El Peruano
Año 4. Edición Nº 267. Jueves 9 de agosto de 2018
CAMINATA
SIERRA DE LIMA

Aventura en Copa

La sierra de la Región Lima nos seduce con las enormes posibilidades que ofrece para la aventura, como esta que nos tocó vivir en Copa, servida para disfrutarla visualmente, para sentirla en la piel, desafiar nuestra fortaleza y prometer un pronto retorno para ver cóndores en la plaza. Texto y fotos: Rolly Valdivia.
Ni lo mira. Ni con el rabillo del ojo lo mira. Él está en lo suyo. Concentrado en el vaivén de esa pelota media desinflada con la que ahora juguetean sus amigos convertidos en rivales. Como sea intentará recuperarla para hacer un gol y soñar... soñar que está en un estadio gigantesco, moderno, mundialista y no acorralado por las rejas azules de la plaza del pueblo.
Todas las rutas lo llevan
  • Desde Lima por la Panamericana Norte hay que ir hasta Barranca, donde se toma el desvío hacia Cahua, Pamplona, Tumac, Poquián y Copa. Distancia: 340 km.
  • Tiempo de viaje: 7 a 8 horas. Transporte público desde Lima (óvalo Infantas, Los Olivos) y Barranca (jirón Vilela). De Copa a Huayllapa –a pesar de que son parte del mismo distrito– solo se accede caminando.
  • Huayllapa: Acceso por carretera desde Cajatambo (la capital provincial). Existe un hotel comunal, además de un par de alojamientos. El pueblo no cuenta con telefonía celular.
  • Informes. Para alimentación y alquiler de caballos pregunte por Ricardo Espinoza.

Una cancha estrecha y sin arcos. Que no es una cancha auténtica, pero que igual sirve para pasar la tarde correteando y dejando de mirar lo que otros ven o, mejor dicho, lo que el recién llegado ve y admira entre la duda y la sorpresa. Y es que es difícil de creer, tan difícil como el hecho de que aquellos niños continúen con su clásico repetido, ignorando lo que sucede allá arriba.

Sí, en el cielo, el espectáculo está en el cielo, al menos para aquel forastero, no para los chiquillos a quienes solo les interesa su escalofriante ‘mete gol gana’. En esas se encuentran. Triunfo o derrota. Prohibido equivocarse en ese final precipitado, tal vez, por el llamado marcial e imperioso de una de sus madres. Ya es tarde. Es hora de abandonar la plaza-estadio con su iglesia colonial. Total, las tareas de la escuela no se hacen solas.

Contentos y apuraditos se van a sus hogares de adobe, modestos, campesinos. Se van todos, menos Christian. Él conversa con el hombre que mira hacia arriba como si buscara algo. Lo conoce, se conocen desde la hora del almuerzo, cuando el extraño apareció en su casa, bueno, en la casa de sus abuelos que está en la entrada de Copa (Cajatambo, Lima), tan a la entrada que hasta allá no llegaron las tuberías del desagüe.

Pero esa es otra historia o, mejor dicho, esta historia no se centra en obras acaso inconclusas o mal planificadas. Aquí todo tiene un final. Aquí todo acaba o se acaba: la pichanga en la plaza, los pallares con trucha preparados en el fogón de doña América, el tocosh ‘fragante’ y reponedor que se come al final de una caminata demoledora y, como no, hasta la obstinada observación del cielo.

Camino al mirador

Y es que aquel extraño no podía pasarse así la tarde entera. Al pobrecito le dolería el cuello y, con ese dolor, sería imposible que a la mañana siguiente enrumbara exitosamente por el senderito enrevesado que sale de Copa, que sube al mirador de Ayamarca –quenuales, ¿soroche?, la imponencia de la cordillera de Huayhuash– para descolgarse sinuoso hacia la comunidad de Huayllapa –niños jugando a las bolitas en calles polvorientas–.

