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El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 574 // Viernes 18 de enero de 2019
LITERATURA
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LIMA DE LETRAS

Como toda metrópoli que se respeta, Lima es escenario de cientos de historias escritas por personas abiertamente distintas, desde un Nobel hasta un interno de manicomio. A modo de homenaje, esta riqueza merece un recuento. ESCRIBE:LUIS FRANCISCO PALOMINO # #
Esta lista –arbitraria– empieza en 1934, cuando José Diez Canseco inmortalizó los últimos suspiros de esa Ciudad Jardín del bar Morris y el Palais Concert, con su novela El Duque. La historia de un aristócrata gay es también un sumario de los limeñismos de la época y una sátira de la clase alta de la capital durante el oncenio de Augusto B. Leguía.

En esa misma época, un adolescente Martín Adán publicó La casa de cartón, acaso una bitácora de las andanzas del poeta, en su niñez, por el balneario de Barranco. El texto es una locura y no podía esperarse menos de un autor que en las décadas siguientes se internaría voluntariamente en el Larco Herrera.

No obstante, prosistas como Julio Durán y Martín Roldán Ruiz trataron el tema desde otro ángulo, el del limeño afectado por la guerra

Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce Echenique tomaron la posta en los años 60. Solo el primer párrafo de Conversación en La Catedral menciona a la avenida Wilson, La Colmena, el bar Zela y la plaza San Martín, es decir, el auténtico centro de Lima. Y aunque los pasos de su protagonista, Santiago Zavala, alcanzan a Miraflores, estos no llegan más allá: ese distrito parecía ser el límite de los literatos citadinos. Por ejemplo, Ribeyro sitúa a sus “gallinazos” en la avenida Pardo y Un mundo para Julius, de Bryce, es un retrato de la clase alta limeña.

Pero la capital creció –el desborde popular– y fue Enrique Congrains, con Lima, hora cero, quien miró las partes oscuras de la que ya se convertía en la “bestia del millón de cabezas”, la Ciudad de los Reyes, de los Chávez y de los Quispe. Atento a la migración andina a la urbe, Congrains escribió El niño de junto al cielo, un relato de antologías sobre un recién llegado de Tarma a un cerro de la periferia que comenzaba a poblarse: El Agustino.

Esa senda marginal también la recorrió, aunque de otro modo, el irreverente Oswaldo Reynoso. Los Inocentes es un clásico que, a pesar de sus cincuenta años, se mantiene joven como sus personajes. Prueba de ello es que hace poco el libro se llevó a las tablas y en el 2020 llegaría a la pantalla grande. ¿De qué va? Chicos que se refugian en las barriadas de Lima, donde forman familias con lenguaje y códigos propios.

Los ochenta

El sacudón del terrorismo coincidió con cierta esterilidad en la producción literaria de los 80. Con la captura de Abimael Guzmán, varios narradores escogieron a Ayacucho y zonas asoladas para hablar de la violencia en el Perú. No obstante, prosistas como Julio Durán y Martín Roldán Ruiz trataron el tema desde otro ángulo, el del limeño afectado por la guerra. Incendiar la ciudad y Generación cochebomba se alejan de la idea de “novela total” y presentan unas páginas más subjetivas, personales, en las que veinteañeros deambulan por el jirón Quilca y asisten a conciertos punk en busca de respuestas. Por cierto, sobre metaleros en Lima, Necrofucker de Richard Parra, y caminatas delirantes por la avenida Brasil, en Nocturno de ron y gatos de Javier Arévalo.

Los noventa

Al final de la calle, de Óscar Malca, es posiblemente el libro de los nacidos en los 70. Una Lima noventera en la que no se puede conseguir empleo y solo queda pasar las tardes bebiendo cerveza y jugando pelota en las calles de Magdalena del Mar, frente a casonas que alguna vez fueron distinguidas. Hay una versión en película: Ciudad de M.

Los estudiantes de universidades privadas y sus desenfrenadas noches en discotecas miraflorinas están en No se lo digas a nadie, Fue ayer y no me acuerdo y El huracán lleva tu nombre, de Jaime Bayly. Y dos cuentarios de la época: Matacabros, de Sergio Galarza, y Me perturbas, de Rocío Silva Santisteban. Los títulos lo dicen todo.

Actualidad

Hoy, hay un par de escribas que por poco y usan navajas para perfilar la Lima “achorada”: Elvis Herrada, con Viqui Victoria, y Juan José Sandoval, con Barrunto. Vecindarios peligrosos entre San Isidro, San Borja y Surquillo: bujieros, pirañitas y limosneros. En el lado opuesto, la novela Perro de ojos negros, de María José Caro, y su descripción de la clase media limeña del último decenio.

Finalmente, La palabra insoportable, de Giovanni Anticona, cuya protagonista, de raíces andinas y procedente del Cono Norte, se muda a Surco. Una realidad crudísima: quinceañeras que van a antros ubicados a espaldas de gigantescos centros comerciales, la soledad y los silencios en las redes sociales, viejos pervertidos y ancianas que venden golosinas. Acaso la foto más reciente de la capital que pocos quieren ver. Por ahí también van los cuentos de Christian Solano en Una calma aparente, y los de Joe Iljimae en Los Buguis.

Al parecer, Lima otorga oportunidades narrativas, pues vive constantes cambios y es como si siempre estuviese a la espera de escritores que, como Enrique Congrains, sepan interpretar lo que le está pasando. Hoy que la urbe cumple otro año es una buena oportunidad para leerla y enterarnos más de ella. Que vengan más aniversarios y más historias.