Año 107 // 3era etapa // 538 // Viernes 9 de marzo de 2018

LEGADOS

Cinema paradiso

El cine Colón es el ave fénix del sétimo arte en Lima y sufrió cientos de llamados a la vida que hasta hoy no se pueden concretar. Esta es una crónica definitiva de su resurrección.


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ESCRIBE: ELOY JÁUREGUI

Pedrito Rico, “El Ángel de España”, me llamó desde el hall del cine Colón. Quería un caramelo. “¡Un caramelo, consígueme un caramelo!”, me dijo. Esa vez, con el dulce en la mano, el cantante español me introdujo en la magia de esa sala histórica. El cine Colón luego sería el edificio y monumento de mi educación cínica; el cine diferente al Metro, ubicado también en la céntrica plaza San Martín. Diseñado por el francés Jean Claude Antoine Sahut Laurent –el mismo arquitecto del actual Palacio de Gobierno y del Parque de la Reserva–, el teatro Colón siempre fue una provocación de esa ciudad de Lima que hoy no existe más.
Lo he dicho en otros textos: mi religión es el cine; mi pecado, las criaturas del star-system. Fui acólito y sacristán de una escena sin pena. De ahí que mi recuerdo más remoto, junto a mamá, son unos tremendos pechos en la pantalla. No los de mi madre, sino los de la española Sarita Montiel cantando ‘La violetera’. Niño de pecho, mis manitas se aferraban a la butaca como si estuviese viendo a Boris Karloff en La novia de Frankenstein. Venéreo, fui vacunado contra los westerns, las cintas de Tarzán, todo Charlton Heston y Marcelino, pan y vino. Luego, lo mío fue el neorrealismo italiano. De Sica, Rosellini y, después, Dino Risi y su maravillosa Il sorpasso con Vittorio Gassman y Jean-Louis Trintignant, hasta que conocí a Sophia Loren –guardo hasta hoy la revista Life del 16 de setiembre de 1966 enla que ella aparece en la tapa, con lencería negra– y la observé por enésima vez en Matrimonio a la italiana.

PATRIMONIO CULTURAL

El cine Colón se comenzó a construir en 1911 y cerró en el 2003. Su larga historia lo convierte en uno de los edificios emblemáticos del ‘afrancesamiento’ de la arquitectura peruana, así como mudo testigo de los cambios y transformaciones de esta zona de la ciudad. Su eslogan decía: “Simpatiquísimo teatro que goza siempre del favor del público por la disposición de su sala, sus espléndidas condiciones higiénicas y excelente ubicación. El edificio fue declarado Monumento Nacional en 1972 y forma parte del Patrimonio Cultural Inmueble de la Nación.

Templo limeño
El cine Colón fue eso, una suerte de templo en la esquina del Jirón de la Unión y el jirón Quilca que se inauguró en aquel enero de 1914. Cuando abrió sus puertas por primera vez, hubo una gran cúpula sobre la entrada de la esquina. Originalmente construido como un teatro en vivo, tenía un aforo para 940 personas. Había 305 escaños en el nivel de la platea, 217 en el balcón, 400 en la galería y 18 en las casillas a nivel balcón.
Su ubicación, protagónica, hizo que en 1969 el gobierno del general Juan Velasco Alvarado lo estatizara. Después, en las décadas de 1970 y 1980, el terrorismo y el deterioro de la seguridad ciudadana en el Centro Histórico de Lima terminaron por menoscabar su presencia. Y, así, en los últimos tiempos, el teatro Colón se convirtió en una de las más reputadas salas de películas pornográficas en la capital, cerrando puertas en el 2003 por deudas acumuladas.

Telón encarnado
El cine Colón fue la expresión de la modernidad urbanística con culpa y, después, la posmodernidad cinematográfica tatuada en el pecho. En el medio siempre estaba su telón, de ese rojo encarnado. Así lo imaginaba yo, casi como un intolerante D. W. Griffith ante su Babilonia de celuloide: los telones siempre me parecieron las sábanas de las estrellas. Y en el Colón, uno no subía el telón, sino bajaba las sábanas. Y, en medio de aquel lindo capullo de alhelí, aparecían ellas, las estrellas de mi cazuela.
En cazuela, uno se cocía a fuego lento, casi en baño e’María, desnudo ante las diosas, solo como el primer astronauta aborigen frente a la noche espacial. Ya lo dije, en aquel tiempo mi visión del cine era manual. Ducho sobre esas olas nocturnas, como un bronceado tablista en el sueño en una tarde de verano.
En el cine Colón me hice íntimo de Ornella Mutti haciendo mutis; no obstante, aquella tarde que conocí a Raquel Welch comprendí cuál era la verdad verdadera de la escuela de la filosofía de la pelvis de la que tanto hablara el maestro José Ortega y Gasset en su texto Del antiguo amor a la sabiduría no corrompida.
Y entendí también que la retórica del colchón y la erótica del catre estaban simbolizadas, semióticamente hablando, en el mismo cuerpo, mas no en el alma de mi Raquel Welch.
Hoy recuerdo al cine Colón donde quedaba el paradero de los buses que nos llevaban a Miraflores. Antes había imágenes que nos llevábamos a nuestros sueños. Esos que tenían un cine y una región: la de los sueños y las actrices en shorcitos.