Solo el principio. Solo el primer tramo de una aventura cordillerana que se prolongaría a la quebrada de Segya, donde la cumbre del Yerupajá, la segunda montaña más alta del Perú (6,634 metros de altura), trataba de despojarse inútilmente del manto de nubes que rodeaba su cumbre. Belleza escondida. Mala suerte.

Quizás mañana o pasado. Nada cambia. La niebla persiste. La niebla es también protagonista en la cabalgata al campamento de Cutatambo.

El tiempo está enfermo. El tiempo está cambiando. Conversan, reflexionan, comparten opiniones el señor Chávez –preocupado por el clima loco que no congela sus papitas–, el entusiasta e incansable Leonardo Olave –molesto porque las brumas opacan el paisaje de su tierra–, y ese extraño que ya no es un recién llegado ni mira al cielo como lo hizo en Copa, cuando Christian jugaba al fútbol fijándose únicamente en esa pelota.

Se lo está perdiendo, pensó. ‘Eso no es nada’, le diría luego el pequeño futbolista.‘

El vuelo del cóndor

‘A veces se ven hasta seis’. Se sintió decepcionado. Él vio solo uno, pero pensó que uno es mejor que ninguno y que jamás en sus idas y venidas, por las alturas andinas, había contemplado el vuelo de un cóndor en la plaza principal de una localidad.

Él estaba anonadado. Era el único. Los demás –un par de señoras, una cuadrilla de obreros– ni caso le hacían al enorme carroñero.

Será que es cosa de todos los días, como el fuego que aviva doña América para la mazamorra que comparte con sus ocasionales visitantes en la cena, como el andar cotidiano de don Oswaldo que se va a trabajar a las alturas para ganarse alguito en una obra porque con la agricultura no alcanza, pues; como los partidazos de Christian, que vivió en Lima, que aún está en la primaria, que habla de sirenas, aviones y de la ‘novia’ que dejó en la capital.

Qué hacer
  • Desde el mirador Ayamarca se observan las montañas Puscanturpa, Jurao, Carnicero, Siula Grande, Yerupajá, y el Rasac.
  • La cordillera Huayhuash tiene 30 kilómetros de extensión compartidos por las regiones Lima, Áncash y Huánuco.
  • En la localidad de Poquián, uno de los centros poblados del distrito, se producen paltas y frutas.
  • El tocosh, arrugado o fermentado en español, es un potaje de propiedades curativas que se prepara con papas fermentadas. Su fuerte olor lo hace ser rechazado por aquellos que no están acostumbrados a consumirlo.

Cae la noche. Sueño profundo. Amanecer de inquietud. ¿Será largo el camino a Huayllapa? Todo el día van a demorar, acierta don Oswaldo. Lo que no dijo, tal vez de pura buena gente, es que el trayecto sería extenuante. Un auténtico desafío caminero. Un reto a la voluntad y a la persistencia, donde cada paso para alcanzar los más de 4,200 m.s.n.m. del mirador de Ayamarca es un logro, una victoria, algo así como la anotación triunfal en el ‘mete gol gana’.

“La cumbre del Yerupajá trataba de despojarse inútilmente del manto de nubes”.

Y eso que un burrito 4x4 y todoterreno aliviaría el ascenso cargando las mochilas de Copa (3,264 m.s.n.m.) a Ayamarca, ese mirador engañoso y avaro que no regala ni una visión inspiradora hasta que el explorador –corazón acelerado, respiración agitada, andar tembloroso– conquista su cumbre enlomada, solo entonces, el horizonte se convierte en cadena montañosa, en cónclave de cumbres glaciares. Y ya no interesa el cansancio ni el azote del viento. El panorama reaviva, llena de energías.

Después vendría el descenso a Huayllapa, base de próximas aventuras. Nuevas partidas en busca de los nevados de Huayhuash que, más allá de las nubes que los apresan en estos tiempos de locuras climáticas, siempre impresionan. Ya ves, Leonardo, no tenías de qué preocuparte. Tu tierra, con el cielo límpido o brumoso, es siempre hermosa. De eso nunca dudes. ●