El Peruano

Año 107 // 3ra etapa // 541 // Viernes 6 de abril de 2018
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MAJESTAD DEL SENTIMIENTO

Memoria de una de las primeras cantantes sobresalientes que tuvo el patrimonio criollo y que falleciera un 3 de abril de hace ocho años, con el reconocimiento popular, pero olvidada por la asistencia oficial.

ESCRIBE: ELOY JÁUREGUI

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María de Jesús Vásquez Vásquez había cumplido los 19 años y así aparece en la fotografía. De mirada candorosa y pose recatada. Es la noche del 19 de julio de 1939 y acaba de ser coronada como la ‘Reina y Señora de la Canción Criolla’, trono que le otorgó la revista La Lira Limeña en un concurso que organizó Aurelio Collantes, ‘La Voz de la Tradición’. El título lo alcanzó por votación directa de los radioescuchas, venciendo a una decena de artistas expertas en las lides de la música criolla.

Jesús Vásquez ahora está mostrando la foto en su casa de San Miguel y detrás se lee: Teatro Apolo. Barrios Altos, 1939. Cierto, el auditorio quedaba en el barrio del Chirimoyo, en esa Lima conventual que comenzaba a vivir los furores de la música criolla que se hacía masiva y multitudinaria, y que ahora ya tenía soberanía y su majestad era casi una niña.

Esencia de barrio

Jesús Vásquez es el primer parto popular de artista mujer y de barrio que alcanza condición de ídolo. La joven había nacido en el mismo vórtice de la capital tradicional, el llamado Cuartel Primero o jurisdicción de Monserrate, en la céntrica calle de Pachacamilla (hoy jirón Huancavelica, esquina con jirón Chancay), en un callejón a metros del santuario del Señor de los Milagros. Una figura descollante sería su vecino, el después campeón mundial de billar Adolfo Suárez. Ambos fueron al mismo colegio, el Nazarenas, ubicado en la calle Gallos, y los dos serían testigos de la modernización de Lima, el progreso de su centro, los tranvías y el apogeo de los cines y teatros.

Años después, Jesús Vásquez reconocería esa esencia del barrio en su forma de cantar y en la condición de aquel sentimiento que cautivaba a todos. En otros callejones, desde niña, había escuchado a otras damas cantar con estremecimiento y emoción los valses de Pinglo Alva y había admirado al trío Pura Cepa, integrado por Lucho Aramburú, Ernesto Echecopar y Lucho de la Cuba.

En la modesta casa de sus padres, don Pedro Vásquez Chávez y doña María Jesús Vásquez Vásquez, había una radio como objeto de lujo. Y la adolescente Jesús no se perdía programa alguno de música popular que se transmitía en directo desde los salones auditorios de las emisoras limeñas.

La vez que la entrevisté, me contó de su madre, todo un personaje en el callejón, pero además mujer generosa de gran estilo en la cocina y que la alentó a que cantase de manera pública. Entonces la acompañaba a sus actuaciones porque ya Jesús se hacía conocida gracias a la radio y los centros musicales. Ese 1939 fue pródigo porque ya en febrero se le encarga un espacio en Radio Grellaud. ¡Lástima! El programa donde debía cantar tres canciones se transmitía a las 11:00 de la noche y, a esa hora, la mayoría de los oyentes limeños –de acuerdo con las sanas costumbres del momento– ya dormía plácidamente.

Pero en abril el empresario chileno Luis Sierralta, director artístico de Radio Goycochea, la contrata para pequeños espectáculos tres veces a la semana junto al compositor Lucho de la Cuba, quien se había alejado del grupo Los Criollos.

Amor porfiado

Jesús recuerda que por cada actuación le pagaban 50 centavos y era feliz. Al mes le entregaba todo su sueldo a su mamá y las cosas mejoraron para la familia; se mudaron a una casa más amplia y el barrio vivía orgulloso de ella. Y tuvo amores a porfía. Entonces los muchachos la galanteaban y ella, que se había convertido en una mujer atractiva, fue feliz. No obstante, años luego me contaría: “Como no he tenido suerte en el amor, soy muy feliz con mis hijos y nietos. Sola se vive mejor”.

En aquel tiempo se comenzó a construir la industria cinematográfica en el Perú. Eran filmes sencillos de bajo presupuesto cuya temática buscaba exaltar los valores populares, teniendo como motivo el barrio, sus personajes y su música. Entonces, película que se hacía, ahí tenía que cantar Jesús Vásquez. Hoy se puede encontrar copias de El gallo de mi galpón, El guapo del pueblo y Palomillas del Rímac, donde Jesús interpreta ‘La oración del labriego’ y ‘El plebeyo’. Cuando Jesús Vásquez ya era estrella de Radio Nacional, Radio Victoria y Radio Lima, el gran pianista peruano Jorge Huirse, radicado en Argentina, la contrata para que actúe y grabe en Buenos Aires. Era 1943 y una verdadera delegación peruana, formada por Los Trovadores del Perú (Javier Gonzales, Oswaldo Campos y Miguel Paz), Roberto Tello y Los Mensajeros del Norte, conquista los teatros del Río de la Plata.

Se había iniciado la Edad de Oro de la música criolla, que tendría en Jesús Vásquez a una figura tan popular como lo fueron Lolo Fernández y Mauro Mina. La gente la amaba incluso mucho más que a la internacional Yma Súmac y reconoció siempre sus 65 años dedicados a revalorar a la mujer peruana y su arte.