Toda celebración que demanda peregrinaje lleva implícito el peso de una penitencia.
En las alturas del nevado Ausangate, los fieles y viajeros pagan a fuerza de muslo y pantorrilla
el privilegio de acercarse a las bondades del magnífico Señor de Qoyllur Riti.
Fotos y Texto: Manuel Medir
Maravilla para caminantes
Una ruta siempre atractiva para caminantes es la que lleva al imponente nevado Ausangate.
Para acceder desde la Ciudad Imperial hay que tomar la ruta Cusco-Ocongate y continuar hasta el poblado de Tinki, en un recorrido que toma alrededor de 3 horas y 30 minutos.
Desde este poblado se inicia un recorrido que puede tomar hasta 7 días para bordear el nevado, explica el portal de turismo ytuqueplanes de Promperú.
“Los atardeceres y amaneceres en las inmediaciones del Ausangate son espectáculos naturales maravillosos”.
Lejos del circuito comercial que ofrecen los tour operadores del Valle Sagrado de los Incas, en el Cusco, el santuario del Señor de Qoyllur Riti forma parte de una ruta muy valorada por aquellos que buscan una experiencia diferente. Llegar a este tradicional santuario le permite al viajero acercarse a una manifestación ancestral, de cultura viva, cuya celebración central se realiza cada año a los pies del nevado Ausangate, por encima de los 4,500 metros de altitud.
Se trata de una jornada intensa, de gran sacrificio que asumen miles de fieles para ganarse el favor de una de las figuras más queridas de la sierra del Cusco.
Dicen que para obtener la bendición del Señor de Qoyllur Riti –o Señor de las Nieves–, el peregrino debe visitarlo tres años consecutivos. No es una tarea sencilla, implica un gran despliegue físico, mucha planificación y altas cuotas de valor.
Entre finales de mayo y principios de junio, exactamente 40 días después del Domingo de Resurrección, se inicia la peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Riti.
Para llegar, uno debe salir del Cusco con dirección a Mahuayani (distrito de Ocongate), en un trayecto que tarda dos horas y media en colectivo. Una vez en este centro poblado, que crece durante las fiestas, habrá que iniciar una caminata de 8 kilómetros, por lo que es bueno adquirir algunas provisiones.
La ruta
El camino hasta el santuario propone un ascenso bastante exigente, el cual se complica aun más por el frío y la altura. Así, llevar la ropa y el calzado adecuados puede ayudar a alcanzar la meta. El trayecto se hace en un tiempo aproximado de 3 horas y entre los descansos necesarios, para tomar aire y admirar el paisaje, se puede disfrutar desde un jugo de naranja a una trucha frita que ofrecen diligentes comerciantes al pie de la ruta.
Si estás fuera de forma o con algún impedimento físico, podrás hacer el trayecto a caballo, conviniendo el precio con los jinetes que suben y bajan durante todo el día transportando turistas y mercancías, en un continuo trajín. El camino está repleto de gente, pero luce correctamente señalizado, por lo que no hay riesgo de perderse.
Devoción
En el diálogo con los peregrinos uno puede intuir que la devoción que profesan por el Señor de Qoyllur Riti es real. Llevan cruces, cuadros, fotografías, banderas. Es una fiesta y esa alegría se traduce en emotivas canciones en quechua y en el retumbar indesmayable de los tambores que acompañan a la multitud en todo el trayecto, haciendo más llevadera la dura faena.
Después de bregar con el terreno se llega a las faldas del nevado. Ahí mismo está el santuario, surgido de la nada. Y en torno a él, como hongos, florecen carpas sin un orden específico, instaladas al vuelo por los peregrinos que pasarán la noche al pie del apu.
Aquí no hay servicio de hospedaje y, en general, todo lo que esté por encima de los 4,000 metros de altitud, es limitado. Lleva tu propia carpa, así como algo extra de víveres y abrigo, ya que en las madrugadas la temperatura desciende por debajo de los cero grados. Si te gana la noche, siempre podrás ir buscando refugio de local en local, donde los pobladores sirven caldo de cabeza y café caliente. Afuera, un manto de estrellas te espera.
El ritual está asociado con la fertilidad de la tierra y la adoración a los apus, los dioses tutelares en la cosmovisión andina. Se trata de una de las fiestas indígenas más importantes de América.
Tradición y leyenda
Hay varias versiones sobre el origen de la festividad. Algunos dicen que fue en 1780, cuando a un niño mestizo, llamado Manuel, se le presentó a Mariano Mayta, un niño quechua que pastoreaba por el nevado Colquepunku, estableciéndose entre ellos una gran amistad. El padre de Mariano fue en busca de su hijo, al enterarse de la presencia de Manuel, y se sorprendió al comprobar que el número de su ganado había aumentado.
En agradecimiento, envió a su hijo Mariano a comprarle nuevos atuendos a Manuel. Pero, como el tipo de tela que vestía Manuel era exclusivo del obispo del Cusco, le avisaron al párroco de la zona sobre este detalle. Intrigado, el sacerdote envió a un grupo de fieles para que buscara a los niños.
Cuando los encontraron, Manuel se transformó en un árbol de tayanca y Mariano murió de la impresión en ese mismo lugar. Luego fue enterrado debajo de una piedra.
Desde entonces, un numeroso grupo de fieles encendía velas a la piedra bajo la cual fue enterrado Mariano. Las autoridades religiosas ordenaron que se pinte en la roca una imagen de Cristo crucificado, a fin de otorgarle al lugar un rasgo cristiano. Con el paso del tiempo, a esta pintura se la conoce como el Señor de Qoyllur Riti.
“El camino al santuario es bastante exigente y se complica más por el frío y la altura”.
En quechua, qoyllur significa estrella; y riti, nieve. Por tanto, Señor de Qoyllur Riti quiere decir “Señor de la Estrella de Nieve”.
El 27 de noviembre de 2011, la peregrinación fue declarada por la Unesco ‘patrimonio inmaterial de la humanidad’.
Parafernalia
Los ukukus o pablitos velan por la seguridad en el santuario. Ellos controlan los accesos, cuidan a los peregrinos y están autorizados a usar sus chicotes, que son un importante símbolo del orden que impera en una celebración que se enriquece con el paso de los años. En esta fiesta no se permite la embriaguez de los participantes. El color y la fe se expresan en las níveas cumbres cusqueñas con gran simbolismo y entrega. ●