El Peruano
Año 5. Edición Nº 272. Jueves 20 de setiembre de 2018
COSTUMBRES
VUELTA A TAYACAJA

Acraquia, vigor campestre

Formado por extensas áreas de campiña ganadera y montañas llenas de sembríos, el distrito de Acraquia, en el norte de Huancavelica, se ha convertido en el lugar ideal de la sierra central para desconectarse de lo urbano. Texto y fotos: Claudia Ugarte
Su mirada tiene un brillo que pareciera reflejar felicidad pura. Incluso una honesta sonrisa se ha tatuado en su rostro cobrizo. Pero los pasos torpes de su cuerpo, siempre tambaleante, delatan el gozo efímero de la embriaguez.

A este alegre sexagenario solo le importa moverse a la luz de la luna llena y al son de la banda que se ha instalado al frente de la iglesia principal del centro poblado Santa Rosa, en el distrito de Acraquia (3,310 msnm), adonde he llegado una noche de fiesta, nada menos que a la fiesta patronal de este poblado pequeño, cuya plaza es dos veces más grande que la plaza Mayor de Lima.

Fiesta de Santa Rosa

Es precisamente una santa limeña la que es celebrada esta noche. La patrona de mi ciudad y la de este lugar remoto, llamado Santa Rosa como tantos otros lugares homónimos diseminados entre las montañas andinas y otros parajes costeros y amazónicos del Perú.

Me siento a tomar un café en una esquina de la plaza, que esta noche está rodeada de vendedores de comida chatarra, bebidas alcohólicas, juegos infantiles y juegos de azar. Observo.

El señor de tez cobriza sigue danzando bajo la luna. Detrás de él y su eterna sonrisa, unos niños aprovechan la iluminación artificial de esta noche para corretear por más tiempo sobre el pasto natural de la explanada. Como si fuera una película de Fellini, miro con placer cinematográfico todas las situaciones que discurren simultáneas en la plaza.

Detrás de los niños, unos hombres terminan de armar los castillos que más tarde iluminarán el baile de los hombres y mujeres acraquinos. A la izquierda, la primera banda afina sus notas y prepara su repertorio musical. A la derecha, el mayordomo repasa su saludo a los primeros asistentes y les va entregando botellas de “calientito” (licor andino) para asegurar que la fiesta comience temprano.

Al fondo de este múltiple escenario, se dibuja una iglesia azul de dos torres que guarda en el interior de su nave central las esculturas de Santa Rosa y de la Virgen María, a las que muchas mujeres –ajenas a (o tal vez inmersas en) la atmósfera felliniana– les encienden velas y rezan.

Los hombres terminan de armar los castillos que luego iluminarán el baile acraquino.

La sencillez de la iglesia y de la explanada contrasta con la pomposidad que el mayordomo de ocasión (Eusebio Coras) le ha impregnado a la fiesta, con dos castillos, diversos grupos musicales, dos bandas y “calientito” para esa noche y la siguiente.

Campiña tayacajina

La celebración patronal durará varios días. Hay tiempo para conocer Acraquia. Al día siguiente me dirijo hacia unas montañas verdes de la parte norte llamadas San Juan de Pillo. Por esa zona nace el río Upamayo, que recorre los distritos de Acraquia, Ahuaycha, Pampas y Daniel Hernández para perderse entre las cordilleras sureñas de Tayacaja y encontrarse con el caudaloso río Marañón.

Desde Santa Rosa se pueden tomar autos colectivos hacia Pillo, pero prefiero caminar entre los extensos campos ganaderos, detenerme a contemplar los bellos ejemplares vacunos pardos, que han sido obtenidos a partir de cruces con ganado Brown Swiss para que se adapten al clima y a la altura serrana.

Qué hacer
  • Algunas actividades que se pueden disfrutar en el aniversario son el juzgamiento del ganado (el mejor ejemplar vacuno).
  • También el concurso de bandas musicales (con coreografías), campeonatos y concurso de rajaleña de hombres y mujeres.
  • Para llegar a Acraquia desde Lima se puede tomar un bus a Pampas (a 15 minutos de Acraquia) o Huancayo (a una hora).
  • Puede visitar también Pamuri, donde hay lodges de lujo y ranchos como Balli, que provee de leche a Lima.

En estos 5 o 6 kilómetros de caminata también observo varias especies de aves que sobrevuelan las chacras y los establos, mientras el sol y el viento se dejan sentir. Una hora después, llego a la piscigranja San Juan, un recreo campestre que ha incorporado un criadero de truchas para atraer a más familias los fines de semana. Desde allí la vista del paisaje se convierte en una verdadera tregua sensorial, sobre todo para los que nos hemos cansado de la marchitez urbana.

Pero el verdadero disfrute visual lo consigo unos metros más arriba, donde la lujosa hacienda San Juan de Pillo se impone con sus paredes blancas y grandes ventanales de madera en medio de un bosque lleno de eucaliptos.

Lo primero que llama mi atención al entrar es la cúpula de una iglesia antigua que tiene más de 300 años y fue construida sobre un adoratorio inca. Conmueve ver la belleza de su arquitectura que lucha por mantenerse erguida.

Desde esta hacienda-hotel se puede caminar hacia El Encanto del Bosque, restaurante campestre que me pone difícil elegir entre cuy chactado, trucha a la parrilla y chicharrón de cerdo. La otra opción es mirar el bosque, encantador.

El dueño del local me lleva a Santa Rosa. Dice que es una cortesía con sus clientes, ya que a veces los colectivos de regreso tardan mucho. Pero es día de fiesta y la vía está congestionada. Me bajo antes y me recuerda que no deje de comprar productos lácteos, ya que “Acraquia es productora de leche por excelencia”.

Camino hacia la hacienda Monroy, conocida por sus quesos y yogures. “En Acraquia no usamos leche en polvo, sino que compramos la leche fresca a los establos cercanos”, me dice la empresaria mientras me hace degustar el manjarblanco.

Se hace de noche y en la plaza de Santa Rosa la fiesta y el baile continúan. Al día siguiente, cerca de allí se monta un escenario con tarimas para observar una corrida de toros. Es un espectáculo más bien cómico. Unos entrenados bufones llegan al punto de dejarse cornear por hacer reír al público. “Más duelen los cachos que te pone la mujer”, grita uno.

El show es matizado con marinera norteña y caballos de paso. El dueño de los toros, Enrique Ortega, me dice que viene de Santa Rosa de Ocopa, en Junín, donde al día siguiente hará un show similar.

Todos terminan ilesos. A los cómicos ya no les duelen las cornadas, el público se retira contento de que las tarimas no hayan colapsado, mientras toros y caballos avanzan en camiones hacia las montañas que nos separan de Huancayo.

Mucha gente camina hacia la plaza de Santa Rosa para seguir festejando por cuarto día. Mañana habrá otras actividades y más fiesta, pero nosotros debemos seguir caminando. Otros senderos nos esperan.