De hablar pausado y andar sereno, así es don Pablo Martínez. Tiene un puesto de locería en el mercado de Chancay y nada en él hace pensar que se trata de aquel buzo que, hace 30 años, encontró el gran medallón de la goleta chilena Covadonga.
texto: hugo grández /fotos: liliana abanto
No lo podía creer. Tenía en sus manos el gran medallón de la goleta chilena Virgen de Covadonga, aquel trofeo que alardeaba el hundimiento de la más grande fragata blindada peruana durante la Guerra del Pacífico.
Era el verano de 1988 y don Pablo estaba emocionado. Su corazón latía a mil por hora. Subió a su lancha, se cambió y se dirigió a la playa. Al desembarcar, docenas de veraneantes se le acercaron para ver lo que había encontrado. Era el centro de la admiración.
De entre ellos, un señor le hizo una tentadora propuesta: 4,500 dólares a cambio del medallón encontrado. Don Pablo no lo pensó. Su “¡No!” fue rotundo. El medallón era del pueblo de Chancay y allí se quedaba.
Para don Pablo, la razón de su negativa era muy simple. Se trataba de un trofeo perteneciente a aquella goleta que había causado tanta muerte y destrucción. No podía ser traficada. A un patriota como él solo le correspondía entregarla a las autoridades. Y así lo hizo.
Se trataba del mismísimo medallón con el que la armada española felicitó a su similar de Chile por haber hundido a la Independencia, la mejor fragata peruana, el 21 de mayo de 1879, durante el combate naval de Punta Gruesa, en Tarapacá.
Un año después, la Covadonga navegó por aguas peruanas hasta detenerse frente a las costas de Chancay. El objetivo de su tripulación era destruir el puente ferroviario existente allí, pero no logró divisarlo. Lo que sí observaron fue un colorido bote, sin tripulantes, que permanecía a unos 500 metros de la orilla. Al tratar de apropiarse de él, lo remolcaron hacia la popa del buque. Era una trampa. A las 3:40 de la tarde del 13 de setiembre de 1880, la Covadonga sufrió el estallido de las bombas acondicionadas en aquella pequeña embarcación peruana y empezó a hundirse frente a lo que hoy es el castillo de Chancay.
Cuentan que días después del hundimiento, buceadores chilenos regresaron para recuperar parte de la artillería y objetos de valor de la goleta. La orden final era que todo lo que no pudiera ser recuperado fuera dinamitado: ningún peruano debía encontrarse con los restos de la nave. Creían que solo así estarían seguros de que, en el futuro, nada de la Covadonga sería mostrado por el Perú como “trofeo de guerra”.
Algunas de las piezas recuperadas de la Covadonga se muestran en la plaza de Armas de Chancay. Allí, frente al Palacio Municipal, están el ancla, las cadenas que la ataban al buque y uno de los cañones usados durante la guerra.
Y dentro del Museo Municipal, ubicado también en la plaza, se encuentran los objetos recuperados y entregados por don Pablo Martínez al pueblo de Chancay. En el segundo piso del recinto y frente a una réplica en miniatura de la nave chilena, se puede apreciar su imponente medallón, de 45 kilos de peso y 71 centímetros de diámetro. Más allá, una tetera, un vaso, una botella de vino, dos cucharas, una docena de municiones y dos piezas del mango de una espada del invasor. Hubo varias cosas más que don Pablo guardaba temporalmente en su casa, pero los ladrones se encargaron de arrebatárselo a la historia.
De tener cuatro lanchas y una veintena de pescadores a su servicio, ahora don Pablo se dedica a su negocio de locería en el mercado de Chancay. Hace más de diez años cambió la Jhon I, El Humilde, la Jhon II y El Tigre por la venta de ollas, platos y cucharas. Y continúa siendo feliz.
Dice que jamás ha recibido mayor reconocimiento por lo que hizo. Tampoco lo esperó. A sus 69 años, hoy camina por las calles del centro de Chancay a reencontrarse con aquellos objetos que recuperó y forman parte del legado histórico de este pueblo del norte chico.
Rosita Vargas, servidora municipal, lo recibe en el museo, sorprendida de que aquel hombre sencillo que solo alcanzó el cuarto grado de primaria en su natal Áncash sea el mismo que tiene al frente; el mismo héroe y vecino que ha escrito parte de la historia, desde Chancay para el mundo.