El Peruano
Año 5. Edición Nº 283. Jueves 17 de enero de 2019
TRAVESÍAS
RINCÓN HUANCAVELICANO

Pampas no descansa

En Pampas, los huainos, huaylas y santiagos de la sierra central se apropian de sus calles y campos agrícolas durante casi todo el año. Esta ciudad huancavelicana comienza a danzar en enero, con la Fiesta de la Virgen Purísima, y no deja de hacerlo hasta diciembre. Texto y fotos: Claudia Ugarte
El cielo despejado que me recibe en Pampas (3,200 m.s.n.m.) esta mañana discrepa del horizonte nuboso que es habitual en Lima. Recorro con calma sus jirones y avenidas, su plaza principal, su catedral amarilla. Me seducen sus casas de adobe y sus montañas llenas de cultivos dorados que comienzan a extrañar las lluvias. Y el sol despunta poco después de las cinco en cada amanecer.

En la sierra, el invierno parece verano. Es en esta temporada que tienen lugar las temperaturas más altas. Pero también las más bajas. El friaje nocturno toma desprevenido, pero el aire serrano de esta ciudad del norte de Huancavelica sabe acoger con cariño.

Pampas se asienta en un estrecho valle ganadero lleno de áreas de pastizales de aspecto bucólico.
Descubrir la ciudad

Merodear sin rumbo en una ciudad desconocida siempre tiene sus recompensas. Una mañana encuentro una escalera que me lleva a las alturas del cerro San Cristóbal y a un mirador que me permite contemplar la magnitud de Pampas. Desde aquí llegar a la cima es una tentación a la que sucumbo sin titubear.

Pero en la ruta, la distancia se multiplica y cuando parece que estoy llegando aparece una nueva cima, imposible de divisar desde las faldas. Me rindo y el descenso me toma el resto de la tarde. No hay camino seguro y hay que buscarlo a tientas, antes que nos alcance la oscuridad.

Otra tarde me animo a perseguir y rodear las faldas de este cerro y descubro –a metros de la plaza de Armas– un camino de tierra escoltado por una hilera de eucaliptos que han formado un límite natural entre la ciudad y algunos sembríos de trigo y cebada.

Más adelante, el camino deja ver, hacia un lado, algunos lotes agrícolas que están en venta y, por otro, humildes viviendas rurales en cuyos patios y exteriores aún picotean gallinas y patos, y descansan cerdos y ovejas. Desde los techos de teja o calamina cuelgan coloridas mazorcas de maíz; sobre otros calabazas que esperan su madurez.

Parque ecológico

El sendero se bifurca y llega hasta el Parque Ecológico de Chalampampa. No es tan grande, pero tiene como atractivo principal un tobogán de ocho metros de alto que me deja pensando si ha sido construido solo para ser observado. Tres niños y una niña llegan y me demuestran que no, que la cobardía es asunto de gente adulta.

El camino deja ver humildes viviendas en cuyos patios picotean patos y gallinas y dormitan cerdos y ovejas.

Desde el parque retorno a la plaza de Armas por la avenida Grau, que es más bien un paseo donde diversas esculturas me van contando sobre los legados de estas tierras huancavelicanas.

Aparecen personajes como Arcadio Ruiz, uno de los primeros en forjar herramientas para la agricultura de la zona; Horacio Monge, investigador y poeta; o Claudio Torres, folclorista y cantautor de los temas “Pampas querido” y “Trencito Macho”.

Otras esculturas me recuerdan algunas danzas locales como el tipaki tipaki (antes llamada pahuay o puclla), que se baila en los carnavales (febrero), y la danza de tijeras, un lujo artístico de esta región.

Ciudad festiva

Pampas parece apacible. Esta capital de la provincia de Tayacaja está asentada en un estrecho y homónimo valle ganadero que comparte con otros tres distritos: Acraquia, Ahuaycha y Daniel Hernández. Todos ellos llenos de extensas áreas de pastizales que le aportan una escenografía bucólica a sus alrededores.

Ese sosiego, sin embargo, es intermitente. “Acá todo el año hay fiesta”, me dice Ana, sin dejar de freír sus picarones durante la noche del aniversario de Pampas. La plaza de Armas está llena de vendedores de comida, cajas de cerveza e infusiones combinadas con aguardientes (llamadas “calientitos”). Las orquestas hacen que el público se olvide del frío bajo las luces azules y verdes del escenario.

“Pero las mejores fiestas son las de la Virgen Purísima (20 de enero) y la de Santiago (24 de julio a fines de agosto)”, me cuenta Oswaldo Cure, quien llegó hace cuatro años y hoy es un conocedor de las tradiciones pampinas.

“Aquí las fiestas son por novenas –me explica–, por eso duran entre 12 y 14 días. Cada mayordomo busca sus novenantes, los que se turnan para hacer una misa y una fiesta diarias desde nueve días antes de la víspera. La última novena se llama ‘el remate’, luego viene ‘la víspera’, el día central y las celebraciones de los días posteriores”.

Acceso para todos

  • Para llegar a Pampas desde Lima hay buses a partir de 20 soles (10 horas en promedio). Desde Huancayo cuesta entre 6 y 10 soles. De Huancavelica, el viaje tarda 4 horas.
  • Cerca de Pampas hay criaderos de truchas y restaurantes campestres, productoras de quesos y yogur, miradores y rutas de trekking que van a lagunas y a la hidroeléctrica del Mantaro.
  • Otras fiestas son las de Semana Santa, la Fiesta de las Cruces (mayo), el Día de Todos los Santos (noviembre), la primera celebración de la Virgen Purísima (8 de diciembre), que antecede a la celebración del 20 de enero.

Tal vez por eso, una vendedora de licores me confiesa que espera con ansias la Fiesta de la Virgen del Carmen (16 de julio), ya que le asegura ventas durante las once noches de celebración. También aguarda por la Fiesta de Santiago, que, en honor a la fertilidad del ganado, llena las calles de comparsas y veladas sin fin.

Vientos de agosto

En agosto, las fiestas de Santiago no dejan de orquestar las faenas sabatinas de la población pampina. Una santa limeña se une a esta cadena festiva y celebra el aniversario de su canonización cada 30 de agosto. Durante seis días, la multitud se traslada a la comunidad de Santa Rosa del distrito de Acraquia, donde agasajan a la patrona.

Es un mes de vientos intensos. Numerosas cometas perseguidas por niños y niñas le dan color a los campos de cultivo y a las casas del centro urbano hasta setiembre.

Los primeros chubascos llegan un mediodía de octubre y noviembre. Mientras degusto una porción de cuchi canca (chancho asado), el plato bandera de esta ciudad, pienso que ni los aguaceros disuadirán a los miles de visitantes que llegarán a Pampas cada enero para danzar noches enteras, degustar potajes sublimes y embriagarse del aire pastoril y festivo que confluyen en este valle huanca. Después de varias semanas, me queda la certeza de que los Andes no son tristes.