística Nor Yauyos Cochas (RPNYC), en las alturas de Lima y Junín.

El mito relata que esa deidad rescató a estas comunidades de los abusos de Huallallo Carhuincho, un dios tirano que se comía a los hombres cuando no complacían sus requerimientos, y quien luego de ser derrotado por Pariacaca, tras una dura batalla, se alejó hasta las tierras huancas para habitar la cumbre del Huaytapallana.

Materializado hoy en un imponente nevado, el apu Pariacaca continúa siendo motivo de culto. Ese atractivo fue lo que nos llevó a preparar mochilas e internarnos en la serranía de esta reserva.

Primero llegamos a Jauja, en la región Junín. Es allí donde comienza la ruta más conocida para ascender hasta las faldas del nevado Pariacaca. Partimos temprano hacia la laguna Ñahuimpuquio, en el distrito de Ahuac, imponente como la conocida laguna de Paca, también en Junín, pero menos turística.

En Pirca Pirca

Cuy chactado, trucha frita y pachamanca son los platos que más desfilaron aquella tarde en medio de montañas verdes, casitas blancas con tejados rojos y aves diversas como la gaviota andina, pato silvestre y garzas blancas que llegaban atraídas por el agua de la laguna.

Fue un día descansado, recuerdo. En la tarde, un antiguo profesor de la localidad nos dio una cátedra sobre los restos arqueológicos de Pirca Pirca, unas construcciones antiguas en las alturas de Ñahuimpuquio que sirvieron para almacenar granos y que fueron aprovechados también por los incas debido a su ubicación estratégica. Basta decir que desde el sitio se puede ver, a lo lejos, la ciudad de Huancayo y todo el valle del Mantaro.

Sobrevivir en la altura

Seguimos sin encontrar un camino seguro hacia el rescate que necesitamos. Son las 3 de la mañana y debemos tomar decisiones. Dos integrantes del grupo tendrán que adelantarse para pedir ayuda en la hidroeléctrica que vemos desde lejos y que, horas después, aún no alcanzamos. Me apunto como voluntaria.

Las zapatillas se humedecen en la escarcha que cubre el suelo al lado de la represa, pero las luces de las máquinas nos dan el aliento para seguir. Hay que distraer la mente para no sentir el cansancio.

El segundo día de viaje fue más intenso, recuerdo. Tras descansar en Jauja, partimos en una van hacia el Cañón de Shucto, en el distrito de Canchayllo, formado por unas inmensas y misteriosas estructuras rocosas que se imponen en el páramo andino.

El almuerzo nos esperaba más tarde en el abra Portachuelo. Llegar allí nos hizo atravesar paisajes irrepetibles, llenos de lagunas, humedales, cerros de siete colores, bosques de ichu con vicuñas y alpacas silvestres.

En el abra nos esperaba también el inicio de nuestra gran caminata. Toña llegó con las llamas que llevarían el equipaje. Llegamos al refugio donde pasamos la noche, pero antes bajamos los 2,000 escalones de Escalerayoc, un ícono tradicional del camino incaico. Esa noche llovió y nevó, pero estuvimos guarecidos por la casita de adobe y la chimenea puesta allí para los viajeros.

Son casi las 4 de la mañana. Hemos llegado a la hidroeléctrica. Nadie responde. Estamos contrariados y muy cansados. Nos preocupa el estado de los cinco que aún se quedaron en la montaña, ayudando a K. No sabemos qué hacer, pero el frío es atroz y nos obliga a cobijarnos en un ambiente que encontramos abierto.

Consejos para la ruta
  • Existen dos rutas para llegar a la Reserva Paisajística Nor Yauyos Cochas: A través del valle de Cañete (desvío altura kilómetro 145) y por la carretera Central, hasta Jauja.
  • Es necesario que la ruta se haga con guías de turismo y con mucho respeto a la naturaleza y las creencias populares. Un pago a la tierra no está de más para pedir por un viaje agradable.
  • Se sugiere llevar vestimenta de alta montaña, carpa de cuatro estaciones y bolsa de dormir.
  • La mejor temporada para realizar esta aventura es entre abril y setiembre.
Arte rupestre

El tercer día del viaje había empezado mejor aún. Lo repaso en mi mente: conocimos primero las increíbles pinturas rupestres de la Cueva de Cuchimachay, conocidas como la Capilla Sixtina de la prehistoria. Escuchamos otras historias y mitos alrededor de ese lugar sagrado desde donde veneraban al gran apu con mullu o spondylus traídos de la costa norte.

También vimos las rocas que habrían quedado esparcidas tras el enfrentamiento mitológico entre Pariacaca y el Huallallo Carhuincho. Y, por último, nos extasiamos con la belleza de Mullucocha.

El resto sería seguir el camino demarcado hasta Tanta; allí pasaríamos la noche y emprenderíamos el regreso a Jauja para retornar a Lima, pero el destino nos había programado otro itinerario.

No sabemos cuántos grados bajo cero enfrían nuestros huesos. Sin notarlo, el ambiente que nos aislaba del viento gélido se había convertido en un congelador y nosotros éramos la carne guardada.

Me vienen las imágenes de la caída de K., y luego de su traslado, primero en una camilla que se armó con las estructuras de las mochilas, y luego en un arnés improvisado que cargó Edward, nuestro guía. K. no había llevado las zapatillas adecuadas para hacer trekking en montaña.

Suena la puerta de metal y aparece el vigilante de la hidroeléctrica. Estamos salvados, pienso.

Un poco de café y algunas galletas nos devuelven la conciencia a nuestros cuerpos mientras el vigilante avisa a las autoridades de Tanta. La primera en llegar con agua caliente es Toña. Señalamos dónde podría estar el grupo perdido, y ella se pone en acción junto con su hermano. Nosotros también queremos ir. La adrenalina aún envenena deliciosamente nuestro cuerpo y no sentimos el cansancio.

Una hora después todos estamos a salvo en Tanta. No hay lamentos; K. y los seis del grupo estamos agradecidos.

Una cama caliente nos repone las fuerzas y nos alcanza para jugar un partido de vóley y luego “matagente”. Total, hay que celebrar la vida.