El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 575 // Viernes 25 de enero de 2019
TESTIMONIO
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EL PENÚLTIMO VIAJE

¿Cómo se vivía en Ayacucho la tensión de los días previos a la masacre de Uchuraccay? El relato de un testigo directo –uno de los periodistas enviados a la zona del conflicto– nos acerca con detalle a las últimas horas de las víctimas, en una trama de miedo, amenazas y engaños. escribe: gerardo torres / periodista, editor # #
Los dinamitazos, las emboscadas a patrullas militares y policiales, las incursiones armadas de subversivos y soldados en las comunidades campesinas –con ejecución de ‘culpables’ e inocentes, hombres, mujeres y niños– eran hechos de todos los días. Los periodistas, corresponsales extranjeros y enviados de los diarios de Lima a las zonas de conflicto, nos desplazábamos entre dos fuegos. Nuestro objetivo era informar la verdad sobre los sangrientos episodios.

La prensa no tuvo restricciones que lamentar hasta el trágico episodio del 26 de enero de 1983, en Uchuraccay, remota comunidad de los andes ayacuchanos, donde fueron asesinados ocho periodistas y su guía.

La responsabilidad del espantoso crimen continúa sin esclarecerse, 36 años después. Casi todos los informes periodísticos y libros sobre el tema no dicen la verdad y tratan de exculpar del asesinato a los militares. Incluso Mario Vargas Llosa trató de encubrir, desde un principio, a los verdaderos ejecutores y atribuyó la autoría de la matanza a “los indios salvajes” de la comunidad ayacuchana.

HACIA PARIABAMBA

El 16 de enero, diez días antes de la tragedia de Uchuraccay, Pedro Sánchez, reportero gráfico, y el autor de esta crónica, enviados especiales de El Diario Marka, decidimos sumarnos a otros colegas en el viaje a Pariabamba, centro poblado del distrito de Uranmarca, provincia de Chincheros, Apurímac.

La misión era obtener información sobre los enfrentamientos de una patrulla militar-policial con subversivos, con el saldo de varias bajas en el contingente senderista, entre ellas la camarada ‘Carla’. Meses antes, en setiembre de 1982, también cayó abatida la dirigente subversiva Edith Lagos, una joven de 19 años.

Partimos de Huamanga antes que alumbre el día a bordo de un taxi contratado para el viaje de ida y vuelta. Con nosotros viajaron Manuel Vilca (La República), Roberto Cubas (Correo) y Jorge Torres Serna (revista Gente).

Nuestro primer destino fue Andahuaylas, a donde llegamos después de 14 horas de viaje por una carretera sin asfaltar. La vía recorre valles, altas montañas, profundas quebradas y atraviesa ríos. En el trayecto, en los controles militares y policiales nos preguntaban insistentemente si periodistas de Marka iban en la expedición.

EN PELIGRO

El Diario Marka, periódico de línea de izquierda, era el de mayor tiraje a escala nacional en 1983. Solo en Ayacucho vendía más de 10,000 ejemplares por día y, en todo el país, más de 100,000.

Con Pedro Sánchez advertimos el peligro y decidimos no mostrar la credencial del periódico. Pedro se presentó con el carné de Quehacer, revista en la que colaboraba. Y yo mostré el carné del Colegio de Periodistas del Perú.

Llegamos a Andahuaylas al borde de la medianoche. Nos alojamos en el Hotel de Turistas, que estaba atestado de policías y agentes de los servicios de inteligencia del Ejército.

Esa misma noche, colegas de la zona nos avisaron de los peligros de continuar el viaje a Pariabamba. “En las comunidades de la zona están infiltrados los ‘sinchis’, cuerpo especializado de la Policía, que operan con atuendo de campesinos. No expongan su vida”, nos previnieron.

Tras una rápida evaluación del panorama, se acordó por mayoría no ir a Pariabamba y retornar a Huamanga. Pedro Sánchez se molestó. Él era el más entusiasmado con la idea de seguir adelante. Dijo que necesitaba tomar fotos y mostrar al mundo su trabajo profesional. Pedro había llegado el 15 de enero a la zona de guerra, en reemplazo de Severo Huaycochea, otro experimentado reportero de Marka. Salimos de Andahuaylas, de retorno, la noche del 17 de enero y llegamos a Huamanga en la tarde del día siguiente.

VISITA INESPERADA

La noche del 18 de enero la pasé sin dormir. Aparentemente, había tranquilidad en Huamanga. No se escucharon dinamitazos ni balaceras.

A la una de la madrugada, el portero del hostal Santa Rosa, centro de operaciones de los periodistas, tocó la puerta de mi habitación, en el segundo piso. Me dijo que dos personas me buscaban y querían hablar conmigo. “Son los mismos que vinieron cuando viajaron”, dijo. Sentí temor y desperté a Pedro Sánchez. Ambos decidimos no salir. Encargamos al portero que les diga a los desconocidos que retornaran más tarde, en horas del día.

Cinco minutos después el portero retornó con el siguiente mensaje: “Insisten en hablar con ustedes. Dicen que han secuestrado a Norma Quispe, la hija del distribuidor del periódico”. Quispe era un hombre muy humilde y hablador. Su hija Norma lo ayudaba en la distribución de Marka entre los canillitas de Huamanga.

La versión del secuestro nos preocupó, pero aun así ratificamos nuestra decisión de no salir al encuentro de los desconocidos. Por seguridad y porque a esa hora la edición del periódico estaba cerrada y era imposible hacer cambios.

Horas después, a las 7:00 de la mañana del 19 de enero, buscamos a Quispe en su puesto de la calle Lima. Nos confirmó el secuestro de su hija y aclaró que él no había enviado a nadie a buscarnos al hostal.

CRIMEN IMPUNE

Por primera vez presentimos que algo malo nos podía pasar. Estábamos en un escenario de guerra. Los periodistas sabíamos que al Comando Político Militar le molestaban las noticias sobre las atrocidades que perpetraban las fuerzas beligerantes.

El 20 de enero hablé con el director del periódico, José María Salcedo. Pedí mi relevo y retorné a Lima dos días después. El 24 de enero partió a Huamanga mi reemplazo, Eduardo De la Piniella, a solicitud de él. 48 horas después fue asesinado cruelmente, junto a Pedro Sánchez, Félix Gavilán –los tres de El Diario Marka– y otros cinco colegas.

Cuando fui a declarar a la comisión investigadora que presidió Vargas Llosa, afirmé que a los periodistas los mataron los que querían ocultar la verdad; es decir, el Comando Político Militar, al mando del general Clemente Noel Moral. El crimen sigue impune.