El Peruano
Año 4. Edición Nº 264. Jueves 19 de julio de 2018

SELVA
ESPECIAL
VIAJE A LA SELVA CENTRAL

Tránsito entre dos mundos

Viajar por vía terrestre es una experiencia gratificante, especialmente si podemos comprobar que la diversidad geográfica y climática que vemos de primera impresión, también es extensiva a los usos y las costumbres. Costa y caos urbano, sierra, frío intenso; selva, alegría de vivir. Aquí la crónica. Texto y Fotos: Rolly Valdivia
Al abrir los ojos su mundo ya no era el mismo. Todo había cambiado. Nada era igual cuando despertó. Cielo sin grisura, tierra que había saciado su sed, valles que dejaban de ser una pincelada de verdor trazada por el cauce incierto de un río.

Aquí no estaba el mar con sus orillas desnudas e infértiles ni los cerros convertidos en barrios. Tampoco caían esas gotitas famélicas que son un remedo de la lluvia.

Y ese nuevo mundo –que ya no era el mismo, que ya no era el suyo– también se veía distinto al que iba descubriendo desde la ventana del bus que lo transportaba. Afuera, entre las pálidas sombras de aquella noche viajera, la geografía se transformaba de a pocos, dejaba de ser costa pacífica y desierto ataviado de ciudad, para convertirse en quebrada, en cadena montañosa, en paraje de altura con ráfagas de nieve y tentaciones de soroche.

Así de cambiante era el camino que lo alejaba del desorden capitalino, para conducirlo hacia ese mundo que desconocía y apenas empezaba a contemplar, entre los bostezos madrugadores que marcaban el final de una travesía de sueño entrecortado por cortesía de las curvas y pendientes de la carretera Central, esa vía de tránsito incierto por las heladas repentinas y los huaicos todopoderosos.

Y es que a veces no es tan fácil pasar de la austeridad costera a la frondosa exuberancia, del colapso urbano al ordenado desorden de la naturaleza, del esmog que ensucia los pulmones al aire con fragancia de vida. Eso es lo que ocurre cuando se deja Lima y se enrumba hacia la Selva Central, con sus ríos y cataratas, con sus comunidades nativas, sus orquídeas y su café.

Pese a todo no es un viaje largo. Ocho horas que son suficientes para cambiar la apariencia del rinconcito del planeta que nos vio nacer y crecer. Esa es la sensación que surge cuando la ventana ya no revela las luces agónicas de la metrópoli que se extingue ni la tenebrosa proyección de las cumbres serranas; entonces se impone un panorama frondoso, explorable.

Información de la ruta
  • El distrito de San Ramón (Chanchamayo), conocido como La Puerta de Oro de la Selva Central, se encuentra a 293 kilómetros de Lima. Solo es accesible por vía terrestre.
  • Distancias: de San Ramón a La Merced: 10 km, de La Merced a Perené: 25 km, de La Merced a Satipo 125 km, de La Merced a Oxapampa: 98 kilómetros. Según Javier Pulgar Vidal el rango altitudinal de la Selva Alta, también llamada Ceja de Selva, oscila entre 400 y 1,000 m.s.n.m.
  • El Santuario Nacional de Pampa Hermosa conserva una muestra única de los bosques montano tropicales remanentes en la selva central. Entre sus especies representativas resaltan el gallito de las rocas y el cedro de altura.
  • En Perené, el relajo se encuentra en la alborotada frescura acuática del Velo de la Novia y Bayoz.
Mundo por descubrir

Es la selva que te recibe y te da la bienvenida en San Ramón y en La Merced, que te refresca en Perené, y en Satipo, que se vuelve historia de migrantes en Villa Rica, Oxapampa y Pozuzo. En esos lugares los cerros son siempre verdes, los senderos tienen fango y los brindis son con masato en las comunidades asháninkas.

Lugares, visiones y vivencias en ese mundo que siempre se devela como nuevo. Añoranzas de los sembríos de café, de la lancha que surca el río Tambo o el Ene, del puente colgante que conoció de pasos misioneros, de los viajeros que peregrinan hacia las cataratas, de los jóvenes nativos que evocan la sabiduría de sus ancestros, de las mesas con juanes, plátano y cecina, de los platos con dorados, doncellas y carne de monte.

Un mundo verde. Un Perú de biodiversidad que está en riesgo, que se está deforestando. Una selva que es niebla y bosque lluvioso, que es zona de transición entre los gigantes cordilleranos y la llanura amazónica.

Ecosistemas diferentes. Escenarios que no se asemejan a Pacaya Samiria (Loreto) ni a Tambopata (Madre de Dios), donde no hay parajes de alturas ni cauces que se precipitan al vacío…

Piensas en El Tirol en San Ramón, en el Velo de la Novia y Bayoz en Perené, también en las esforzadas travesías hacia El Castillo y Tsyapo en Satipo. Pasos en el barro. Andar como Moisés, es decir, entre las aguas. Pernoctar en una chacra. En la casa de madera de unos colonos.

Cena compartida. Varios relatos de los tiempos del terror, aunque esa noche no hubo miedo, solo lugar para la esperanza en el corazón de la Selva Alta o Rupa Rupa (caliente o ardiente).

Cataratas y cavernas

Así clasificaría Javier Pulgar Vidal –el geógrafo que creó la teoría de las ocho regiones naturales– al territorio de quebradas, pongos, caídas de agua, cerros rocosos y cavernas tenebrosas que se extiende desde Amazonas y Cajamarca hasta el Cusco. Del norte al sur, y, en el medio, el sector conocido como Selva Central que abarca Junín, Pasco, Huánuco y Ucayali.

En Perené, el relajo se encuentra en la alborotada frescura acuática del Velo de la Novia y Bayoz.

Pero ahora, los destinos son las provincias de Chanchamayo y Satipo, ambas en Junín, y Oxapampa, en Pasco, una región que no solo es mineral, tajo abierto y miles de metros sobre el nivel del mar.


Calor y lluvia. Herencia asháninka. Conocer y aprender en una comunidad nativa, tal vez en Pampa Michi, acaso en Marankiari Bajo. Acercarse a la flora en el jardín Botánico El Perezoso. Sentir la adrenalina remando y disfrutando en los rápidos del río Chanchamayo. Salir de San Ramón y La Merced. Vía de asfalto. El puente Reiter. Cruzarlo y continuar hasta Perené y Satipo o tomar el desvío hacia Pasco.

Cualquier decisión es acertada porque en Perené el relajo vive en la frescura acuática del Velo de la Novia y Bayoz, y, en Satipo, donde hay cataratas y una piscina natural; mientras que, en Villa Rica, Oxapampa y Pozuzo, subsiste el legado austroalemán de los colonos que arribaron en el siglo XIX, Variedad natural y cultural en el otro mundo que los hijos de la costa y el Pacífico empiezan a admirar desde ese bus que se las arregla para superar curvas, nevadas y huaicos de la carretera Central.●