El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 555 // Viernes 20 de julio de 2018
LETRAS
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RIBEYRO EN COMBO

Aparecen nuevas ediciones de Dichos de Luder, donde Julio Ramón Ribeyro explora la brevedad en clave de pensamientos, y del libro de entrevistas La palabra inmortal, dos valiosos acercamientos a un cuentista mayor. escribe: josé vadillo vila / fotos: archivo de el peruano
Aconsejaba Luder: “No hay que buscar la palabra más justa, ni la palabra más bella, ni la palabra más rara. Busca solamente tu propia palabra”.

Escritor de ficción, Luder vivía en esa frontera exquisita que agradecemos los lectores: aquella cincelada entre el cinismo y el hedonismo. Se trató de un heterónimo de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994). Y el libro Dichos de Luder (Lima, Revuelta Editores, 2018), una brevedad –otro atributo que la modernidad premia–, vuelve a circular entre los lectores que buscan experiencias distintas al cuento, el ensayo o la novela.

Filosofía breve

Los dichos suman cien. Son pequeñas piezas filosóficas llenas de cotidianidad que aparecen en forma de diálogos. Ribeyro los alimentó basado en sus pensamientos y en otros de los que tomó apunte –en reuniones con familiares u otros creadores– allá en París del siglo XX, donde el cuentista vivió por décadas, hasta que volvió a Lima para morir frente al mar, con los amigos y con esa salud frágil que trataba de mantener al margen a punta de cigarrillos.

AUTOR PROFUSO
Ribeyro ha sido traducido al inglés, francés, alemán, italiano, holandés y polaco. Ha ganado el Premio Nacional de Literatura (1983), Premio Nacional de Novela (1960), Premio Nacional de Cultura (1993) y Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1994). Es autor de Los gallinazos sin pluma (1955), los cuatro volúmenes de La palabra del mudo (1973-1992), Cuentos de circunstancias (1958), Las botellas y los hombres (1964), Silvio en El Rosedal (1977), Sólo para fumadores (1987), Crónica de San Gabriel (1960), Los geniecillos dominicales (1965), Santiago, el pajarero (1965), Atusparia (1981), Prosas apátridas (1975) y Dichos de Luder (1989), entre otros.

Un dicho bien va con estos tiempos, e incluso podría llamársele tuit, por el pequeño espacio que ocupa.

Decíamos que Ribeyro se empeñó en afirmar que Luder no existió, aunque se parecía a él. Citemos: “Le preguntan a Luder por qué no escribe novelas. —Porque soy un corredor de distancias cortas. Si corro maratón, me expongo a llegar al estadio cuando el público se haya ido”. Y eso es tan ribeyriano.

Luder habitó en la imaginación de Ribeyro. Pero él, en la introducción de los Dichos… contó que el personaje fue un peruano que esporádicamente visitó el Perú (valga la pena tanta tristeza) y que vivió, sobre todo, en el viejo departamento del Barrio Latino de París; fue amante del vino y de las veladas, donde su ingenio agudo, vertido en palabras, sobresalía. Dijo Ribeyro que dijo Luder: “Los conceptos pertenecen al dominio público –me dijo secamente–. Solo las formas son privadas”. Amén.

Contradicciones

Resulta más interesante descubrir a escritores que se ocultan que aquellos que lo gritan todo. Ribeyro tenía el problema humano y común de la inseguridad, solo que los periodistas lo buscaban para comprobar si tras las volutas de humo, el autor de La palabra del mudo era tan frágil y desdichado como sus personajes. Pero él había sido exitoso a su manera: había vivido en Europa, escrito libros, se había casado con la mujer que quería y tenía un hijo. Más que ser el antihéroe buscado, fue un burgués feliz, pero con un alma de marginal, a su manera.

“Eso lo hace maravilloso: asomarse derrotado al abismo de la vida y perdurar en el tiempo contando desde el vértigo”.

Ribeyro se especializó en rechazar entrevistas casi como un asunto deportivo. Si embargo, el aura de huraño a los micrófonos no era tan cierta: entre 1960 y 1991 había concedido casi un centenar de entrevistas. Uno de los últimos periodistas a quien recibió fue Jorge Coaguila, quien llegó a realizarle seis entrevistas largas entre 1991 y 1994.

Coaguila empezó esta saga cuando era un joven practicante del suplemento La Revista Cultural del diario El Peruano. Y al año siguiente de la muerte del cuentista publicó la primera edición de Ribeyro, la palabra inmortal. En esta cuarta edición, además de las seis entrevistas, hay ocho cuentos de Ribeyro, comentarios sobre cada libro del autor y una entrevista a Alfredo Bryce, quien fue amigo por más de tres décadas del narrador. Las características ribeyrianas se corroborarían en la edición de sus diarios seleccionados, La tentación del fracaso (1992) y Prosas apátridas (1975), y en todo el archipiélago de su obra.

Porque uno no deja de ser lo que escribe.

Lo acertado de Coaguila es que confronta al propio Ribeyro con base en declaraciones anteriores. Y no siempre el autor de los 90 se identifica con el hombre que fue; como tampoco se sentía dispuesto a narrar el Miraflores entonces actual, tan distinto de la ciudad donde pasó su infancia, en los años 40. No le gustaban los críticos, pero Ribeyro –como dice Bryce Echenique– fue un crítico de finezas. Fue un hombre de pocas palabras, que destilaba mucho cariño para su círculo íntimo.

La propia narrativa de Ribeyro había cambiado: dejó de lado los temas de mayor gravedad por otros más reflexivos. Si bien firmó algunos manifiestos de escritores (tan de moda en los años 60), no es un hombre que haya buscado estar en la primera línea de fuego. Eso lo hace maravilloso: asomarse derrotado al abismo de la vida y perdurar en el tiempo contando desde el vértigo.