

RETRATO DEL PERÚ
Avanza el verano en la capital y la Costa Verde vuelve a mostrar las tribulaciones de los nuevos limeños, aquellos que, como una marea popular, sobreviven jadeantes a los rigores de la temporada. ESCRIBE:ELOY JÁUREGUI

.
El verano limeño es corto como patada de chancho y lleno de tribulaciones. La breve temporada obliga a sufrir y llevar la ciudad a cuestas, como cojera, como depresión
La oferta del verano, sin embargo, no es igual para el limeño. Al sur, hay un verano de confort en las playas de Asia (a 100 kilómetros de Lima). Hay también un verano del bronceado sensual en los balnearios de Punta Hermosa, Punta Negra, San Bartolo, Santa María. Existe un verano light para los de playa Embajadores, de marinas y yates y tangas prodigiosas. Se goza un verano cebichero en Arica y Señoritas. Pero el verano puede ser también el infierno tan temido en las playas de San Pedro y Conchán, que pueblan los vecinos de Villa El Salvador. Aunque nadie asume más el fuego del caldero de enero y hasta marzo que el veraneante de esto que hoy se ha bautizado como ‘playas chihuán’, las de la Lima genuina y realmente existente.
En la Costa Verde existen 14 playas; solo cuatro son aptas para no enfermarse. En playa Pescadores, por ejemplo, junto al club Regatas, los niños se revuelcan junto a los perros en esa orilla hedionda donde confluyen los desperdicios del día anterior, la arena de muladar, el mar de hervores espumosos y los restos de las cebicherías que trabajan las 24 horas.
La familia Castillo, padre, madre y dos hijos adolescentes, han llegado al llamado Circuito de Playas en un bus del Metropolitano. Ellos viven en Las Delicias, Chorrillos, y desde el paradero de Matellini hasta la playa Los Yuyos, en Barranco, viajaron con un pasaje de 50 centavos. Parece sencillo. Pero no. La travesía comenzó el sábado por la noche. Había que sancochar los choclos, las papas para acompañar el queso de Pomabamba y, luego, el otro maíz para la chicha morada. Había que preparar el bronceador casero, sí, ese que les enseñó la abuela, una receta de la región Áncash, el de hervir zanahoria, aceite de maíz, café, té y limón. Y dejarlo toda la noche en la refrigeradora. Y ahí están debajo de unas sombrillas en medio de un hervidero de gente, no muy a gusto, pero pasando su domingo de playa.
Para este peruano de hoy, su cita con el mar es de justicia. Este es su país y este su derecho a bañarse, si quiere, calato
Un domingo de playa en estado puro es una metáfora intensa de la ilusión del goce. Aquí se broncea ese nuevo limeño que bucea entre el ‘emprendedurismo’ y la sobrevivencia. En el inmenso estacionamiento, entre los carros usados, brillan, no obstante, las camionetas 4 x 4. Los vecinos chorrillanos apenas son una minoría. La mayoría ‘baja’ de Pamplona, San Juan de Miraflores, Villa María del Triunfo. Ellos traen sus casas a la playa, su cultura a que se dore frente al mar. Y el acampar en la arena es un acto musical porque cada cual tiene su equipo potente y la chicha se oye a los estruendos.
Agua Dulce es playa andina. No como geografía, sino como cultura. Cualquier observador estoico advertiría que su espacio está enmarcado entre la cordillera y el inmenso mar. Para este peruano de hoy, su cita con el mar es de justicia. Este es su país y este su derecho a bañarse, si quiere, calato. En ese morir sintetizado de los Andes clavándose en el océano Pacífico, priman la anomia y la falta de autoridad. Por ello, durante las ocho horas que pasan en la playa, están la conquista y la venganza. Ese padre llamado Perú no les dio nada. Ellos por qué tienen que respetarlo.