El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 570 // Viernes 23 de noviembre de 2018
PERFILES
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ENTRE EL AZAR Y LA LUCHA

La determinación y el empeño pueden ser el timón que una cantante necesita para navegar en los mares turbulentos del arte y el espectáculo. Al menos esa es la lección que aprendió la joven cantante ayacuchana Karla Sofía Rodríguez. Escribe: GONZALO RAMOS DEL ÁGUILA # #
Un yaraví brota con sentimiento del alma de una adolescente. Aquella tarde de noviembre de 2012, no es solo la tristeza del canto la que se filtra por sus labios, sino un lamento: era la quinta vez que competía en la gran final. “¡Quinta y última!”, se dijo. Había resuelto cerrar allí su etapa de concursante en el Festival de la Canción Ayacuchana.

Esa vez, sin embargo, descubriría que para una artista que se hace a pulso, la adversidad es solo inspiración. Ya poco importan ese marco musical desconocido ni el viaje de Coracora a Huamanga sin su madre. En su último intento, Karla Sofía Rodríguez solo oye a la intuición: a minutos del desempate, estaba insegura con el tema elegido. La única forma de romper la inercia era entregar el alma en la ejecución. Y para eso necesitaba de un triste himno al amor perdido.

“Por favor, ¿puedo cambiar de canción?”, pregunta. Un desconcertado guitarrista responde: “Niña, en media hora sales al escenario, ¿cómo vas a cambiar de canción?”. La insistencia de la muchacha transforma la respuesta: “Hay que ensayarla rápido. Segura que te la sabes, ¿no?”. Eso es lo menos complicado para la memoria de Karla, capaz de ‘absorber’ las letras en cuestión de minutos. Eso hizo con ese yaraví, del que había quedado prendada cuando se lo escuchó esa misma mañana a una niña de inicial.

PRIMER TRIUNFO

Ha terminado su intervención y mientras se pierde en el público, escucha en los parlantes su calificación: “¡275 puntos!”. Minutos después, finaliza la intervención de su contendiente. El pesimismo la consume, pero el dictamen del jurado aplaca el tormento: “¡272 puntos!”. Está claro: aquél año, la voz de Karla Sofía finalmente se ha impuesto.

La carrera de Karla es un territorio fecundo con dos fronteras: lo inesperado y el mérito al esfuerzo. Un acicate de niña curiosa la llevó por primera vez a un festival y, en los años siguientes, el estímulo llegaría, más que de ella misma, de parte de sus compañeros del colegio, quienes le piden que los siga representando. En su segundo intento, descubrió que esa tenacidad iba sembrando algo dentro de sí: el amor por la música. Y ante ese romance, el concurso pasaba a segundo plano. A Karla, la música se le presentaba como la unidad de medida de sus sueños. Quería dedicarse a ella para siempre. Tenía 10 años cuando sintió que había llegado su hora.

SENDA ANDINA
Buscando reinventarse, desde este año Karla Sofía se entrena en el canto con un importante maestro de técnica vocal. Este nuevo momento le ha dado mayor claridad sobre su futuro. “Muchas personas me piden que me quede con el huaino y yo presto atención: mi voz ha tomado cuerpo desde que empecé a estudiar canto; ya no pega tanto en la cumbia. Me siento más cómoda con lo andino. El huaino, el yaraví, la muliza, siento que son lo mío, lo que mejor hago”.

“Tenía muchas ganas de estudiar canto, pero cuando entendí que en Ayacucho no había dónde, me dije: ‘Tengo que hacerlo aunque sea sola’. Se me ocurrió escuchar a otras cantantes e imitarlas. Me grababa, me escuchaba, renegaba con lo que no me gustaba y lo volvía a hacer, hasta que saliera bien. Mi lema era ‘Tiene que salir como lo estoy pensando’. Esa ha sido mi práctica principal”.

EL DESTINO

Una tarde, mientras hacía tareas, Karla vio una convocatoria para el concurso de imitación ‘Yo Soy Kids’. “Decidí participar. Pedí sugerencias en Facebook y me hablaron de Lesly, de Corazón Serrano. Decían que teníamos voces parecidas. Me aprendí la canción más fácil y con ella me presenté. Pasé todos los niveles hasta quedar dentro del programa. Fue algo del destino que me hayan recomendado imitar justo a Corazón Serrano. Cuando postulo y me seleccionan en el casting para su nueva integrante –tras la muerte de Edita Guerrero, en 2013–, me sorprendí al darme cuenta de que cantaría en la orquesta de la cantante a la que un día imité”.

La industria de la cumbia, con sus fiebres pasajeras, depende mucho de los nuevos talentos. Así, Karla ha pasado, además de Corazón Serrano, por Pasión Norteña, Papillón y Pasión y Cumbia, orquesta con la que colabora en la actualidad.

Confiesa que uno de sus miedos es no poder establecer un vínculo íntimo con el público, como para ofrecerle una experiencia musical completa. “Es que a los jóvenes nos cuesta interactuar con la gente; ganárnosla”.

Diez años atrás, el destino transformó la curiosidad de una adolescente en un compromiso serio. Ella supo sacar el mayor provecho de ese camino en que la embarcó el azar, para llegar a donde ahora está. Y no es que hoy le sobren oportunidades; en realidad, ella ha sido capaz de labrar un destino y salir adelante con las que tuvo a su alcance. Ese es, quizás, su mayor mérito.