Lima es un desierto con sorpresas geográficas. Y aunque sus meses más fríos parecen ingratos, detrás de su neblina (y gracias a ella) encontramos sus imponentes lomas, como las de Amancaes, que siguen siendo un pulmón en la capital peruana.
Texto y fotos: Claudia Ugarte
Tome nota
En Lima hay 19 lomas que cubren aproximadamente 57,000 hectáreas, pero se están perdiendo debido a las invasiones y al tráfico de tierras.
Otras se han recuperado, como ocurre con las Lomas de Asia, gracias al trabajo de la Comunidad Campesina de Asia y al impulso del periodista Iván Reyna Ramos.
Bajo el ambiente húmedo de las lomas se genera una vegetación efímera, pero periódica. La vegetación verdea a mediados de invierno y se seca con el verano.
Las especies de flora y fauna se adaptaron a estas condiciones ambientales.
El invierno ha llegado a Lima y ha cubierto el cielo con un lienzo blanco que se mantendrá firme durante las próximas semanas. Cielo panza de burro le dicen/decimos los limeños, acostumbrados a ver cómo la tímida cordillera del casco urbano –donde el cerro más alto no alcanza los 500 metros– desaparece cuando ese manto desciende hasta humedecer los techos de sus edificios.
En el medio de esa urbe, detrás de esas densas nubes costeñas, y detrás de esas cimas colmadas de casas puestas al azar, colocadas allí por la necesidad, aguardan las Lomas de Amancaes, con un escenario de montañas verdes que parece traído de otro mundo, sobre todo por la escasez vegetal de una ciudad que se sigue llenando de cemento y pasto artificial.
Pero ese escenario es real. Lo estoy viendo frente a mí por segunda vez y aún me sigue asombrando. Cuando era niña, creía que las lomas eran solo una anécdota de los abuelos del barrio. Incluso, la primera vez que las vi pensé que esos morros habían reverdecido excepcionalmente solo durante esa temporada.
Ya luego confirmé con los habitantes de sus faldas que el milagro verde ocurre cada año, con la llegada del invierno, y que estas lomas, que en algún momento albergaron la flor amarilla que les prestó el nombre de Amancaes, aún cubren 237 hectáreas de cordillera virgen, extensión que era mucho mayor hace apenas unas décadas.
Lugar de jaranas
Este mismo espacio fue muy apreciado en la primera mitad de 1900, cuando los cerros del distrito del Rímac llevaban por toda vestimenta unos fustanes de color verde y amarillo (debido a la flor de Amancaes) que llegaban hasta los pies y se extendían como velos de novia sobre unas pampas también verdes.
No había casas sino extensos campos de cultivo donde ahora solo se ven sobrepobladas urbanizaciones. Eran tiempos del criollismo y de las celebraciones bohemias de una sociedad que no necesitaba viajar muy lejos para tener días de campo, con música y bailes hasta el amanecer.
En las famosas Pampas de Amancaes, al pie de las lomas, se celebraba la multitudinaria Fiesta de Amancaes y se cultivaba cada año nuevos talentos de la música popular limeña.
Oasis de silencio
Para subir a las lomas he tenido que llegar al último paradero de la urbanización Flor de Amancaes, en el Rímac. Allí ha sido necesario atravesar un fragmento de la ciudad que se vuelve desolador y caótico. Pero es este escenario el que, por su contraste, hace más delicioso el encuentro con el verdor de la cima.
Es invierno y la neblina no deja ver a lo lejos. Pero sé que la pista sobre la que camino pronto se convertirá en un sendero de tierra. Las casas se harán más escasas hasta desaparecer por completo, para dar lugar a un paisaje de montañas verdes y a un camino pedestre que hay que volver a trazar en cada otoño.
La primera vez que caminé por allí, recuerdo, iba acompañada por un grupo de personas lideradas por un antropólogo de la Universidad de San Marcos preocupado por el rápido retroceso de las áreas verdes y por la creciente contaminación de las cimas. El paseo era a la vez una jornada de limpieza.
Pero hoy voy por mi cuenta y veo algunos caminos alternativos que me animo a seguir. Subo unas escaleras que parecen llegar al cielo. Y es como si llegaran realmente porque he necesitado de algunos minutos para asimilar –otra vez– que existe este paraíso de vida a pocos minutos del extremo bullicio capitalino.
El silencio crece a medida que me voy internando en el cerro San Gerónimo –el más importante de las Lomas–, y aunque no encuentro las famosas flores de Amancaes, veo que son otras las que se encargan de dibujar pequeñas alfombras amarillas.
Hoja de ruta alterna
Es posible subir por cuenta propia, pero es necesario respetar los caminos señalados para evitar extravíos.
En las zonas más cercanas a las lomas siempre hay personas dispuestas a brindar información.
Los paseos organizados por el Circuito Ecoturístico Lomas de Amancaes se retomarán aproximadamente en el mes de setiembre, cuando terminen las obras de agua y alcantarillado.
En la actualidad, se puede subir también por San Juan de Lurigancho (gracias al apoyo de la organización ambiental “Haz tu mundo verde”) y por Independencia (por la loma denominada La Bella Durmiente).
“Son las ortigas negras, que tienen su mayor floración en setiembre. Las llaman también ‘Damas que se defienden solas’, porque si alguien las toca sentirá ardor durante varios minutos y no volverá a tocarlas nunca más”, me contará después Haydee Cerrón, una de las principales guardianas de este espacio que al frente de su Asociación PAFLA ha creado el Circuito Ecoturístico Lomas de Amancaes.
Cerrón me cuenta también que, si bien las invasiones masivas se han detenido desde que las Lomas de Amancaes fueron declaradas “ecosistema frágil”, la aparición sistemática de chozas nunca cesó.
Además de ello, en estos meses han tenido que lidiar con la puesta en marcha de unas obras de ampliación de la red de agua y alcantarillado que no se ha manejado con criterios ambientales.
No solo se habrían instalado 7 tanques dentro del área reservada, sino que, en lugar de utilizar mulas para subir los materiales a la cima (como se hizo alguna vez para colocar las torres de alta tensión), han abierto una vía carrozable para que lleguen los camiones, lo que contribuye a que lleguen más invasiones.
Fauna perdida
Sigo caminando y encuentro a algunas personas cosechando las papas silvestres que crecen en las faldas interiores de las lomas. Una de ellas me dice que también crecen tomates, taras, caiguas y cactus.
Detrás de esas densas nubes y de las cimas colmadas de casas aguardan las Lomas de Amancaes.
Lo que no se ha visto hace mucho son los animales (zorros y vizcachas) que aparecían para anunciar que este seguía siendo un lugar silvestre. Con suerte sobreviven en la zona lagartijas que se camuflan entre las franjas arenosas o los farallones rocosos.
Verde esperanza
Después de haber respirado toda la tranquilidad que producen las lomas, es hora del retorno. No es difícil perderse si nos alejamos de los caminos que hicieron al andar los primeros “lomeros”. En las zonas de amortiguamiento se puede ver a lo lejos los biohuertos que ha impulsado Haydee Cerrón.
“Estamos reintroduciendo plantones de flor de Amancaes desde 2014. En las zonas más profundas de las lomas, ya comenzaron a florecer. Ahora estamos recogiendo las semillas para sembrarlas en nuevas zonas”.
Para Cerrón esa es la meta. Luego agrega, categórica: “El regreso de los Amancaes ya es una realidad”. Y yo, metida otra vez en el caos urbano, decido creerle.