El Peruano
Año 5. Edición Nº 277. Jueves 25 de octubre de 2018
PROVINCIAS
VALLE DEL MANTARO

Aco: Barro que se vuelve arte

Las manos de los artesanos del pueblo de Aco tienen un legado de 500 años de alfarería con un trabajo completamente artesanal, desde el recojo de la arcilla hasta el acabado final. Texto y fotos: Luis Yupanqui
Los pueblos del valle del Mantaro cumplen una función. Concepción, por ejemplo, es un pueblo panadero; en Huallhuas se hacen telares; en San Jerónimo de Tunan se fabrica la artesanía en plata; en Cochas Chico se burilan los mates; y en Aco se fabrica artesanía utilitaria trabajando con el barro.

Son casi las 4 de la tarde cuando llegamos al pueblo de Aco, a la casa de la señora Gisela Vera Huallas. Hay que agachar un poco la cabeza para pasar debajo del dintel de madera, pero una vez adentro, encontramos barro, adobes, tapiales, paja, ichu, quincha. Tengo la sensación de que la misma casa es una artesanía. Más allá veo troncos de eucalipto, tejas, paredes enlucidas de arcilla y maíces trenzados, colgados en las vigas que le dan una trama muy particular.

Rigoberto dice que ellos preparan la arcilla, la remojan y la muelen en batán

Aco se considera un pueblo del valle del Mantaro, aunque abarca una cuenca propia que desemboca en la margen izquierda del valle del río Cunas, a 3,380 m.s.n.m. En esta cuenca existe gran variedad de suelos con yacimientos de arcilla y tierras de colores que utilizan para su artesanía. Es tal la caracterización de este pueblo que los llaman “los mankalluta” (trabajadores de ollas) y lo aceptan con orgullo, pues son los únicos inmersos en la práctica de este arte desde que tienen memoria.

Rigoberto Paulino se levanta del torno en el que trabaja, se quita los restos de arcilla para darnos la mano. Una textura rugosa y cálida acompaña el fuerte apretón, mientras Gisela, su esposa, regresa con un tiesto de cancha recién tostada, una chicha de jora en keros de arcilla.

Los visitantes nos acomodamos alrededor del torno, mientras que Rigoberto nos explica que ellos preparan la arcilla, que la muelen en batán, que la remojan de dos a tres días, que traen el barro de los anexos de Shalia y Chincas, a 45 minutos de camino. Ese barro blanco es especial para hacer las ollas, “para que puedan resistir el fuego”. Nos cuenta también que toda su familia se dedica a esa labor.

Rigoberto insiste en que ellos hacen artesanía utilitaria, que no es decorativa, aunque a nosotros nos parezcan obras de arte.

Las ferias

Una vez que la pieza ha sido torneada se traslada con otras a un ambiente donde el sol las secará, antes de ingresar al horno y antes de terminar en las muchas ferias donde las artesanos de la localidad colocan su trabajo.

Otro miembro de la familia Paulino reemplaza a Rigoberto en el torno. Un nuevo porongo empieza a cobrar forma. Gisela, la esposa de Rigoberto, me dice que nos estuvieron esperando temprano. Le explico que visitamos a otros artesanos. Que estuvimos en Cochas Chico con los mates burilados, que fuimos a un taller de platería en San Jerónimo de Tunán; que en Quilcas visitamos el taller de artesanía del maestro Hilmer Beltrán.

El porongo quedó listo y debemos despedirnos, no sin antes disputarnos con otros periodistas y turistas, jarras, porongos, platos, fuentes, tazas. Todos salimos con hermosos artículos utilitarios. Y todos prometemos volver.

Los últimos rayos del sol iluminan ese armónico desorden ese “caos” multicolor. Mis fotos quedan en la cámara y en el corazón. Todo el valle se torna una obra de arte. ●