El Peruano
Año 4. Edición Nº 266. Jueves 2 de agosto de 2018
PROVINCIAS
DE CANTA A LIMA

A toda rueda

Si para subirse en una bicicleta se requiere actitud, para descender sobre dos ruedas desde la campiña de Canta hasta la capital es requisito mantenerse con los cinco sentidos bien despiertos. ¡Allá vamos! Escribe: Jorge Saldaña R.
Datos para un buen viaje
  • Muchos ciclistas gustan de escuchar música mientras pedalean. Sin embargo, en la bajada Canta-Lima es muy peligroso usar audífonos, pues hay que mantenerse en alerta frente al constante paso de camiones, automóviles y ómnibus.
  • Otras recomendaciones básicas, según el sitio BiciMap: llevar siempre un documento de identidad, usar casco y no llevar acompañantes en la bicicleta, a menos que se tenga el equipo adecuado.
  • Además, no hay que sujetarse de otro vehículo para aprovechar su impulso; respetar al peatón en toda circunstancia y las señales de tránsito, incluyendo los semáforos, y circular en dirección del tráfico. En zonas peatonales, bajar de la bicicleta y llevarla caminando.
A 2,840 metros de altitud, Canta es una tranquila provincia de agricultores y ganaderos laboriosos. Para llegar desde Lima, primero hay que dirigirse al kilómetro 22 de la avenida Túpac Amaru y seguir desde allí la carretera que asciende en paralelo al río Chillón hasta este hermoso rincón de la sierra limeña.
La orden era clara: auxiliar al colega a superar con prontitud cualquier incidente.

En esta oportunidad, sin embargo, la aventura “cletera” se hizo al revés: salimos de Lima en bus y llegamos a la plaza de armas de Canta con las bicicletas sobre la parrilla de nuestro vehículo. En total, éramos 40 aventureros.

Llegamos a Canta al mediodía. El ascenso lento nos permitió disfrutar de la variedad y el color del paisaje. Tras una bienvenida rápida, el guía nos avisó que el descenso a Lima –sobre dos ruedas– empezaría a las 14:00 horas, es decir, teníamos dos horas para aclimatarnos, recorrer las estrechas calles canteñas y digerir un rico plato de trucha frita. Y así lo hicimos.

Nos reunimos a la hora acordada para la aventura, que incluía pasar primero por Obrajillo, a 3 kilómetros de Canta, antes de salir a la carretera asfaltada con destino a la capital. La ruta a Obrajillo es una trocha inclemente, ideal para calentar el cuerpo sorteando charcos, huecos y piedras de todo tamaño.

Listos... ¡ya!

Una vez apostados a la vera de la carretera, enfilamos hacia Lima en correcta columna india. Si alguno de nosotros se caía o se le desinflaba una llanta, todos nos deteníamos. La orden era clara: auxiliar al colega “cletero” a superar con prontitud cualquier incidente. En total, fueron 120 kilómetros de puro descenso, muchas curvas que cruzaban los contrafuertes andinos y dos pendientes que sí requerían fuerza corporal.

La oportunidad de respirar aire puro, otear el horizonte andino con esos andenes centenarios que recortan el cielo azul y percibir el suave aroma de las frutas que maduran en los sembríos aledaños al camino fue el mejor premio de la ruta. Eso sí, no hay que dejar de mirar la pista porque basta que la llanta se meta en una grieta para que se produzca una aparatosa caída.

Ruta valiosa

De vez en vez, nos detuvimos para descansar unos minutos, degustar alguna fruta de la zona o, simplemente, beber agua en medio de los eucaliptos que dominan el paisaje. Pasamos por Santa Rosa de Quives, el sitio arqueológico de Checta y la casa hacienda de Punchauca, todos ellos lugares de gran valor histórico y cultural.

Eran las 19:00 horas cuando llegamos pedaleando al kilómetro 22 de la Túpac Amaru. ¡Por fin en Lima, nuestra caótica y bullanguera capital! Fin de la aventura, con las piernas y los brazos adoloridos, pero contentos de haber logrado una nueva meta.